Cambio de sentido

Menores sin compañía

Apelar a los sentimientos de padre del presidente, en vez de a la ley y la razón es, como poco, peligrosísimo

Mi padre fue uno de los primeros menas de este país", escucho en la radio. Lo dice, emocionado, Nelson, uno de los hijos del periodista deportivo Andrés Montes en la gala Hall of Fame celebrada en Sevilla la semana pasada. Días antes, nada menos que desde el Congreso de los Diputados, me llegaba también por las ondas la voz briosa de Santiago Abascal, Santi para los amigos, siempre tan afectuosos. Su señoría hablaba de "ataques de menas" culpables de plagar las calles de inseguridad, atracar, dar palizas y violar, e incluso de perpetrar un ataque terrorista. Dantesco. Está a un cuarto de hora de hablar del "gran reemplazo", como los conspiranoicos franceses de extrema derecha. Ante este panorama, dice el líder de la derechísima, el Gobierno les da "ayudas que no llegan a los españoles" y "dejan a los policías indefensos". Y no quedó ahí, apeló a los sentimientos de Sánchez "como padre" de sus potenciales hijas violadas. Agüita.

El discurso xenófobo y su estrategia de demonización -que no es más que una idealización del revés- tiene una variable tosca, que es la de la mentira, refutable con los datos en la mano, y otra más perversa y sutil: consiste en no reconocer de facto, sólo de iure, al inmigrante el estatus de ser alguien que siente y padece. Es como si nos quisieran hacer creer que quienes se esconden en los bajos de un camión o se juegan la vida en una patera fueran, literalmente, unos atroces desalmados. Lo mismito que se les negaba -¡ay, Bartolomé de las Casas, lo que hay que oír!- el alma a los indígenas americanos; considerándolos bestias, bien se les podría tratar como a tales. Apelar en el Parlamento a los sentimientos de padre del presidente, en vez de a la ley y la razón es, como poco, peligrosísimo. Hacerlo olvidando que quienes llegan aquí cruzando la noche y el mar también tienen corazón es convertirlos no sólo en simpapeles, también en no-personas.

Andrés Montes no fue uno de los primeros menas. Antes que él hubo otros menores no acompañados. Eran niñas y niños españoles que, gracias entre otros a Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, encontraron acogida desde el inicio de la Guerra Civil. El propio matrimonio se encargó de una docena de ellos, para lo que tuvieron que empeñar incluso sus pertenencias. Esa España que acogió a la infancia, y esa infancia española que fue acogida en el extranjero, son memoria, guía y ejemplo. Conviene -gracias, Nelson Montes-recordarlo y recordárnoslo.

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