Tierra de palabras

Delirio

"Paola, pon todo tu ser en la lectura: imprégnate de la generosidad que ofrece el poeta"

A veces tengo la sensación de no estar a la altura, pero en esa noche fría descubrí que estaba equivocada. Y no hablo de un frío cualquiera, hablo de todo el frío invernándome en el tuétano. Lo puedo achacar al delirio de la fiebre. Bendito estado en el que se me abrió la gran puerta.

Una, empecinada en razonarlo todo, lo achaca a ese afán de querer estar en todas partes para no estar en ninguna. Así, mientras se lee, uno se queda a veces atrapado en su historia, enredado entre líneas; y cuando oyes el lejano eco de la atención que le grita a tu abismo, te descubres colgado de algún párrafo pasado; y mientras el protagonista siguió avanzando, tú ya te hiciste con él también protagonista.

En la cama, convaleciente, tapada hasta las orejas, tiritando, antes de buscar calor en un nuevo libro de poemas, me dije: "Paola, pon todo tu ser en la lectura; imprégnate de la generosidad que ofrece el poeta". Y así lo hice. Y así paso: tanto me impregné que desbordé mi límite. Y si me preguntas, no sabría decir exactamente qué fue lo sucedido. Pero el poema despertó en mí lo que la fe al creyente. Una ceguera momentánea dio paso a un infinito de segundos. Tanta fue la entrega mía que una vez leído lo volví a leer en voz alta para todas esas almas invisibles que me habitan. Y allí estaba yo, acurrucada, con el frío interno de la fiebre que las mantas no calmaron, pero sí el poema. No podía creer lo que estaba pasando, no sabía en verdad si era mi propio delirio el que me hacía dudar de si aquella cama, si aquella estancia o aquella casa eran mías o yo ya solo era un simple verso suelto en el espacio. Y algo más: si esa forma arrebatada y visionaria de llegarme sería un antes y un después, un punto de inflexión entre yo y la lectura...

Después cerré los ojos y sin poner resistencia me dejé llevar a la otra dimensión donde siempre regresas con respuestas y también con preguntas, igual que cuando se regresa del poema. Me vi corriendo, creyendo que no llegaba… Recuperado el aliento y la compostura, abrí con cuidado la puerta: mi hermano me esperaba recostado de lado, la mano sosteniendo su cabeza, como un buda sereno y luminoso, y su mirada paró el tiempo y se fundió conmigo. Me dijo: "siéntate cerca y lee despacio… quiero estar tranquilo".

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