¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Agotados de esperar el fin

Lo que más nos fatiga de la pandemia es que constantemente nos está planteando dilemas morales

Como todo en la vida, el programa Imprescindibles de TVE tiene sus días buenos y sus días malos. El de hace un par de domingos, dedicado a Jorge Martínez, líder del grupo Ilegales, fue de los estupendos. El entusiasmo de estas líneas se debe, probablemente, a que el conjunto asturiano fue uno de los preferidos de la quinta a la que pertenezco, como bien quedó patente en el gran concierto que celebraron en el solar donde hoy se levanta el Teatro de la Maestranza de Sevilla (¡con Rosendo de telonero!) ante un entregado público que, DYC mediante, coreó unas letras gamberras y gloriosamente incorrectas por las que hoy podrías acabar en el cuartelillo o, peor aún, cancelado por la Liga de Buenas Maneras Progresistas. Pocas veces como aquel día se pudo sentir en Sevilla el poder catártico de la danza y el exceso. Imagino, mi memoria no llega a tanto, que entre las canciones que sonaron estuvo Agotados de esperar el fin, uno de sus grandes éxitos y tema fundamental en la banda sonora de los ochenta.

Estos días la canción ha vuelto a rondarme el cerebro como una mosca, aunque ahora con un sentido más siniestro que en aquellos años mozos en los que uno intentaba disfrazar de nihilismo lo que en realidad era una explosión de pura vida. Todos estamos agotados de esperar el fin de una pandemia que, como los malos amores, se ha abonado al eterno retorno. Lo peor del coronavirus, lo que nos enerva y nos fatiga, no son las mascarillas, ni el teletrabajo, ni la separación social (que muchas veces son una auténtica bendición del cielo), sino, sobre todo, que nos plantea continuamente dilemas morales que ya no estamos acostumbrados a resolver. Una sociedad como la nuestra, acostumbrada al relativismo moral y al dirigismo del Estado y los medios biempensantes, ya es incapaz de enfrentarse a la agonía (en el sentido unamuniano de la palabra) de las disyuntivas. Necesitamos que Pedro Sánchez nos diga si podemos ir a cenar o no con la familia, o si dejamos a nuestros hijos ir a esa fiesta donde monsieur Covid 19 tiene barra libre. Y si no lo hace, como finalmente ha ocurrido, lo tachamos de tibio e irresponsable. Desconozco si la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores servirá para algo, pero parece claro que suena a excusa, a "esto es lo único que puedo ofrecer", a "ya son ustedes mayorcitos". Y lo peor es que el señor Sánchez, esta vez, lleva razón. Estamos agotados de esperar el fin, de vivir a lo Hamlet, de tener que cuestionarnos hasta si vamos a tomar una cerveza con los amigos. Donde hay libertad siempre hay duda. Y eso cansa.

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