Arte de la lectura

Manguel combina el ensayismo y la crítica con ocasionales incursiones en la autobiografía

No fue Alberto Manguel el único lector que hizo de intermediario para el anciano Borges en la larga noche de su ceguera, pero parece claro que aquel episodio de adolescencia –el joven lazarillo no tenía ni veinte años– marcó para siempre a un escritor que ha dedicado desde entonces centenares de páginas valiosas al hecho mismo de la lectura. De igual modo que su maestro, Manguel tuvo una formación autodidacta y apenas pisó la Universidad, lo que no le ha impedido convertirse en un formidable erudito que sabe transmitir su lección sin servirse de jergas abstrusas, lejos de los resabios académicos o la oscuridad gratuita. De Borges heredó asimismo la pasión por las bibliotecas o las enciclopedias y no pocas de sus predilecciones estéticas, aunque al contrario que aquel, anglófilo y perfectamente bilingüe pero escritor en español desde sus inicios, el discípulo ha elegido casi siempre el inglés como lengua literaria. Hemos acudido muchas veces a libros suyos de referencia como la impagable Guía de lugares imaginarios, escrito en compañía de Gianni Guadalupi, o Una historia de la lectura, ambos disponibles en hermosas ediciones ilustradas, pero la obra de Manguel contiene otras muchas páginas dedicadas a glosar a sus autores preferidos. En sus paseos por la literatura, el argentino-canadiense combina el ensayismo y la crítica con ocasionales incursiones en una autobiografía indisociable de los libros, los de Borges, por supuesto, pero también los de Homero, Dante, Cervantes o Lewis Carroll. La lectura es “la más humana de las actividades creadoras”, nos dice, dado que leer no es un hábito meramente pasivo ni el lector permanece igual en el tiempo –“nadie se sumerge dos veces en el mismo libro”– ni su actividad se limita a interpretar un puñado de signos: “Considero que somos, en esencia, animales lectores y que el arte de la lectura, en su sentido más amplio, nos define como especie”. Tanto la ficción como la realidad se mueven en coordenadas históricas y de ellas también se ocupa Manguel, para contextualizar las obras y el modo como fueron leídas a lo largo de las generaciones o dejaron su rastro en el propio ensayista, que quizá no sea tan brillante como Borges –su entusiasmo suele orientarse al terreno de lo universalmente celebrado– pero comparte la capacidad de inculcar la fe en la gran literatura. La imagen, tan querida por su mentor, del universo como una vasta o infinita biblioteca, sumada a la convicción de que “la palabra impresa le da coherencia al mundo”, le valen para sostener que la lectura es o puede ser una razón de vida.

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