Bustos Domecq

Borges y Bioy formaron una sociedad ya legendaria que se extendió por espacio de décadas

Hace unos meses se volvieron a reunir en volumen, prologado por Alan Pauls, las obras que Borges y Bioy Casares escribieron en colaboración, varios libros atribuidos al apócrifo Honorio Bustos Domecq o su no menos ficticio discípulo Benito Suárez Lynch, fruto de una sociedad ya legendaria que se extendió por espacio de décadas. A finales de 1931, un todavía adolescente Bioy, Adolfito, había conocido a Borges en la casa de Victoria Ocampo, que acababa de fundar la revista Sur. "Entre ambos, y pese a la diferencia de edad, comenzaría una gran amistad. La profeticé, pero no pude imaginarme que sería tan vigorosa", dejó dicho la matriarca de las letras argentinas. Basada en la admiración y en una vasta red de complicidades, esa amistad fructificó en una estrecha colaboración que se remonta a la redacción de un folleto publicitario -leche cuajada La Martona- sobre las propiedades de "un alimento más o menos búlgaro". Juntos editaron la efímera revista Destiempo y compilaron, con Silvina Ocampo, una célebre antología de la literatura fantástica. Juntos emprendieron prólogos y traducciones, selecciones de poesía o de relatos policiacos, colecciones de libros, "ficciones anotadas" y guiones de cine. Juntos redactaron las maravillosas e hilarantes páginas atribuidas a Bustos Domecq y otras muchas -concebidas en incontables sobremesas, de las que da cuenta el monumental Borges de Bioy- que no pasarían del esbozo. Cuando apareció La invención de Morel, hubo quienes sostuvieron que la novela de Bioy había sido escrita al dictado de Borges, una acusación persistente pero inverosímil. Este último concedió que Bioy lo había ayudado a desprenderse de su "gusto por lo patético, lo sentencioso y lo barroco". Y Borges, por su parte, había prevenido a su amigo contra la superstición de lo nuevo, que él mismo había padecido en los años ultraicos. Compartían la pasión por los libros y por las ideas, el hábito de la maledicencia y sobre todo el humor, pero sus personalidades eran muy diferentes. Borges, por ejemplo, aunque enamoradizo, era reticente o refractario al sexo, desdeñaba la novela y no apreciaba en exceso la literatura francesa. Bioy era un mujeriego compulsivo, ejercía como narrador genuino y alternaba la anglofilia con el culto de Francia. En el primero de los libros atribuidos a Bustos Domecq, Seis problemas para don Isidro Parodi, se presenta el inolvidable personaje del detective preso que resuelve los crímenes desde su celda, pero las posteriores crónicas del heterónimo tampoco tienen desperdicio. Consta que se rieron incansablemente mientras las redactaban y se hace imposible para el lector no sumarse a sus carcajadas.

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