Tierra de palabras

Conjunciones

"El cerebro se iba más y más desbocando, dejándome llevar por las secuencias repletas de contrastes"

La tarde del jueves se dio la conjunción para que todo se alinease a nuestro favor: tiempo libre, horarios, disposición y ganas. Así, improvisadamente, tan solo un par de horas antes se propuso el plan de ir juntas al cine. Tanta fue la sincronización que cuando llegué al aparcamiento, justo enfrente aparcaba mi amiga llegando las dos al mismo tiempo al lugar establecido viniendo de localidades distintas y sin haber fijado una hora concreta de antemano.

Con esta habitual desinformación autorizada que defiendo, entré a la oscura sala sabiendo el bombo que la película desataba pero ajena a cuál era el argumento que tanto revuelo y premios habían producido. Y si defiendo y consiento la desinformación es únicamente porque necesito sentirme sorprendida ya que lo conocido carece del pálpito del desconcierto.

Las imágenes empezaron a sucederse y la cruda representación de la realidad comenzó, a través de las secuencias, a mandarle información al cerebro que en cada guiño de la cámara se iba más y más desbocando, dejándome llevar por las secuencias repletas de contrastes. Con giros tan inesperados que a la vez hacían girar nuestras cabezas hasta encontrarse nuestros asombros con la única luz de la pantalla, presintiendo nuestras caras más que viéndolas.

Como el director afirma, los pobres de la película son personas con talento y dignidad; sin embargo, es la falta de empleo la que les empuja a aprovecharse de los ricos. No se sabe bien en realidad quiénes son los parásitos: si los pobres que se aprovechan de los ricos o los ricos que son incapaces de realizar las tareas más elementales y requieren de sus sirvientes para hacer cualquier cosa.

De vuelta al aparcamiento, cuando nos fundimos en un abrazo para despedirnos, aparte de nuestra terrenal pero poderosa conjunción, había otra grandiosa en el cielo. Salimos del subsuelo en el que la película nos había atrapado para alzar la vista y encontrarnos con nuestra verdadera realidad, en este caso un espectacular evento: La Luna y Venus hallados en la misma longitud celeste observada desde un tercer astro, el planeta Tierra, del que podría decirse que somos nosotros sus parásitos.

Cuando arranqué el coche y viajé sola en esa nave terrestre camino al hogar, la Luna, en cuarto creciente, y su aliado Venus me guiaron sin resistencia alguna por la oscura carretera mientras mi cabeza intentaba situar las impresiones vividas en la sala. Al abrir la puerta de mi casa olía a canela; no pude evitar dar las gracias.

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