Confieso que

El mayor temor del ser humano es renunciar a lo que un día le llenó de alegría

Lloré con el final de La La Land. No solo una vez. En tres ocasiones he visto la película de Damien Chazelle y en tres ocasiones he expulsado el caudal del Ebro por los ojos. Pueden ustedes reírse hasta que se partan por la mitad. No me importa, no lo escondo. En mi círculo de amiguetes cabritos ya han cuestionado mi hombría entre carcajadas y les he contestado que jamás he sido ni seré más hombre que cuando abro el grifo ocular viendo a Ryan Gosling y Emma Stone cruzar sus miradas una última vez. Si el agua desborda, ya es que me siento el puñetero Cid Campeador o Nacho Vidal en los 2000. En mi cenáculo de culturetas me han acusado de ser un simplón víctima de una película de final de lágrima fácil. Como si para llorar hiciera falta inventar una nueva corriente filosófica, carajo.

Además, es que me niego a considerar banal el desenlace del filme. Gosling y Stone revelan y constatan una máxima aplicada en decisiones vitales: la necesidad y el deber de decir adiós a aquello que nos hizo felices para, como dice Manuel Jabois en un bellísimo artículo, continuar siéndolo de otra forma. Trasladado a la pareja estamos ante el conocido "quererse no es suficiente". Igual que uno debe saber cuándo dejar de beber, uno debe ser conocedor del momento exacto en el que hay que dejar de intentar amar. Ignorar esto puede ser catastrófico.

Leí una vez en Twitter una reflexión acertadísima sobre este tema. Todo el mundo, decía el usuario, habla de los posibles traumas de los niños cuyos padres se han divorciado, pero nadie presta atención a ese niño cuyos padres deberían haberse divorciado y nunca lo hicieron. Esto ocurre, tal vez, porque el mayor temor del ser humano es renunciar a aquello que un día llenó nuestros días de alegría. Pero aferrarse de manera insensata y dogmática a un pasado de luz puede teñir de gris el presente y ennegrecer nuestro futuro. No es trasladable esto solo al amor. También al trabajo o a la cafetería en la que llevas desayunando diez años. Es imperativo cerrar una etapa y recuperarse del tirón muscular para continuar la carrera hacia nuestros sueños. Y tal vez haya llegado el momento en el que tengamos que cambiar de barrio. Por estatismo vital, por hastío abrumador o porque el portero de tu edificio es un gilipollas y todo el mundo sabe que a un gilipollas no se le aguanta más de diez años.

Todos, en cada uno de los peldaños que hemos de subir, tenemos que pasar por ese instante en el que, tras años sin verse, Emma Stone se detiene antes de salir del Seb's, da media vuelta y encuentra la mirada de Ryan Gosling para, con tan solo una sonrisa, decir adiós y dar las gracias por lo vivido. Por el camino, los sueños se cumplieron.

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