Sé que han sido muchas las noches de leves vigilias transformadas en ímprobos insomnios. Sé que, como el empresario mezquino, satánico y pérfido, yo también he abusado de ti. Que en tu mente te he tenido trabajando de manera incansable, ingrata y desapacible.

Ahora sé que me he aprovechado de una máxima natural, de un vínculo inquebrantable, de un derecho que por imperativo legal he sentido siempre mío. El derecho a que estuvieras cuando yo quisiera, pero también el capricho de que te apartaras si a mí se me antojaba. Sé, sin embargo, que, más que una posible palabra de adolescente engreído, enfadado e ignorante, te ha hecho sufrir mi dolor.

Sé que te preguntaste por qué durante un tiempo decidí negarte la mano después de paseos infinitos por lo más hondo del otoño, de caídas torpes, de caras desconocidas, de miedo entre las sábanas, de carreras nocturnas por el pasillo hacia tu habitación. Esa mano que reclamaba indefenso, inhábil, frágil y veleidoso en busca del sosiego y el consuelo. Esa mano que hoy es volver a casa.

Sé que siempre te esforzabas por que te viese entera, incorruptible, divinidad carnal, inmaculada, infalible. Pero era imposible. También tú te equivocas. Sé que todavía ahora tratas de camuflar tus errores con mentiras piadosas y que maldices cuando ni una encantadora risa contenida puede enmascararlos. Pero crezco, evoluciono, envejezco, comprendo, observo y te confieso: jamás te he sentido más invencible, más diosa, que cuando, vulnerable y arrepentida, te mostrabas humana.

Ahora veo en esos inmensos ojos verdes de primavera eterna una vida que cada día te preparabas para vivir y que eran dos las razones por las que vencías a monstruos y franqueabas obstáculos. Ahora, desprovista de cavilaciones terrenales y sacrificados quehaceres, distingo en tu mirada verdecida una segunda oportunidad. Ahora, atónito, me descubro a mí mismo implorándote cuidados y lanzándote 'pásalos bien' cuando sales a disfrutar de una copa, o de dos, o de tres. De las que quieras.

En un mundo de ausencias imprevistas y fatalidades prematuras te pido -te pedimos- que vivas. Que allá por donde vayas conviertas desiertos en campos esmeraldas, que continúes devolviendo luz a la luz, que te refugies en el amor y en el brazo amigo que te acompaña, que tu sonrisa siga marcando tu piel con pliegues inexorables que demuestran, al fin y al cabo, que eres feliz. Abre el baúl de los sueños aplazados, vuelve a llenar tu cabeza de historias y viajes olvidados, no te justifiques y preocúpanos.

Sé que no te resultó fácil dejarme volar. Madre, ya no recuerdo a qué sabe la tierra.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios