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¡Viva Europa!

Un viaje íntimo | Crítica

Gallo Nero publica el hermoso y amenísimo libro donde la gran escritora y viajera Jan Morris evocó sus impresiones e itinerarios por el viejo continente durante más de medio siglo

Jan Morris (1926-2020).

La ficha

Europa: Un viaje íntimo. Jan Morris. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero. Madrid, 2025. 440 páginas. 34 euros

Publicado originalmente en 1997 con el título de Fifty Years of Europe: An Album, y nueve años después con el definitivo de Europe: An Intimate Journey, este libro de Jan Morris es anterior al que la misma autora dedicó a su ciudad predilecta, Trieste o el sentido de ninguna parte (2001), pero está igualmente vinculado a la actual capital de la región italiana de Friul-Venecia Julia que ella, aunque entonces era un hombre llamado James, visitó por primera vez como soldado de las tropas aliadas de ocupación en la inmediata posguerra. “Un cálido día del verano de 1946, cuando tenía veinte años, empecé a escribir un ensayo sobre la nostalgia sentada en un amarre junto al mar en el Molo Audace, en Trieste”. Así comienza el prólogo de este viaje íntimo, remontándose a la prehistoria literaria del primero escritor y después escritora que publicó antes y después de su transición, a comienzos de los setenta, algunos de los mejores libros de viajes del siglo XX. Morris llegó la ciudad adriática, casi intacta, apenas castigada por los bombardeos, después de atravesar un continente arrasado que pisaba por primera vez, y sintió añoranza por “una Europa desaparecida” que sólo conocía por los recuerdos de su madre inglesa durante sus años de formación en Leipzig. Con el tiempo Trieste, por su compleja y tortuosa historia, se convertiría para ella en un símbolo y en la encarnación de su idea de Europa.

Las historias libremente asociadas se suceden al ritmo de una conversación amistosa

Cincuenta años después de aquella estancia reveladora, a finales del siglo pasado, la autora ya septuagenaria regresó a la ciudad híbrida por excelencia para prologar este libro, calificado por ella como “un álbum personal y del todo subjetivo”, donde reunió un ambicioso panorama en el que se dan la mano la periodista, la historiadora y la escritora de viajes, que a esas alturas había recorrido muchos miles de kilómetros por los cinco continentes. Se trata de un ensayo también híbrido que tiene algo de memorialístico, en tanto que compendio de visitas y reescrituras con las que Morris buscaba “ordenar la experiencia” de su vida en Europa. Dividido en capitulillos numerados que se reparten en cinco secciones, precedidas de breves preámbulos en los que se vuelve a la materia triestina, es un libro lleno de historias libremente asociadas que se suceden al ritmo de una conversación amistosa. En Síntomas sagrados, Morris aborda “las sacrosantas complejidades de Europa”, afirmando que “sólo la religión ha brindado una identidad común y duradera” y que sería desde su nacimiento la cristiandad –ella se autodefine como “animista o panteísta”– el único rasgo que atraviese las edades. En La mescolanza trata de “la confusión étnica y geográfica”, con su profusión de fronteras, minorías, enclaves, anomalías y “sorpresas misceláneas”. En Naciones, estados y poderes sangrientos explora “la maraña que los europeos han hecho de su continente”, arrastrando a sus países a disputas interminables. En La red celebra que “Europa está unida, a su pesar, por la costumbre y la técnica”, gracias a un entramado inmemorial de caminos, canales y puertos. En Espasmos de unidad relaciona “seis amagos” de concentración, desde el Sacro Imperio Romano Germánico de la dinastía carolingia a la actual Unión Europea, pasando por las dominaciones habsbúrgica, napoleónica, prusiana y hitleriana.

Son los temas de fondo, pero las viñetas o estampas dan pie a multitud de recuerdos personales e impresiones de lo más variado, con el denominador común de la amenidad. Aunque Morris no elude los recuentos de historia política, es la cultura lo que le interesa y su infinita variedad lo que celebra, con la prosa cálida y entusiasta que convirtió en marca de estilo. Al final del Epílogo, donde deja de lado la nostalgia para mirar con esperanza el porvenir, Morris entona un “¡Viva Europa!” e invita a agradecer “el hecho de estar en este maravilloso y funesto rincón del mundo”. No se despide con palabras grandilocuentes, sino recordando la tarde en la que embarcó con un amigo en un viejo velero, rumbo al puerto de Trieste, y se bebieron “unas cuantas botellas de vino espumoso barato”, mientras el capitán del barco se arrancaba a cantar arias de Puccini.

Trefan Morys, en la campiña galesa.

Formas del arraigo

“Hace muchos años, me desmarqué del imperialismo británico en el que me había criado y descubrí la identidad galesa que llevaba en mí; un proceso que también me permitió darme cuenta de que llevaba toda la vida siendo europea”. En Jan Morris se constata la paradoja de lo que podríamos llamar un nacionalismo cosmopolita –“ninguna ruta exótica vale / para apaciguar mi nostalgia por Gales”, leemos en el epígrafe de Europa–, aparente contradicción en los términos que conjugaría el amor por el país o la patria chica con el sentimiento de pertenencia a una comunidad mayor, formada por las naciones de lo que en las Islas llaman el Continente. De joven, antes de su redescubrimiento de las raíces, Morris se consideraba, como británica, perteneciente a un “país transoceánico cuyas fronteras se extendían de Tasmania a Terranova”. Para la mentalidad del Imperio, las naciones continentales eran más extranjeras que otras partes del mundo en las que de hecho, antes de la descolonización, regía la cultura de la metrópoli. En La casa de una escritora en Gales, memoir publicado muy poco después de su libro sobre Trieste, en 2002, Morris dio cuenta emocionada de las razones de su arraigo. Es curioso el modo en que dialogan libros tan distintos y a la vez tan conectados, también por el momento vital de la escritura. En esa casa, Trefan Morys, se retiró a vivir sus últimos años la brava mujer de mundo.

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