Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La España verdadera

Toda España, ay, tierra incapacitada, no puede parecerse al Madrid liberal y esclarecido

El escritor, que es de los grandes, se lamentaba hace semanas de que toda España no se pareciera a Madrid y enterrara así sus males. Son palabras nos hacen pensar en la posibilidad de un evangelismo, y no me refiero aquí a la pastora neopentecostal, sino a algo parecido a lo de M.A.R. en Euskadi, haciendo campaña, e invitando a soñar a los vascos con ser dichosos como madrileños. No soy optimista. Son esas visitas, creo, pesadilla para los loables populares vascos y sueño para los abertzales. Pero, más allá de esta díscola periferia, tampoco otros pueblos de España pueden lograr, en un santiamén, la condición esclarecida del cuerpo electoral de la antes provincia de Castilla la Nueva. No es cuestión, como sugieren los jóvenes constitucionalistas, de llevar el Tribunal Constitucional a Cádiz o el Senado a Zaragoza, o de pensar en grande y no dar más importancia de la que tiene, a la hora de votar, a ciertos procesos judiciales. El asunto es profundo. Ese concepto singular y mayúsculo de libertad no es para cualquiera, ahora bien, el que lo lleve en su ser puede votar con los pies e irse a la Comunidad, donde nunca será charnego o maqueto. En la Comunidad, España necesaria que no fabrica clases sociales, tierra de selección natural, la disyuntiva es otra: libertad o socialcomunismo. O, si se prefiere, madrileños o social-comunistas, como matizó, con precisión de jurista, aquel consejero que advirtió de que un Gobierno de izquierdas en Madrid es contrario a lo que los madrileños son. Pero no interpreten mal. Uno nace charnego y muere charnego, pero en la Comunidad está abierta la posibilidad de votar bien y ser madrileño de primera. Esto, claro, implica costes vitales según en qué sectores. Fuera del socialcomunismo se pasa frío en el mundo intelectual y artístico, aunque en Madrid no faltan hombres capaces de soportar el calvario, amparados en los escasos recursos privados y públicos que la capital dispone. Te ofrece así aquel lugar la posibilidad de hacer la corte al débil, es decir, a la lideresa, y sentir el vértigo contestatario de lo políticamente incorrecto. Y sí, tendrá sus cosas, pero no es terrorista, ni traidora a España ni fea como Junqueras. Criticarla es oponerse a lo que más molesta a los enemigos de España. Aunque haya idiotas que piensen que lo que más molestaría a estos es un partido conservador, bien representado en Cataluña y País Vasco, que gane las elecciones. Un partido capaz de parecerse a España, aunque sea a costa de resignarse a que toda España, ay, tierra incapacitada, no puede parecerse al Madrid liberal y esclarecido.

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