En estos días estamos asistiendo a la polémica generada por la iniciativa tomada por la Comunidad de Madrid de fundar una Oficina de defensa del español. Soslayando el aspecto político de la controversia (razón fundamental de la misma), parece de lo más pertinente el que algún organismo se ocupe de proteger el idioma español frente a las agresiones que sufre fundamentalmente en el país que lo vio nacer. Casi la mitad de la ciudadanía ya no tiene el derecho -reconocido en la Constitución- de primero conocer y después comunicarse en la tercera lengua más hablada del mundo y, por si fuese poco, la izquierda la ha convertido en campo de batalla político a través del llamado lenguaje inclusivo, una suerte de aberración lingüística al servicio de la ideología de género. En contra del criterio básico de cualquier idioma, esto es, la economía y la simplificación, nuestros políticos y sus medios de comunicación acólitos han apostado por emplear un lenguaje tan artificioso como ridículo y además… incorrecto. "Siempre la lengua fue compañera del imperio", escribió el humanista español Elio Antonio de Nebrija (del que en 2022 se conmemorará el V centenario de su muerte). Aunque mucho menos conocido que, por ejemplo, Sergio Ramos o David Bisbal, este notable andaluz que nació en Lebrija (la Nebrissa Veneria romana) vio en la lengua el factor unificador de los territorios de los Reyes Católicos y, a ese fin, fue el autor en 1492 de la primera Gramática de la lengua castellana. Por primera vez una obra se dedicaba al estudio de la lengua castellana, siendo además el primer libro impreso de una lengua romance y sirviendo de modelo a las gramáticas fundacionales de otras lenguas románicas: la gramática italiana de Trissino, la portuguesa de Oliveira y la francesa de Meigret. Nebrija consideraba el latín como una lengua superior y, por ello, cuanto más se acerca una lengua al latín más perfecta es. Esto hace que su gramática del castellano se asemeje a la latina. La concibe bajo el principio regidor de la ortografía al tomar como base la correspondencia fonética entre lenguaje hablado y escrito. Dividió la gramática en cuatro apartados: ortografía, prosodia, etimología y sintaxis (probablemente muchos políticos y comunicadores actuales quedarían en evidencia si tuvieran que explicarlos) y definió las partes de la oración (nombre, pronombre, adjetivo, verbo…). Nebrija completó su tarea en post de la normalización del castellano con su Diccionario latino-español y el Vocabulario español-latino, textos que alcanzaron un éxito inmediato y que se editaron continuamente hasta bien avanzado el siglo XVIII. Los huesos de Nebrija se estarán removiendo en su tumba al ver que esta España del género ya no tiene gramática que la soporte.

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