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César Fornis: “Todos los países tienen su batalla de las Termópilas, su derrota gloriosa”

El catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Sevilla publica ‘Esparta, Ciudad de la virtud y de la guerra’ (La Esfera de los Libros), donde reivindica los “valores cívicos” de una sociedad austera y honorable.

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El catedrático César Fornis, fotografiado hace unas semanas en la Universidad de Sevilla. / José Ángel García
Braulio Ortiz

15 de julio 2025 - 06:30

“Cuanto más se estudia Esparta, más preguntas quedan sin respuesta”, aseguró el historiador J. F. Lazenby, una de las citas que escoge César Fornis, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla, para abrir Esparta. Ciudad de la virtud y de la guerra (La Esfera de los Libros), un estudio tan ameno como exhaustivo donde el especialista se adentra en la niebla que envuelve esta ciudad-Estado griega para trascender el amor por la batalla con que ha pasado a la posteridad y reivindicar también el compromiso cívico y político –esa virtud del título– de sus habitantes. La obra aborda así “el singular y apasionante mundo de unos guerreros legendarios, mas también de unos ciudadanos que encarnaron valores como la libertad, la obediencia a las leyes, la prudencia, la moderación, la sobriedad o el honor”.

Pregunta.–Lleva un cuarto de siglo estudiando Esparta. ¿Se puede decir que es el centro de su vida académica?

Respuesta.–Bueno, se ha erigido poco a poco en el centro de mi vida académica. La tesis doctoral la hice sobre otras ciudades, sobre la Guerra del Peloponeso, Corinto, Argos... Después llegué a Esparta, por un encargo, y desde entonces no la he dejado, porque tiene una especie de aura, una leyenda alrededor, que te atrapa. Esparta ha ido configurando el pensamiento y la cultura de Occidente: se convirtió en un paradigma, un referente para los humanistas y los ilustrados; decayó un poco en el siglo XIX, donde empieza a hablarse de democracia y se pone en valor Atenas. Va a resurgir, y esto lo vemos ahora como un aspecto negativo, con el Tercer Reich, que se identifica con los dorios, y los espartanos son los dorios por excelencia, una raza conquistadora, descendiente de Heracles. Les resultaba muy inspirador el epitafio de Leónidas en las Termópilas: ‘Extranjero, ve y di que aquí yacemos en obediencia de sus leyes’. La obediencia es sagrada en sociedades militarizadas. Y eso tuvo sus consecuencias en el ámbito académico, porque después de la II Guerra Mundial, en Alemania no se leyó durante décadas una tesis doctoral sobre este mundo. Günter Grass denunciaba en un libro cómo a los alemanes de su generación se les habían inculcado en la enseñanza secundaria, en el gymnasium, esas consignas, los ideales de sangre y tierra, que interpretan la Historia como una degeneración de la raza. Grass sostenía que si en una edad tan decisiva te metían eso en la cabeza te marcaban.

César Fornis. / José Ángel García

P.–En su libro habla de rigor, pero también de “honestidad intelectual”. Lamenta que muchos historiadores acepten como reales algunas hipótesis sobre Esparta.

R.–El gran problema de Esparta es que carece de fuentes propias, sólo hay dos voces, y no estamos del todo seguros, aunque casi, de que sean espartanas: dos poetas arcaicos, Alcmán y Tirteo. Todas las descripciones de las costumbres, de las instituciones espartanas vienen de gente de fuera, que subliman lo que pasó en Esparta, o lo condenan, o lo distorsionan, o directamente lo inventan. Hace unas décadas se decía que no podíamos ir más atrás del año 500 a.C, porque era imposible reconstruir la sociedad. Lo tenemos que intentar. Aunque se hunda en el mito, en las brumas de la leyenda, tenemos que desvelar los hechos históricos. Lo que predominó en esa mirada externa fue la sublimación de lo espartano. Hoy Esparta está asociada a una idea muy clara: eran guerreros. Por eso yo he titulado el libro Ciudad de la virtud y de la guerra, porque se ha perdido ese aspecto de la virtud. Pero el espartano encarnaba los valores cívicos, para ellos era muy importante el poder dedicar tiempo libre al bien común, a la gestión de lo público, a lo que es de todos. Lo que significa la palabra política: las cosas de la polis, las cosas de todos, aunque parezca que hoy nuestros representantes hayan traicionado ese sentido noble del término... Hoy hablamos de alguien espartano como alguien austero, y esa sobriedad se valoraba mucho en la política de la Antigüedad. Pero el hombre descubrió pronto que el dinero corrompe.

P.–Explica que la arqueología ha sido poco pródiga en Esparta.

R.–Sí. Atenas nos dejó el Partenón, los mármoles, y los espartanos nos dejaron el pensamiento, la teoría política, pero apenas restos, vestigios. Si hoy día un turista baja a Esparta tendrá poco que ver. Lo que ocurre es que no hablamos de una zona monumental, sino de un paisaje en el que se levantaban construcciones humildes, aldeas dispersas que no se completaban con un centro urbano. De Esparta ha quedado una imagen que remite al buen salvaje, a la economía natural, que representa al hombre puro al que la civilización no ha maleado. Cuando se estudiaba en el siglo XIX desde la antropología, los investigadores se iban a las sociedades africanas y australianas, pensando que las tribus tenían un desarrollo similar al de la antigua Esparta, que todos eran pueblos congelados en el tiempo como estatuas de sal, estancados, una idea errónea, porque todas las sociedades avanzan aunque lo hagan más lentamente. Esparta se vio siempre como una ciudad del pasado, conservadora, poco dada a la oratoria florida de los griegos. En el templo de Apolo en Delfos estaba inscrita la máxima de Nada en exceso, atribuida a Quilón de Esparta, uno de los siete sabios de Grecia. La sabiduría estaba ciertamente concentrada en una frase.

“Las mujeres de Esparta salían a la calle y hacían gimnasia. Tenían más libertad que las otras griegas”

P.–La batalla de las Termópilas ha sido recordada como ejemplo de la épica en la derrota.

R.–Sí, de la derrota más gloriosa. La cabeza de Leónidas acabó en una pica, de los 300 famosos murieron 298, pero los otros dos se suicidaron, porque en Esparta existía la creencia de que se tenía que morir con los camaradas. Y sin embargo, si tú preguntas a los alumnos Leónidas ha perdurado más que Temístocles o Arístides el Justo, que vencieron en las guerras médicas. Pero ya lo apuntaba Heródoto: Leónidas enseñó el camino a la victoria. Lo último que se dice a las fuerzas del sexto ejército de Friedrich Paulus en Stalingrado es que sean como Leónidas. También está la anécdota del cuadro de Jacques-Louis David, Leónidas en las Termópilas, que alberga el Louvre. Napoleón, recién coronado emperador, vio un primer boceto de esa pintura y no entendía por qué representaba a un grupo de perdedores. El mismo Napoleón, después de la batalla de Waterloo, encargó copias para todas las escuelas militares francesas, porque comprendió que la gloria no consiste sólo en vencer. Todos los países tienen sus Termópilas, buscan esa analogía.

P.–Simone de Beauvoir consideraba a las espartanas como símbolos de mujeres liberadas. ¿Era así?

R.–Es verdad que la mujer espartana tenía un grado de libertad que no tenía la griega en general. En Atenas no estaba bien visto que saliesen a la calle mientras que las espartanas salían a la calle y hacían gimnasia. El resto de los griegos rechazaba eso: decían que las mujeres espartanas competían desnudas en los certámenes atléticos, y eso no se podía consentir, lo relacionaban con la promiscuidad. Pensemos que antes de ser Helena de Troya, esa mujer que encarnaba la seducción (de Teseo, de Paris) fue Helena de Esparta: las espartanas, por tanto, siempre fueron vistas en el exterior con recelo. Pero Simone de Beauvoir no tenía en cuenta que sobre las mujeres espartanas pesaba la obligación de tener hijos, futuros guerreros. No eran tan libres.

P.–El historiador británico Paul Cartledge señala que, cuando se integró en el orbe romano, Esparta se convirtió en “un parque temático” de su pasado. Se adelantó a ciertos touroperadores...

R.–La Esparta auténtica entró en declive en la época helenística, después de la muerte de Alejandro Magno ya nunca volvió a ser una potencia. Su legado fue el de unos ciudadanos que se habían impuesto gracias a unas cualidades, y lo que queda en el mundo romano es que los espartanos habían sido invencibles hasta que se habían corrompido. Es una idea que llega, por ejemplo, hasta Oscar Wilde, que era un clasicista maravilloso, de joven hablaba griego a la perfección, y que cuando escribe El retrato de Dorian Gray llama así a su protagonista porque los dorios son fuertes, rudos, el capitel dorio es el que no tiene las volutas, pero su personaje es sofisticado, refinado como un ateniense. Claramente es un juego, a Oscar Wilde le encantaba jugar.

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