Ausencias

Llegados a una edad, aquella frase que mi padre decía se hace realidad: "Las bombas caen cada vez más cerca"

Ha sido esta semana pasada prodiga en despedidas. Unas cercanas y otras, que aun estando presentes en el día a día, no han sido tangibles ni corporales y, sin embargo, también han contorneado nuestro perfil vital. Es la diferencia más clara que se me ocurre entre el ser y estar.

Llegados a una edad, aquella frase que mi padre decía -y que a mí me resultaba simpática pero distante y extraña- se hace realidad: "Las bombas caen cada vez más cerca". Desaparecen de nuestras vidas amigos que no hacía falta verlos a diario, aunque nos hubiese gustado. Sabías que estaban allí, en ese lugar impreciso donde tus recuerdos los colocan, con rasgos definidos y añorados, y con la insensata idea de creernos eternos, pensar que en cualquier momento podemos retomar el estar juntos; hasta que un móvil o alguien próximo te hace llegar lo que tanto queremos negar: el fin que toda naturaleza humana lleva aparejada.

Otras veces noticias, de las llamadas internacionales, que nos bombardean desde todos los medios de comunicación, con ese culto morboso que nos hace crear mitos donde nuestros congéneres son declarados imprescindibles y con poderes casi sobrehumanos, obvian que, a veces, son solo importantes porque les tocó por razones de consanguinidad estar allí, aunque desempeñaran sus funciones con cierta dignidad y responsabilidad.

Otros mueren y con ellos se nos van parte de nuestra formación intelectual, que ayudaron a construir con sus escritos y que han dejado huella indeleble en nosotros aunque hayamos discrepado de lo que afirmaban, que es la más necesaria de las virtudes que los humanos podemos aprender, el juicio crítico.

Las personales, esas de las que conocemos sus voces, sus risas, compartir tiempo, tapa y cerveza, tristezas y alegrías, nos van a acompañar siempre, pero las otras, el tiempo y la Historia decidirán cuánto de importantes serán para el futuro. Isabel II con sus abrigos, sombreros, bolsos y mano que dobla en un saludo impreciso, o esas frases que como dardos te hacían pensar y leer una y otra vez hasta llegar "a lo que es" de un Javier Marías que deja tras de sí una producción literaria y el consuelo de muchas horas de lectura, aunque más de una vez estuvieses en las antípodas de lo que afirmaba.

Para todos ellos, que nos recuerdan nuestra naturaleza finita, un adiós y nuestro recuerdo, junto a un machadiano "todo llega y todo pasa…".

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