No me considero peor ni mejor que ningún hombre, ni creo que el sexo con el que nació cada cual sea un factor determinante para evaluar la valía de ningún ser humano. Nací mujer, me siento mujer y considero que ello no debe ser un aspecto que me beneficie ni me perjudique en mi desarrollo personal a lo largo de la vida en todos y cada uno de los planos que en ella desarrolle hasta el último segundo. Si eso es feminismo, soy feminista. Pero, si alguien pretende, por el contrario, convertir el término "feminismo" en un arma arrojadiza, en un carné o en una cuestión meramente política, que no cuente conmigo.

La mujer que, como el hombre, ha trabajado desde el principio de los tiempos, tiene aún mucho que avanzar en el terreno de la igualdad. Eso es innegable. Basta sólo con ver cómo se afea a la presidenta del Parlamento Europeo, Ursula Von DerLeyen que, con grandes dosis de educación y paciencia, se ve -un día tras otro- en la tesitura de soportar desplantes muy significativos de aquellos mandatarios que aún ven a la mujer como un simple florero en el mundo. Ciertamente son muchos los caminos que quedan por labrar para alcanzar ese glorioso día en el que el Día de la Mujer, simplemente, no tenga ya sentido.

Mientras tanto, yo sigo este día luchando como uno más, porque creo que es así como podemos llegar a normalizar esa igualdad real. No se ofendan si no salgo a la calle a manifestarme, gesto que respeto y aplaudo (en eso consiste la pluralidad), al igual que espero que se respete mi derecho a reivindicar esa igualdad desde mi puesto de trabajo o desde el ángulo que prefiera hacerlo. Por ejemplo, esta tribuna de opinión. Desde ella, aprovecho para lanzar un mensaje de reflexión sobre esos otros días que no son el día de la mujer, los días en que las cacerolas no suenan, los días en que se pasan por alto tantos y tantos pequeños gestos que alimentan al monstruo de la desigualdad. No podemos pasar por alto comentarios, tendencias que nos cosifican y rebajan a niveles de la Edad Media, que nada tienen que ver con la feminidad. No podemos normalizar o incluso, a veces, importar estilos de vida que convierten a la mujer en objeto y luego llorar a sus víctimas. Cuanto sucede es el resultado de todos esos sembrados que apenas percibimos en pequeños momentos del día a día, casi sin sentir.

La educación sigue siendo uno de los principales caminos para lograr que esos estereotipos dejen de alimentar a ese enemigo silencioso; el machismo, la violencia de puertas para adentro... La lucha sigue, la lucha no termina, pero es necesario abrir las miras para que -ojalá- un día no muy lejano podamos hablar, de verdad, en femenino plural y que cada 8 de marzo sea sólo un día más entre las hojas del calendario.

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