Pocos países son tan importantes para la política exterior española como Marruecos. Una rica y valiosa historia común, fuertes lazos económicos y su situación geoestratégica al sur del estrecho de Gibraltar le convierte en un socio clave. Una coordinación bilateral es esencial en ámbitos como el control de los flujos migratorios, la lucha contra el terrorismo yihaidista, etc. En definitiva, su estabilidad es absolutamente necesaria para la frontera sur de Europa y actúa como garantía en una zona tan compleja como el Magreb, llena de amenazas.

Lo cierto es que Marruecos ha sabido aprovechar muy bien estos activos en el tablero diplomático para consolidar la ocupación del Sáhara Occidental y aprovechar sus ricos recursos naturales con el beneplácito y, en algunas ocasiones, claro apoyo claro de España y la UE que sacrificaban los derechos del pueblo saharaui y el cumplimiento del derecho internacional. En lo relativo a la protección de los derechos humanos dentro de Marruecos, tanto España como la UE renunciaron también a ejercer su posibilidad de influencia para no poner en peligro sus intereses políticos y, por supuesto, económicos.

Durante algún tiempo pareció que, a raíz de las protestas en el contexto de la primavera árabe y la reforma constitucional de 2011, Marruecos podría iniciar una vía de democratización. Pronto quedó claro que era un mero espejismo y una operación para apaciguar las revueltas populares que acabaron con algunos regímenes despóticos árabes.

La durísima represión contra los manifestantes rifeños, la dureza de las condenas, la falta absoluta de mínimas garantías en los procedimientos y la crueldad en los términos de cumplimiento de las penas muestran una realidad muy preocupante de nuestro vecino del sur. En los últimos meses la represión contra opositores y defensores de derechos humanos se ha incrementado notablemente. Podemos citar, entre otros muchos casos, la condena arbitraria al respetado historiador y defensor de los derechos humanos Maati Monjib, las sentencias contra los periodistas Hicham Mansouri y Abdessamad Ait Aicha –refugiados políticos en Francia– así como a Hicham Khribichi –exiliado en Países Bajos–,además de Mohamed Sabr y Rachid Tarik. También hace unos días nos enteramos de la violenta deportación de la activista Helena Maleno, fundadora de la organización Caminando Fronteras, con un largo bagaje de defensa de los derechos humanos de los migrantes. Parece necesario que Marruecos inicie una vía verdadera de democratización y para ello, España y la UE, si de verdad quieren ayudar a su indispensable aliado, deben ejercer de forma constructiva toda la asistencia posible a las necesarias reformas. En nuestro propio interés, es peligroso convivir con una autocracia en nuestro flanco sur. Estabilidad hoy puede ser una bomba de relojería mañana.

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