Perspectivas estables en las divisas
Flaubert en Hong Kong: un corazón simple inspira una obra maestra
Drama, Hong Kong, 2011, 118 min. Dirección: Ann Hui. Guión: Susan Chan. Fotografía: Yu Lik Wai. Intérpretes: Andy Lau, Deanie Ip, Quin Hailu, Wang Fuli.
Tal vez nunca en la historia del cine se haya rodado una película que tenga una génesis tan íntima a partir de la cual se comprenda su sobria (aunque desbordante) y contenida (aunque arrolladora) fuerza emocional. La familia del productor hongkonés Roger Lee fue atendida durante 60 años por una criada de eficacia y lealtad admirables. Una mujer con una infancia plagada de pérdidas y desdichas que entró a trabajar en la casa de los Lee con 13 años. Cuando se quedó impedida el productor renunció en parte a su muy agitada vida para atender a la anciana. Afortunadamente para él pudo restituir su deuda de amor antes de que, como por desgracia tantas veces pasa, la muerte se lo impidiera.
Pagada la deuda de amor, ahora ha querido contar su historia y, dado que es un productor inteligente y experimentado, ha elegido a la persona idónea para hacerlo, la sensible realizadora Ann Hui, y la actriz perfecta, una asombrosa Deannie Yip que se alzó con todo mérito con el premio interpretativo en Venecia, para dar vida a ese corazón puro capaz de amar sin pedir nada a cambio y de servir sin incurrir jamás en el servilismo. No hay conflictos de clase, relaciones de dominio o de servidumbre entre amos y criados, abusos de unos o rencores de otros. Tampoco hay una idealización que pinte de rosa una realidad que no fue así y -lo que aún es más importante- parece imposible que fuera así. Pues así fue. Porque es posible que el amor pueda más que todas esas barreras; que servir con cariño, respeto, lealtad y eficiencia sea una forma de expresarlo; y que ese amor, lejos de ser traicionado al final por quienes lo han recibido, sea apreciado como un tesoro y restituido.
Esto puede hacer pensar que estemos ante una película blanda o engañosa. Porque cuesta menos trabajo creer lo peor que lo mejor y esperar del ser humano miserias antes que humanidad. No quiero ni pensar lo que un falsificador de los sentimientos y las realidades como Haneke hubiera hecho con un argumento de estas características en el que la servidumbre, las limitaciones de la vejez, la cohorte de dolores y miserias físicas de la enfermedad y la realidad última de la muerte tienen un papel tan importante. Pero la vida es mejor de lo que el cine con pretensiones autoriales suele reflejar; y está trenzada por las miserias y grandezas propias de esa contradictoria rareza de la naturaleza que es el ser humano.
Esta película es tan limpia y tan directa como los sentimientos y actitudes de los que trata. Nada de retórica, ni de blandenguerías. Es tan sincera que se puede permitir ser dura, y mucho, sin incurrir en nihilismos de salón o pesimismos de diseño. Ann Hui ha escogido el soberbio estilo directo y simple que sentimientos tan hondos y temas tan humanos exigen. Ni tramposamente blanda ni tramposamente dura (la segunda trampa es mucho más engañosa que la primera, porque pasa por realista). Contención. Distancia respetuosa. Transparencia. Ninguna complacencia morbosa con pretexto de sinceridad realista en los retratos -desoladores, pero siempre humanos y por ello no desprovistos de genuina ternura- del derrumbamiento con el que los años castigan. Detalles insertados con una capacidad de conmoción -las hojas de un árbol mecidas por el viento, habitaciones vacías, desoladores paisajes urbanos de deteriorada masificación constructiva- que desvelan a una gran realizadora casi desconocida en España. La conversión emocional del protagonista, el momento (una de las cumbres de esta película que no conoce valles de decaimiento) en el que decide hacerse cargo de la sirvienta, está provocada, no por grandes palabras, sino por el guiso que la buena mujer dejó hecho antes de enfermar.
Y están las miradas. La del adulto que siempre será niño para quien lo crió. La de la anciana que rebosa esa misteriosa forma de maternidad de quienes han hecho suyos los hijos de otras. La asombrosa y justamente multipremiada interpretación de Deannie Yip no oscurece el sobrio y hondo trabajo de Andy Lau. Es un espectáculo ver estas dos formas distintas de interpretar en un mismo registro de contención que no hace sino multiplicar la auténtica emoción y verdad humana que dan a sus personajes. A Rossellini le habría entusiasmado Una vida sencilla. Y al Pasolini de Mamma Roma también. ¿Qué más se puede decir de una película? Esta obra maestra, y no es la primera vez que pasa, demuestra que el espíritu del realismo humanizador y humanista que hizo la grandeza del cine europeo -la herencia de Renoir, Rossellini, De Sica, Pasolini u Olmi- vive ahora muy lejos de Europa.
Lo más asombroso del arte, cuando es grande, es su capacidad para hermanar en unos sentimientos comunes a toda la humanidad por encima del tiempo, de la distancia y de las diferencias culturales que lo enriquecen en su diversidad sin despojarle de esa raíz común que todo sentimiento humano tiene, desde Homero hasta cualquier gran escritor que ahora mismo esté terminando una obra destinada a perdurar; o desde el París del siglo XIX al Hong Kong actual. Porque esta historia real tiene la belleza, la emoción y la fuerza de Un corazón sencillo de Flaubert. La Félicité que protagoniza esta pequeña historia (solo por su tamaño: su grandeza literaria y humana la convierten en una de las cumbres de Flaubert) es un alma gemela de la Tao de esta película que, pese a tratar de hechos reales, tal vez haya buscado su inspiración en ella, como indicarían la similitud de los títulos.
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