"Dime de qué presumes y te diré de qué careces", reza un viejo refrán haciendo referencia a aquellos que proclaman con gran pompa y boato lo que son o lo que valen de tal manera que, al poner tanto énfasis en promocionar sus supuestas virtudes, la exageración y la falsedad de su discurso resultan evidentes hasta para los más ingenuos.

Recientemente y en relación con la investigación del caso Mediador (más popularmente conocido como el escándalo de Tito Berni), en el que un número indeterminado de diputados socialistas -quizás aburridos de pulsar botones como autómatas en el hemiciclo- consideraron que eso de la ejemplaridad era un fastidio y se dedicaron a negocios clandestinos que solían gestarse en francachelas sin medida en compañía de meretrices y con el apoyo de sustancias euforizantes de variada índole.

Los dirigentes socialistas, desde su portavoz al presidente del Gobierno, pasando por el presidente de Canarias (lugar de origen del libidinoso tío), han manifestado con rotundidad y grandilocuencia que en su partido no caben los corruptos, que no tienen constancia de actitudes deshonestas en sus filas y que, en su caso, serán contundentes con las manzanas podridas eliminándolas del cesto en el acto. Conociendo su dilatada historia de corruptelas (desde Negrín a los ERE y con Roldán como vergonzoso precedente del tito Berni) es normal que el personal se muestre escéptico ante este ataque de honorabilidad y decencia de la cúpula socialista que en cierta forma recuerda a la impostura del clérigo de El Lazarillo de Tormes, que rociaba migas de pan en su sotana para simular que había comido.

En realidad, las frases grandilocuentes, los absolutos ("nunca", "siempre"…) o las muletillas del tipo: "como no podía ser de otra manera", son fórmulas de trileros y charlatanes que sólo buscan engañar y confundir a la gente. Después de 40 años de (teórica) democracia, pocos creen ya en las soflamas de unos políticos que con la excusa de defender el bien común, utilizan su privilegiado estatus únicamente en su propio beneficio.

Tito Berni y sus secuaces forman un grotesco grupo que combina las actitudes mafiosas de El Padrino con el estrambote de La escopeta nacional (sobornos y cohechos en medio de sórdidas orgías con personajes como "El Papá", "El Curita", "Pepe el Drones", "Chocho volador", "la Paraguaya" y toda una troupe de suripantas como "artistas" invitadas). El objetivo de este (y de todos los partidos) no es, como sería deseable, desenmascarar a los corruptos, sino minimizarlos en espera de que la gente les olvide. Por mucho que nos prometan en las campañas electorales ("Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir" que escribió Quevedo), bien haríamos en reflexionar si merece la pena acudir a las urnas para volver a darles nuestro particular nihil obstat durante cuatro años más.

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