La tarde del 23 de febrero es cálida en Sevilla. Manga corta, gafas de sol. Las entrañas del Guadalquivir abarcan todo nuestro olfato. Como cada año, desde hace dos, mi amigo Sergio y yo estamos de ruta por esta tierra querida, Andalucía, para entrevistar a los medallistas del 28-F. Son las seis de la tarde, aparcamos el FIAT 500 de alquiler en la calle Joaquín Morales y Torres, cerca del Palacio de las Dueñas, ese rincón mágico que vio crecer a uno de los poetas más grandes de nuestra historia.

Salimos del coche y un pobre desgraciado, apoyado en una furgoneta, camiseta negra, vaqueros anchos, pelo grisáceo que poco a poco va despidiéndose de la piel, nos mira mientras suelta toda clase de sonidos ininteligibles. Lo analizamos, nos insulta: "No me miréis, esto no va con vosotros. Tontos, que sois tontos. Tontos, son tontos…". Lo abandonamos con su enfado con su enemigo imaginario, rumbo a la calle Sol, donde se encuentra la Fundación Blas Infante.

Ha sido galardonada con la medalla que recibe el nombre del gran Manuel Clavero. La calle Sol es una de esas encantadoras que tiene Sevilla. Estrechita, hace años estaría llena de niños jugando. Más de una herida habrán causado sus pronunciados adoquines. Hoy es una de esas calles en las que maldices al GPS cuando te lleva por ella.

Nos recibe en la puerta Javier Delmás Infante, nieto del padre de Andalucía. No alcanzo a describiros la profunda emoción que me causa su presencia. La idolatría que muestro por él, por lo que representa, y que le expreso, creo que llega a rozar la incomodidad. Más estremecido aún me dejan sus palabras. La medalla, para los andaluces, para su madre y para una persona que es trascendental para nuestra historia: Angustias García Parias.

Angustias fue esa clase de mujer que, de no ser por su entrega y valentía, un hombre habría muerto dos veces. Fue la mujer que se enfrentó a su familia, plagada de latifundistas afines a los nacionales, por ver a esta Andalucía renacer. La que cosió con sus propias manos las telas blancas y verdes que Blas Infante, su marido, trajo de Marruecos para confeccionar la bandera que en 1977 encabezaría la manifestación del 4 de diciembre.

Fue aquella que llevó comida a su marido durante los ocho días que estuvo encarcelado en el Cine Jaúregui y la que no compró flores tras su fusilamiento porque no tenía tumba a la que llevarlas. Angustias, ese ángel que, como otros miles de viudas, tuvo que criar sola a cuatro hijos y, no suficiente con el dolor del asesinato, sufrió de manera terrible el yugo franquista. También ella debe estar en la lista de los que hicieron grande nuestra tierra. Cómo no va a estarlo la Madre de Andalucía.

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