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Medio ambiente

La berrea, el latido de Los Alcornocales

  • El ritual de cortejo de los ciervos es un espectáculo natural impresionante que se repite todos los años por estas fechas

  • La berrea, en imágenes

Un ciervo durante la berrea.

Un ciervo durante la berrea. / Erasmo Fenoy

La llegada del mes septiembre anuncia uno de los espectáculos naturales más característicos del otoño en el Parque Natural de Los Alcornocales: la berrea del ciervo, llamada así por los sonidos guturales que emiten los machos para atraer a las hembras a su territorio.

Los machos incansables, sin apenas comer, berrean durante toda la noche y a primeras horas del día. Un ritual que dura un mes y medio. Hay que marcar el territorio.

Un espectáculo único, donde los ciervos viven su etapa anual de celo. Es la ley de la supervivencia, la lucha por ser el más fuerte para poseer su harén de hembras, asegurar descendencia y perpetuar de esta manera la especie.

Nos adentramos en todoterreno en pleno corazón de Los Alcornocales. La lluvia caída en las últimas horas refresca la tarde. Aroma a tierra mojada. El otoño se deja ver en una de las fincas de Los Alcornocales, situada entre Jimena y Los Barrios. La luz es perfecta para que nuestro compañero Erasmo Fenoy refleje con su cámara este ritual.

Durante el camino nos deleitamos con un mar de alcornoques con siglos de vida. Naturaleza en estado puro. Unas vistas espectaculares e infinitas, que te hacen valorar aún más el tesoro natural de nuestra comarca. El otoño ha llegado para quedarse.

La flora y vegetación autóctona embellecen aún más la berrea. Un bosque mediterráneo y parque natural perfecto para el ritual.

Las horas comprendidas entre el atardecer y el amanecer son las idóneas para escuchar la berrea. El resto del día los ciervos machos están descansando. Algunos apenas se alimentan durante este tiempo. Nuestra visita se produce en los días más álgidos.

Llegamos a nuestro punto de destino, un pequeño claro en el bosque donde al caer la tarde los animales se acercan a comer. Poco a poco van llegando

Llegamos a nuestro punto de destino, un pequeño claro en el bosque donde al caer la tarde los animales se acercan a comer. Poco a poco van llegando. Primero las ciervas, algunas con su cría del año anterior y al fondo ya se escucha el ronco bramido de un macho, desequilibrando la paz y el silencio del lugar, aunque los últimos grillos del año rellenan el fondo sonoro.

Desafiante y marcando el territorio. Así llega nuestro macho dominante, que tiene por el momento asegurado su grupo de hembras, hasta que aparezca otro ejemplar que le rete y ponga en juego su harén de hembras, que poco a poco ha ido juntando. Su trabajo y defensa le ha costado.

Majestuoso levanta su corona repetidas veces proclamando su reinado. Berrea continuamente avisando de su presencia al resto de competidores, anunciando su victoria frente a otros ciervos menos dotados. Muestra sus cuernas altivo y orgulloso, a sabiendas de que las hembras de su harén se hallan preparadas para concebir.

Aparecen algunos varetos, ciervos más jóvenes que intentan imponerse a nuestro veterano ante el grupo de hembras. Algo complicado

Aparecen algunos varetos, ciervos más jóvenes que intentan imponerse a nuestro veterano ante el grupo de hembras. Algo complicado. La tensión sube y apenas cruzan la delgada línea roja, ya está nuestro líder dominante persiguiéndoles para demostrar su casta, valía y supremacía. Es la ley de la supervivencia, la lucha por ser el más fuerte. Después de cada bramido se abre un silencio, una pausa por la que asoman a lo lejos voces rotas de otros machos desafiantes.

En la berrea se juegan iguales los papeles de seducción y territorialidad. Como toros bravos, estos ciervos se retan cada día. En estas hierbas sí hay vencedores y vencidos.

La ronca del gamo

Testigos de este espectáculo, un gamo macho con su grupo de hembras. Con ellos no va esta guerra, pero también están en celo. Es la conocida como ronca del gamo. De hecho, se escapa algún ronquido de nuestro gamo macho, pero sin competir con su más voluminoso pariente en la potencia de los sonidos guturales.

El gamo macho hace rodar la voz por su garganta. La intención es la misma que los ciervos: seducir a las hembras, demostrar que la tenacidad de su ronquera es garantía de una descendencia fuerte.

Ciervos en Los Alcornocales. Ciervos en Los Alcornocales.

Ciervos en Los Alcornocales. / Erasmo Fenoy

En pocos días todo habrá terminado. Nuestro majestuoso ciervo macho se quedará exhausto. Desaparecerá. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Acabará el ritual. Volverá a su refugio, a estar solo hasta que de nuevo la llamada de la naturaleza se produzca el año próximo con la llegada del otoño.

Una tarde que ha tenido una testigo de excepción: mi hija Jimena. Una niña de 9 años que presencia por primera vez este ritual. Educar en el asombro. Vivir experiencias que siempre recordará. Otro momento bonito que guardará en su joven memoria en compañía de su padre.

"Papá, ¿cuándo podremos ver luchar?", pregunta en varias ocasiones. Ese momento es complicado de ver, le respondo.

La lucha por la vida. Defender su orgullo. Para ese trance, los ciervos se ocultan. Un duelo al anochecer. Está en juego la guerra de la vida. Golpean sus cuernas. Berrean. Son los lamentos de los ciervos enamorados.

Cae la tarde. La humedad del aire destapa los olores dulces del otoño. Retomamos el camino de vuelta hacia la realidad el mundo urbanita. Dejamos atrás el fenómeno sonoro más impresionante de Los Alcornocales. Un espectáculo de la naturaleza que es fácil de presenciar y difícil de olvidar.

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