Hace unos días ha terminado el Campeonato Mundial de fútbol, evento que ha mantenido al Planeta entretenido de forma apasionada. Ya lo decía Camus, "la patria es la selección nacional" y no seré yo quien contradiga al maestro y, si los más ardientes nacionalismos, dirimen hoy sus diferencias ante una inofensiva tanda de penaltis, me doy por satisfecha.

Hasta aquí todo parece más o menos bien, pero creo que es necesario mirar con un poco de detalle este amplio despliegue de medios, mensajes e intenciones ya que, desde luego, no son inocentes. Para empezar, la elección de la sede ha sacado a la luz la compra de apoyos entre dirigentes y parlamentarios en el caso conocido como Catargate. Una vergüenza, aunque ya son tantas, que estamos anestesiados ante los escándalos.

Por otro lado, las grandísimas estrellas, los ídolos que han jugado a pasar el balón y a introducirlo en las porterías, exhibiendo, eso sí, gran pericia y habilidad, también dejan mucho que desear cuando no llevan la pelota entre los pies.

Messi -y muchos otros más- es un gran defraudador. El afán de no contribuir al bienestar común evadiendo impuestos y mostrarse insolidarios, es una rutina entre los héroes de las ligas y competiciones de todo el mundo.

Otro de los astros, Cristiano Ronaldo, es de un engreimiento tal que asegura no llevar tatuajes, porque a un Ferrari no se le ponen pegatinas (Gracias, Celia, por la cita).

La estrella más rutilante de Francia, Mbappe, se partía de risa el día que a un periodista se le ocurrió plantearle que por qué no usaban los medios de transporte comunes para los desplazamientos de su equipo para ahorrar energía. Jolgorio al que también se unió su entrenador, porque, vamos, cómo van ellos a sentarse al lado de nadie en un tren o un avión.

Neymar, por su parte, se mostraba hace poco entusiasmado cuando apoyaba a Bolsonaro, gran humanista, como seguro que todos ustedes saben. Y no es el astro peliteñído el único que defiende las políticas antisociales y contra el medio ambiente del expresidente brasileño, la lista de jugadores es larga: Romario, Ronaldiño, Cafú…

Todos estos famosos, héroes y ejemplos para millones de personas y niños en el mundo, son unos soberbios, defraudadores, defensores de personajes deleznables y sólo son el vértice, la punta del iceberg de todo lo sucio que el fútbol encierra. Esa enorme mafia que constituye el circenses de nuestra sociedad. El panem ya es más difícil de conseguir.

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