Hace 234 años, el populacho parisino asaltó el símbolo de la represión absolutista en el corazón de París, a orillas del Sena. El gobernador de la prisión estatal perdió literalmente la cabeza, siendo paseada por las calles de la capital ensartada en una pica.

En las últimas semanas, otra plebe enardecida ha incendiado la banlieue, los extrarradios de algunas importantes ciudades francesas. París, Toulouse, Lyon, Marsella y Nantes han sido el escenario del vandalismo causado por grupos de jóvenes, dedicados a atacar edificios que representan el orden establecido en la República Francesa: ayuntamientos, escuelas y comisarías.

El origen del estallido violento, que recuerda escenas de la crisis de los chalecos amarillos, de los disturbios de 2005 o de tantas otras acciones virulentas y tan frecuentes en el vecino del norte, está en el asesinato por la policía de un joven de 17 años de ascendencia magrebí el pasado 27 de junio. El desgraciado incidente se encuentra bajo investigación.

El vandalismo nocturno se ha desatado en barriadas periféricas que comparten algunos rasgos: población mayoritaria negra o árabe, pobre y con altas tasas de desempleo; que son franceses tras varias generaciones, pero se sienten discriminados frente a los blancos; que disponen de menos oportunidades, menos atenciones y menos servicios que sus compatriotas de piel más clara y sufren una sistémica violencia policial de carácter racista. Serían la “escoria de la sociedad”, según Nicolás Sarkozy en 2005, conservador ministro del interior, que sería después presidente de la República.

El resultado es la ola de disturbios contra los símbolos del Estado, aunque, de camino, se han destruido tranvías y autobuses y saqueado bibliotecas, tiendas de teléfonos, de ropas de marca y supermercados. Y llama poderosamente la atención la participación de muchos niños que, fuera del control de sus familias, atacaban sus propias escuelas.

Se trata del relato perfecto para la manipulación por la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que plantea que el problema está en la inmigración, no en la discriminación y el racismo. El derecho a buscar refugio en otros países solo debe garantizarse a los occidentales, ya que los demás son un auténtico peligro, huyan de la guerra civil siria, del terror impuesto por los talibanes o de cualquier dictadura africana heredera, curiosamente, del colonialismo europeo. La misma ola de radicalismo ultranacionalista en que surfea Vox.

Eso sí, se dice que 14 de los 26 convocados para la selección de fútbol de Francia, subcampeona en el Mundial de Catar 2022, eran de origen africano. La distinción ideal de la xenofobia entre extranjeros ricos e inmigrantes pobres.

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