
Por montera
Mariló Montero
La cofradía de Sánchez
La Rayuela
Mientras Andalucía debate sobre la aplicación de la tasa turística, que poco tiene de experimental a estas alturas, los principales destinos del mundo ya van muy por delante y exploran otro tipo de restricciones que siguen el modelo Venecia, por ser esta ciudad la pionera y abanderada. Cada vez surgen más ejemplos, como el del monte Fuji, que como ocurre con otras cimas del mundo iba camino de parecerse a la Gran Vía de Madrid en plenas Navidades. A partir de este verano, quien quiera hacerse un ascensión por allí tendrá que pagar 2.000 yenes.
Ni los 12 euros a los que equivale la tarifa del popular monte japonés ni los 5 que ya es obligatorio abonar en Venecia para recorrer sus calles navegables sin estar alojado o ser residente evitarán que millones de turistas accedan cada año a estos lugares o a cualesquiera de los que están estudiando seguir este modelo, por las dificultades actuales para mantener a la población residente y el riesgo de convertirse en parques temáticos.
No dejarán de ser destinos predilectos para los turistas y sus administraciones obtendrán unos ingresos extra con los que garantizar la limpieza, la seguridad, la iluminación, las papeleras y hasta el asfalto que pisan millones de personas. Todo eso tiene un coste que alguien tiene que asumir y parece injusto que sólo lo hagan unos residentes a los que cada vez les resulta más difícil vivir entre toda esa masa humana obsesionada con instagramear.
Este modelo va más allá de la tasa turística porque pone precio a la mera visita de cualquier espacio, aunque sea público. La idea es conseguir el control del aforo de una ciudad, una playa o un monte, que también lo tienen. No son pozos sin fondo. Por imaginar, sería como exigir reserva previa y cobra por visitar el Albaicín, el barrio de Santa Cruz, la judería cordobesa, la playa de Los Genoveses o el pico Mulhacén (que cada verano se parece más al Fuji). ¿Alguien piensa que no habría gente en el mundo dispuesta a programar su visita con tiempo y pagar unos euros por pisar lugares tan singulares? ¿Se quedarían desiertos de la noche a la mañana? ¿O podría ocurrir que una gestión ordenada permitiera verlos en mejores condiciones y se elevara el valor turístico hasta el punto de incrementar la demanda y el deseo de acudir? ¿Va todo esto contra el derecho a la libre circulación de personas por espacios públicos? ¿Es elitismo turístico? Opino que es un debate moderno y pertinente. El de la tasa turística no, porque es un dilema que llega una década tarde y caerá por su propio peso.
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