Ad Hoc

Manuel Sánchez Ledesma

Fervor religioso

03 de abril 2016 - 01:00

HASTA el más ateo de los algecireños tiene que reconocer el gran éxito de nuestra recién celebrada Semana Santa. Año tras año, las Hermandades y Cofradías locales se superan en brillantez y devoción para poner en las calles las imágenes que ayudan a la feligresía a experimentar la pasión de Cristo. Excepto el Sábado Santo (día de luto y pausa obligada entre la crucifixión y la resurrección), todos los días de la semana han visto procesionar a una o varias cofradías con sus correspondientes cristos y vírgenes; las calles atiborradas de gente para ver los pasos; una ingente sucesión de penitentes encapuchados y creyentes con promesas acompañando a las veneradas imágenes y hasta el estamento militar (representado por la Legión) escenificó una comunión entre la cruz y la espada que no se veía desde los tiempos de la batalla de Lepanto. Nada que ver, por supuesto, con las semanas santas de los tiempos de mi adolescencia allá por los primeros setenta. Apenas había procesiones un par de días y las pocas que desfilaban lo hacían de forma desangelada, con un séquito reducido y con dificultad para reclutar -incluso mercenariamente- a los costaleros que portaban los pasos. Las cofradías languidecían entre la apatía general y a sus actos protocolarios (pregones, triduos...) escasamente acudían los familiares de oradores y homenajeados.

A la vista del auge que en los últimos 30 años han experimentado estas fervorosas manifestaciones de religiosidad, cualquier observador foráneo deduciría que España (o al menos gran parte de ella) viene a ser el sanctasanctórum de aquella Iglesia Católica que tras el Concilio de Trento propugnó la Contrarreforma como respuesta a la Reforma Protestante de Martín Lutero y una de cuyas recomendaciones más importantes fue la de exteriorizar la fe mediante la iconolatría. Sin embargo y por muy a contradiós que parezca, fue en el tiempo en el que la Semana Santa se marchitaba cuando en el país imperaba el nacionalcatolicismo; cuando los escolares tenían una formación tan sólida en religión como en lengua y matemáticas o cuando los siete días de pasión eran un verdadero martirio para la chiquillería obligada -por mor de solidarizarse con el dolor de Cristo- a estar en silencio, ver películas de santos y escuchar música sacra. Ahora, la parafernalia de imaginería que invade las calles, coexiste con un desprecio absoluto hacia los valores cristianos; con un desconocimiento enciclopédico de los evangelios y demás textos sagrados y con la burla constante hacia los dogmas católicos. Todo queda en una enfermiza -y disparatada- adoración hacia un puñado de tallas de madera. Nada nuevo... panem et circenses.

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