Vuelve a arrancar el curso y nuestros talleres comienzan a ponerse en marcha de nuevo. Un grupo de mujeres que, gracias al Departamento de Políticas de Igualdad de Los Barrios, contamos con un espacio propio. Aunque las verdaderas gracias se las deberíamos dar a esas mujeres que con valentía afrontan el reto de compartir y conocerse.

Salir del aislamiento y acercarse hasta el grupo requiere coraje. Y una vez allí, tanto Carmela Berrocal, facilitadora de Biodanza, como yo, facilitadora de Creatividad, las recibimos con los brazos abiertos y les ofrecemos cuidado y tiempo para que avancen despacio y con seguridad. Es allí, generando el sagrado ambiente que el poder de las mujeres crea y que le da cabida a la franqueza, donde comienzan a salir los miedos, los traumas, las máscaras, donde se empiezan a levantar las alfombras y dejamos de ser felpudos. Encontrar una salida creativa para el dolor es la finalidad que nos alienta.

Después de haber examinado minuciosamente las formas y las razones del porqué las mujeres nos atrapamos en dependencias emocionales, vemos cómo podemos ir más allá del miedo y de los limitados patrones de nuestros comportamientos hasta conseguir hacernos responsables y dueñas de nuestras propias emociones. Reconocer los miedos que llevamos dentro es el primer paso.

El compromiso adquirido y el amor que le ponemos al trabajo que hacemos nos alienta a revisarnos a nosotras mismas y es así como poco a poco lo que comenzó siendo un trabajo de dos mujeres que compartían los mismos objetivos como bien social ha pasado a ser una honesta amistad en la que no dejamos de auto descubrirnos en cada charla que el tiempo nos permite tener. La sinceridad ha ido consolidándonos y le ha dado fortaleza y luminosidad a nuestro trabajo.

Hace poco escuché un cuento en el que una mujer desesperada acudía a un sabio para que convenciese a su hijo que dejase de tomar azúcar porque era diabético. El hombre, sin darle una respuesta le indicó que volviesen después de quince días. Así lo hizo la mujer y cuando regresó le preguntó que por qué no le había dicho en la primera visita nada, a lo que respondió que hacía quince días él también tomaba azúcar.

Para enseñar antes hay que aprender y aprender de la vida requiere vivirla; para enseñar a reconocer debemos reconocernos primero y para que haya aceptación la debemos sentir en nosotras mismas.

Nuestro sistema de apoyo es nutrirnos entre nosotras para poder nutrir a otras.

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