Distopía

Montero se pasa todo el tiempo hablando de los afectos, pero no concibe otra relación entre los humanos que la tutela del Estado

Reformar la ley del "sólo sí es sí" supone realmente volver al Código Penal de la Manada? ¿Enmendar los errores de esta ley significa que se va a suprimir el consentimiento previo en toda relación sexual? ¿Si se reforma esta ley volveremos al siglo XIX y a los crímenes de honor? Escribo esto mientras veo el debate en el Congreso sobre la reforma de la ley de Irene Montero. Es difícil entender el dogmatismo -o peor aún, el infantilismo suicida- de Montero y Belarra en la defensa a rajatabla de una ley que tiene errores monumentales y que ya ha permitido la rebaja de condenas de 721 delincuentes sexuales (y la excarcelación de unos 70). ¿De dónde surge el cemento ideológico que provoca esta intransigencia? ¿De dónde sale esta incapacidad de reconocer un error tan evidente? ¿En qué profundidades abisales de la psique se genera esta ceguera ideológica?

Son preguntas interesantes, aunque es difícil encontrarles respuesta. Ignoro si los neurólogos han estudiado los mecanismos psíquicos que regulan el proceso por el cual un cerebro humano a primera vista saludable y competente se deja atrapar por una telaraña de mentiras y prejuicios que creemos verdades incuestionables. ¿Se dan cuenta Montero y Belarra del daño que le hacen al movimiento feminista, y más en vísperas de un 8-M? Para cualquiera que no sea un fanático o una fanática como ellas dos, el feminismo que representan es una ideología represora, moralista, histérica y plagada de tics autoritarios (o que rozan los totalitario). Detrás de sus planteamientos, por mucho que intenten disfrazarse de ideas lúdicas y transgresoras, se esconde el temible Ministerio de la Virtud y su Policía de la Moral. Y peor aún, el mundo que anuncian es un mundo frío, descarnado, inhumano, un mundo por completo desprovisto de afectos, un mundo en el que no existen los vínculos familiares ni el amor humano. Montero y Belarra se pasan todo el tiempo hablando de los cuidados y de los afectos, pero no conciben otra relación entre los seres humanos que la tutela del Estado. En su mundo ideal -ellas lo llaman Utopía-, el Estado dirige tu vida, te programa los sentimientos y determina tu vida sentimental (o más bien su ausencia). Y a cambio, el Estado -ese monstruo que monopoliza los sentimientos- te exige la sumisión absoluta. Es un mundo de autómatas, no de humanos. Una distopía.

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