Ya lo saben, ampliamos el sostén de otros cuantos credos, eximiéndoles del pago del IBI de sus templos y los espacios que destinan a celebrar sus ritos, difundir sus mitos y festejar a sus divinidades, todas verdaderas, obviamente. Dicho esto, desde el más absoluto respeto que cualquier religión, por extravagante que sea, merece. No se me vaya a mosquear alguien que, con las cosas de la fe, no se puede una descuidar.

Ese libro sagrado común que es el BOE recogerá estos sabios acuerdos alcanzados entre el Gobierno y las distintas confesiones, mediante los cuales la ciudadanía entera debe hacer un esfuerzo para proteger a los fieles del país en su desempeño religioso y correr con los gastos. Si esos fieles lo son de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, prácticamente son todos, más las inmatriculaciones, los pluses de la casilla de Hacienda, el sostenimiento del profesorado que adoctrina en las aulas…

Claro, pero es que a mí, entre tanto respeto, no se me apaga una especie de runrún, algo cercano a una sensación de gili, seguramente dada mi vituperable condición de descreída, que me lleva por los caminos de la condenación más absoluta, porque soy infiel para la totalidad de doctrinas. A ver, la gente creyente ya lo es de las religiones que no son la suya, pero, en mi caso, es de condenada total.

Hace años que conocí el Pastafarismo, la Iglesia del Monstruo del Espagueti Volador. Una solución que han encontrado en Estados Unidos para poder beneficiarse de las ventajas de las que disfrutan los cultos, más o menos establecidos, defendiendo en principio, posturas en oposición a la difusión de ideas creacionistas, a pesar del cachondeo a que su nombre nos remite. Después de reírme un rato, no pude menos que reconocer que es una idea genial y hasta un modelo a seguir.

En definitiva, lo que vengo a proponer es la creación de nuevas iglesias. Si te gusta el senderismo y quieres ahorrarte un dinerito en los locales para reunirte con tus colegas, pues llámalo religión. La Congregación del Perpetuo Camino, por ejemplo. Buscad un profeta más o menos resultón y quizá un par de mártires o santos que hayan sufrido esguinces y, listo. Si lo tuyo es el cerveceo y un grupo de amigos coincidís todos los días en el mismo bar, pensad que igual os podéis registrar como devotos del Último Aperitivo y gozar de unos descuentos en las cañas. O dadle entidad religiosa al Playismo, adoptando una doctrina que instaure como pecado dejar la Hacienda, Guadarranque, el Rinconcillo, o cualquier otra, antes de las 8 en verano. En fin, las posibilidades son muchas y sólo necesitamos ser un poco creativos. ¡Vamos, qué podemos!

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