El 15 de Agosto es fiesta en España, es la fecha en la que se conmemora la Asunción de la Virgen María, dogma de fe auspiciado por Pío XII en 1950, que matiza lo que se dice en las Sagradas Escrituras al asegurar que la resurrección de los cuerpos se dará al final de los tiempos ya que en el caso particular de la madre de Jesús, esta circunstancia -según Pio XII- fue anticipada ya que: "terminado el curso de su vida terrenal fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". Son muchos los municipios que ese día festejan a la virgen en de su condición de patrona y, de estos, algunos extienden el homenaje a un quehacer adicional de la madre de Dios, a saber, la gestión de los asuntos terrenales del pueblo, un cometido que le viene dado por su nombramiento como alcaldesa perpetua por deseo expreso de la corporación municipal. Según la asociación "Europa Laica", son 165 los ayuntamientos españoles que tienen como alcaldesa perpetua a alguna de las advocaciones de la virgen; 11 los que han optado por poner el mismo cargo en manos de alguna imagen de Jesucristo e incluso 8 que han recurrido a diversos santos católicos (v.g. San Rafael en Córdoba) para que codirijan sus destinos junto a los mandatarios designados por las urnas. Lo que resulta aún más sorprendente es que tan solo 33 de estos nombramientos se hayan producido en los fervorosos tiempos del Nacionalcatolicismo, mientras que 97 de ellos han tenido lugar ya en la España democrática. El dato es tanto más chocante si se piensa en el principio de aconfesionalidad del estado que proclama la Constitución Española en su artículo 16.3: "Ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal". Es posible que alguien argumente que siendo la población española mayoritariamente católica (quizá más por tradición que por convicción) a quién podría molestar que aprovechemos la confianza y el trato familiar que tenemos por estas tierras con los personajes celestiales (como bien se puede comprobar en romerías, procesiones y demás actos de exaltación religiosa) para que nos asesoren con su sapiencia divina en nuestros litigios terrenales. Incluso podría argüirse que, en la comparativa con los políticos de carne y hueso, estas etéreas figuras salen ganando pues si bien sus iniciativas políticas (acertadas) son tan escasas como las de los ediles surgidos de las urnas, al menos no perciben remuneración alguna, no tienen necesidad de enchufar a parientes o correligionarios y son extraordinariamente frugales en cuanto a sus gastos de representación. Sin embargo, debería resultar preocupante, por un lado, que los políticos electos deleguen la resolución de los problemas cotidianos en las azarosas manos de vírgenes y santos y por otro que la Iglesia reniegue de las enseñanzas del propio Jesucristo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mateo 22:21).

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