Cultura

El cante de Rancapino Chico llega al corazón de la Bienal de San Roque

  • El cantaor chiclanero emociona en un recital lleno de delicadeza Recuerda a Canela con una soleá, el palo en el que era un gran maestro. Hijo y nieto del cantaor lo acompañan a las palmas.

"Ésta no es una vez más para mí", arrancó Alonso Núñez, Rancapino Chico, una vez que el cronista oficial de San Roque, Antonio Pérez, hubo explicado que el cantaor chiclanero no iba a usar megafonía en el palacio de Los Gobernadores para homenajear a uno de sus referentes, Canela, en su tierra. "Aquí fue la última vez que lo vi y vengo a darlo todo por él", aseguró ante un público expectante entre el que la emoción podía cortarse con cuchillo.

Rancapino Chico empezó por soleá, precisamente uno de los palos en los que Canela de San Roque estaba considerado uno de los grandes maestros del flamenco. Rancapino conmovió por su delicadeza, por su finura, por decir un cante cargado de emoción fenomenalmente acompañado a la guitarra por Antonio Higuero.

Y luego, las alegrías, qué puede escribirse -si nos referimos a él- de unos cantes de Cádiz que tienen a su padre, el gran Alonso Núñez Rancapino inscrito con letras mayúsculas en la historia del flamenco. Él no le va a la zaga, es un heredero fiel, y con la virtud de contar con el sello propio de la juventud y el floreciente inicio de carrera cantaora que lo está contemplando. En estos cantes estuvo acompañado a las palmas por Alejandro Segovia, hijo de Canela, y Juan, uno de los nietos del cantaor honrado desde ayer en esta bienal.

Higuero brilló en el toque por bulerías mientras Rancapino Chico mantenía al salón de actos en vilo, con la tensión propia de un cante en el que se entrega sin dejarse nada. Si el flamenco es emoción y tiene que llegar al corazón del público, ahí lo bordó el hijo de Rancapino puesto en pie con una ejecutoria personal. Una que lo diferencia y le da futuro. La familia de Canela, puesta en pie desde las primeras filas, lo decía todo con su cerrada ovación cuando las bulerías tocaron a su fin.

"Vamos a hacer unos fandangazos", se animó luego el chiclanero. Estos cantes, que bordó, pusieron fin a una noche para el recuerdo. La cita reunió todas las características de la ocasión histórica que supone. Nunca, hasta ahora, intérprete jondo alguno del Campo de Gibraltar ha tenido dedicada una bienal con su nombre. Desde anoche, Alejandro Segovia Camacho, abre una vía incluso después de no encontrarse físicamente entre nosotros. Lo están y estarán ya para siempre sus cantes. Y su recuerdo. Esos mismos que hacían parecer que se encontrase anoche en Los Gobernadores con su mirada llena de profundidad flamenca.

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