La Caridad muda

Tú, que nominaste a todo un barrio, te has quedado muda; a ti, que la caridad te dio la vida, el abandono te está dejando morir

Te construyeron a la vez que la ciudad reinventada en un siglo de proyectos ilustrados, baterías flotantes y planos ortogonales no siempre conclusos. Adosada al hospital civil, frente a una alameda sin álamos y a dos pasos del río donde se refugiaba la flota en épocas de corso y temporales, fueron elevando tu fachada blanca y la coronaron con una espadaña sonora de campanas orientada al sol del mediodía. Remataron tu quebrada portada de arenisca local con una placa donde fue grabada una verdad tan grande como el templo que fuiste: La caridad me hizo.

Te advocaron a San Antón, que aún preside tu retablo de retocados perfiles barrocos, y cobijaste a imágenes veneradas por las gentes de la mar cercana, como una Virgen del Carmen de limpia factura que las acciones humanas se encargaron de asolar. Pervivió la corona de plata dieciochesca que el almirante Barceló donó en tiempos del Gran Asedio y el nombre que te asignaron hasta la construcción de la nueva parroquia carmelita a manos del padre Flores. Pero ni el Carmen ni San Antón. Todos te conocimos por la palabra que estaba inscrita en tu fachada: iglesia, hospital, plaza y hasta todo un barrio pasaron a ser nombrados como de la Caridad. Buen ejemplo de metonimia a partir de una placa.

Conociste tiempos mejores en un pasado de recuerdos sepias y vientos de poniente; de carrillos de infancia y cines de verano. Eras el primer hito urbano para los que llegaban desde el sur cruzando el puente del Matadero y para los que lo hacían bordeando el cauce del antiguo río, orillado de molinos, al último de los cuales -el de Bandrés- llegaba el tañido de tus campanas a través de los naranjos y las araucarias. De soslayo, viste alzarse la nueva iglesia, el nuevo teatro, nuevas escuelas, mientras la plaza seguía como siempre: entre el parador donde se hospedaban los cansados viajeros y los cafés adonde acudían artistas y civiles. El mar se fue alejando, la alameda seguía sin álamos. El hospital y los cafés dejaron de serlo, se fueron las tocas de anestesia y el coñac de propaganda, las puertas se fueron cerrando y el barrio comenzó a cambiar. Abrieron un museo, entornaron muchos quicios, pero cada Miércoles Santo se franqueaban tus puertas y seguían sonando las campanas hasta que el tiempo las ha hecho callar, ha desnudado sin pudor tu espadaña y ha dejado a la vista el esqueleto frágil de tu ruina. Tú, que nominaste a todo un barrio, te has quedado muda; a ti, que la caridad te dio la vida, la desidia y el abandono te están dejando morir en una ciudad sin río, sin molinos y con el mar cada vez más lejano. Pero sigue grabada ahí arriba, en tu fachada blanca y lisa, la palabra que marcó los espacios. Si la caridad te hizo, es ahora tarea nuestra devolverte la voz y que tu nombre acabe conjurando a la ruina, antes de que olvidemos del todo el tiempo sonoro de tus campanas.

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