Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De aislados
Ya no quedaban lágrimas, ni gritos, ni violencia, tan siquiera podía hablarse de desesperación. Era el final. Esa etapa que en cualquier vida humana acaba pareciéndose a la de los demás. Son momentos silenciosos, se envuelven en suspiros, en brotes de llantos contenidos, pero, curiosamente se respira paz.
Era una madre que hacía años sabía cómo finalizaría su hijo pese a las cariñosas advertencias y a las enérgicas broncas de parte y parte. Ahora ella se pregunta cómo volverá su hijo de prisión, o del llamado con toques más modernos, centro penitenciario.
Sabe que no será el mismo, ella tampoco. Cuatro años de condena dan para mucho dentro y fuera de esos muros. Se pregunta con ansiedad si lo seguirá queriendo. Esa es su mayor duda, su tormento. Los últimos años de convivencia han sido dolorosos, con intentos de agresión, con desprecios continuos. ¿Lo seguiré queriendo? Se cuestiona una y otra vez. No le sirven las excusas de ausencia de un padre que nunca volvió ni jamás se interesó por el hijo común, ella lo ha dado todo por él y solo recibió disgustos. Realmente él no ha sido su hijo durante algunos años, era un problema agobiante desde el alba hasta el alba del día siguiente. Sin dormir, sin poder soñar, del trabajo al sillón a esperar que volviera. ¿Puede el amor maternal resistir tantos envites? No lo tiene nada claro. De ahí procede la paz del momento, los miedos en forma de interrogantes.
El hijo fuma un cigarrillo tras otro, interrumpe el silencio sólo para preguntar si ha metido en el macuto la colonia que le regaló su última conquista. No dice nada más. Un colega va a recogerlo para llevarlo al “talego”. "Tú no vengas a montarme el numerito". Ella ni se inmuta, está en otro nivel, en una situación más trágica. "Sé que estás pensando que entro en ese sitio por mi culpa, por no hacer caso a tus consejos. Pues esto es lo que hay, te ha salido un hijo delincuente así que te jodes y punto". Ella responde un amargo gracias. "Te he dicho, en varias ocasiones, que no toques nada de mi habitación, así que respeta mis cosas". La madre aún no le ha dicho que debe abandonar la vivienda por falta de pago, que cuando vuelva, su habitación, si la hay, será otra. Él continua con sus peticiones, ignora que este es un final.
En su monólogo interior ella piensa que debe ser cierto que el amor supera las realidades más adversas, pero en su caso más que amor ha sido una tortura.
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