Hace 2.500 años, dos espartanos se hicieron famosos por colaborar con el rey persa, Jerjes I, en su invasión de Grecia en la II Guerra Médica. Corría el año 480 a.C. y los persas seguían empeñados en dominar la Hélade, aún resentidos por la derrota de Maratón. Como era habitual en la época, emplearon a mercenarios griegos. Los más recordados fueron dos: Demarato, antiguo rey de Esparta y luego asesor de Jerjes, le advirtió de las peculiaridades de Léonidas y sus chicos antes de enfrentarse en la batalla de las Termópilas; y Efialtes, el jorobado deforme de la película 300, de Zack Snyder (Legendary Pictures, 2007), aquella de tipo cómic de musculosos y disciplinados guerreros de piel aceitada y slips de cuero negro. Efialtes era otro espartano, despreciado por los suyos, que se pasó a un enemigo que le ofreció el respeto que jamás recibió de sus compatriotas. Ya recordarán ustedes la amable costumbre de Esparta de abandonar a la intemperie a los bebés con defectos físicos visibles para que murieran o fueran presa de animales salvajes, según relató Plutarco en su obra Vidas paralelas. Demarato y Efialtes son considerados mercenarios por unos autores y, directamente, traidores por la mayoría.

El mercenariado ha sido siempre corriente en todas las épocas, en todos los ejércitos y en todas las guerras. Proviene del latín merces, el "soldado que lucha o participa en un conflicto bélico por su beneficio económico".

Aquí resultan geográficamente cercanas las escenas del asedio borbónico de 1779-1783 al Peñón, cuando las murallas gibraltareñas eran defendidas por "casacas rojas" ingleses al servicio de Jorge III, junto a mercenarios alemanes de Hesse y Hannover, mientras los "casacas rojas" irlandeses, contratados por Carlos III de España, los atacaban desde los arenales de la Línea de Contravalación, hoy La Línea de la Concepción.

En estos meses de terrible y cada vez menos mediática guerra de Ucrania, nos escandaliza la presencia de mercenarios rusos como tropas de choque en el frente de Bajmut, donde se combate desde hace meses. Como Mariupol, es más un símbolo que una clave de cara a la victoria final. El Stalingrado del siglo XXI, donde los soldados rusos novatos (reclutas o delincuentes excarcelados para engrosar las filas de la Compañía Wagner) encabezan los ataques para obligar a los ucranianos a delatar sus posiciones, según el Instituto Nacional de Estudios Estratégicos de Ucrania. Como en Enemigo a las puertas, la soberbia película de J. J. Annaud (Filmaffinity, 2001).

Esos mercenarios de la Wagner también se están haciendo con el control del Sahel que abandonan los franceses, y recuerdan las prácticas de las empresas privadas de seguridad norteamericanas en Afganistán e Irak, como Blackwater, Defion Internacional o Triple Canopy.

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