Instituto de Estudios Campogibraltareños

El paisaje y Cruz Herrera (I)

  • José Cruz Herrera (La Línea, 1890-Casablanca, 1972) ha sido el artista que más lauros le ha dado a su tierra natal

  • Triunfó en el mundo del retrato y también fue un eminente paisajista, sobre todo de las medinas de las ciudades marroquíes, como Tetuán, Tánger, Rabat, Xauen, Fez o Mequinez

Inauguración de la primera Exposición individual de José Cruz Herrera. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1921.

Inauguración de la primera Exposición individual de José Cruz Herrera. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1921.

El artista linense Cruz Herrera es sinónimo, fundamentalmente, de pintor de figuras. No obstante, también trabajó otros géneros, destacando su faceta de paisajista. Esta faceta le vino dada por varios factores que iremos analizando a lo largo de esta exposición. Como resultado de ello, vamos a encontrar otra forma de tratar este género con respecto al grueso de su producción artística.

Incluso el propio paisaje lo va a desarrollar de forma diferente, según el lugar donde viva. Y es, igualmente, en el paisaje, donde vamos a ver al Cruz Herrera más vital e intuitivo, de pincelada más libre y pasional.

El paisaje como género

Paisaje o país es el nombre que la historiografía del arte da al género pictórico que representa escenas de la naturaleza. Además del paisaje natural, también se trata, como un género específico, el paisaje urbano.

El paisaje adquiere protagonismo propio en el momento en el que dejó de ser un decorado del retrato y otro tipo de escenas, ya fueran mitológicas, religiosas o históricas, convirtiéndose en algo autónomo, aunque se seguía considerando un género menor. Como preclaros antecedentes, no podemos olvidar, entre otras escuelas, la gran tradición paisajística de los pintores de las escuelas del norte (flamencos y alemanes), y, sobre todo, la pintura holandesa del siglo XVII.

A pesar de estos antecedentes, no fue hasta mediados del siglo XIX cuando los artistas eligieron usar la luz natural para estudiar y conseguir determinados efectos y aplicarlos a su pintura, por lo que tenían que salir del estudio. Quizá la clave del éxito y popularización del “plein air” (plenairismo) en el último tercio del siglo XIX fue la comercialización de los envases en tubo para la pintura al óleo y el “french box easel” o caballete transportable. A todo ello podemos sumar la expansión del ferrocarril, que le dio al artista más oportunidades al poder desplazarse a lugares lejanos con más facilidad y rapidez; medio de transporte al que se adscribió rotundamente Cruz Herrera.

Con estos avances, el impresionismo es el tipo de pintura que se impone durante estos últimos decenios decimonónicos. La principal novedad del impresionismo es la búsqueda de la luz y el color, con pinceladas rápidas y empastadas para plasmar el momento, aunque ello se traduzca en una deliberada pérdida de forma y volumen; un sacrificio que también le dio al paisaje renovados aires y frescura.

El paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando

En España la pintura de paisaje tuvo un desarrollo algo más tardío, y ese desarrollo vendrá de la mano del pintor romántico Genaro Pérez Villaamil (el Ferrol, 1807-Madrid, 1854) y, sobre todo, de Carlos de Haes (Bruselas, 1826-Madrid, 1898), que tuvieron un claro liderazgo en la modernización del género. Tanto Pérez Villaamil como Carlos de Haes fueron catedráticos de Paisaje en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Este último dejó una estela impresionante de discípulos de empaque, como Jaime Morera, Aureliano de Beruete, Agustín Riancho o Darío de Regoyos.

A Carlos Haes le sucede en la cátedra de Paisaje Antonio Muñoz Degrain (Valencia, 1840-Málaga, 1924). En 1901 fue nombrado director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid, así como consejero del Ministerio de Instrucción Pública.

El artista linense José Cruz Herrera en el esplendor de la vida (c. 1922). El artista linense José Cruz Herrera en el esplendor de la vida (c. 1922).

El artista linense José Cruz Herrera en el esplendor de la vida (c. 1922).

Con respecto a Cruz Herrera, su estancia en la Escuela se prolongó entre 1910 y 1914. Allí recibió las enseñanzas de renombrados maestros como Cecilio Plá, Joaquín Sorolla, el citado Muñoz Degrain, López Mezquita o Rodríguez Acosta.

Cecilio Pla (Valencia, 1860-Madrid, 1934) fue uno de los artistas que dejó más impronta en Cruz Herrera, como él mismo llegó a reconocer en numerosas entrevistas. Las preocupaciones básicas de Pla, profesor de Estética del color y procedimientos pictóricos, en el ejercicio del magisterio fueron, en primer lugar, que sus alumnos adquirieran una técnica “a través de un estudio disciplinado, que les permita ejercer su profesión, sin olvidar en ningún momento que es imprescindible el sentimiento y el corazón”.

La segunda era el futuro profesional de sus alumnos.

Tanto Carlos Haes como Muñoz Degrain inculcaban a sus alumnos un realismo alejado del romanticismo, despojado de todo carácter provocador, aplicado a la representación de la naturaleza, por lo que, a finales de siglo, fue uno de los géneros más practicados. Esta tendencia allanó la práctica del “pleniarismo”, dándole a este tema un protagonismo inusual hasta entonces en España. Por otro lado, tanto Cecilio Plá como Muñoz Degrain tuvieron también una etapa orientalista, argumento que despertó el espíritu de muchos de sus discípulos hacia estos temas, como Mariano Bertuchi (Granada, 1884-Tetuán, 1955) o el propio Cruz Herrera; los dos últimos grandes pintores orientalistas españoles.

Como vemos, con esta Escuela tuvo muy avanzado Cruz Herrera el aprendizaje del paisaje; género que, por otro lado, siempre había cultivado, pues siendo un adolescente, su mirada curiosa no dejó escapar los rincones más icónicos de su ciudad natal, como el cementerio o la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción.

Por otra parte, esta oportunidad que le ofrece la Escuela de Bellas Artes se ve reforzada por la asistencia a los museos y las visitas que realiza a otras ciudades, como Toledo, donde va a encontrar referencias de este género en los grandes maestros.

Los primeros precedentes: Los grandes maestros españoles

Adscrito sin reparos a la pintura de los grandes maestros españoles, Cruz Herrera nunca dejó de inspirarse en ellos. Vivir en Madrid le permitió conocer de primera mano la pintura de El Greco, Velázquez o Goya. Aunque todos fueron contrastados retratistas, también abordaron el paisaje como género propio. Siguiendo un orden cronológico, El Greco (Creta, 1541-Toledo, 1614) pintó la famosa Vista de Toledo y Vista y plano de Toledo, la ciudad que lo acogió y le supo comprender, lo que hace del cretense uno de los primeros grandes paisajistas del arte español.

José Cruz Herrera. Retrato de Jacobo Azagury. Óleo/lienzo (98x86 cm). José Cruz Herrera. Retrato de Jacobo Azagury. Óleo/lienzo (98x86 cm).

José Cruz Herrera. Retrato de Jacobo Azagury. Óleo/lienzo (98x86 cm).

Con respecto a Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660) nunca despreció el paisaje; así, en el cuadro de historia La rendición de Breda o en el Retrato ecuestre del conde duque de Olivares el paisaje cobra un significado protagonismo al ser tratado desde una perspectiva elevada, lo que le da más profundidad al lienzo. Pero no podemos olvidar los dos sencillos óleos de la Villa Médici, que le dieron al paisaje una significativa relevancia. Con respecto a Goya (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) el tema del paisaje independiente es excepcional en su obra, aunque también lo utilizó como fondo de sus escenas y retratos; no obstante, podemos destacar La pradera de San Isidro, Partida de caza o el famoso aguafuerte Paisaje con peñasco.

Primera exposición individual

Pero volvamos a la trayectoria de Cruz Herrera. Acabado el proceso de aprendizaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, a finales de 1914 obtiene una beca del Círculo de Bellas Artes para ampliar sus estudios de figura en Francia e Italia. Fue a partir de entonces cuando el nombre de Cruz Herrera empezó a emerger en el mundo del arte. Y en 1915 obtiene una tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes con el lienzo Capilla del Cristo de la Misericordia de los Duques de Osuna.

Esta trayectoria ascendente la culmina con su primera exposición individual que tiene lugar en febrero de 1921 en el Círculo de Bellas Artes; un sitio cómodo para Cruz Herrera. En la exposición exhibe cuarenta óleos entre los que destacan los titulados La madre, Valenciana, La romería, El Gildo, Sin tortura interior, Currillo el de las flores, Hijo del Zurdo, A los toros, El ídolo, El chiquillo del pájaro, Diversos trayectos, Galleguiña, Invierno y primavera, Mariquilla la del Chete, La Dora, o La Oriental; cuadros de figuras que llaman poderosamente la atención.

En la mayoría de estos lienzos podemos ver que el paisaje no es el protagonista, es la referencia, el decorado, del retratado o del grupo.

Sin embargo, también presenta dos deliciosos paisajes madrileños, como La Moncloa y El Manzanares. ¿Una concesión a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando? El río Manzanares se había convertido en un claro referente del paisajismo madrileño. Volvamos la vista atrás: fue en 1857 cuando Carlos Haes obtuvo la cátedra de paisaje con Paisaje de la ribera del Manzanares; no obstante, el tema ya había sido tocado también por Goya en Las lavanderas, y unos años después por Genaro Pérez Villaamil en Las lavanderas del Manzanares, el pintor romántico, introductor, como se ha referido, del género del paisaje en la pintura española. Esta “tradición” también la vivió de primera mano el algecireño Rafael Argelés, contemporáneo de Cruz Herrera y compañero en la Escuela, que obtuvo en 1914 una pensión del Estado para estudiar en Roma con Lavanderas del Manzanares.

Alma inquieta y viajera

Sirva como advertencia que seguir los pasos de Cruz Herrera es prácticamente imposible. Los viajes por tres continentes (Europa, América y África) a lo largo de más de cincuenta años subrayan lo dicho.

Tras el éxito de su primera exposición individual, decide emprender una gira por Sudamérica, pero antes de partir visita Tánger: es su primer contacto con Marruecos. Y del mundo exótico marroquí queda prendado.

Vuelto de América, tocado por los dardos de Diana, su estancia en Aguilar del Río Alhama (La Rioja) hace su pintura más a lo Eugenio Hermoso (Fregenal de la Sierra, 1883-Madrid, 1963), extremeño a fondo donde los haya, donde los frutos de la tierra y sus gentes más apegadas al terruño campan en el lienzo. Con esa forma de abordar el reto, plasmado en soportes de varios metros cuadrados, obtiene la segunda (1924) y la primera medalla (1926) de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid.

José Cruz Herrera. Iglesia de la Inmaculada Concepción. Óleo/lienzo (30x20cm). José Cruz Herrera. Iglesia de la Inmaculada Concepción. Óleo/lienzo (30x20cm).

José Cruz Herrera. Iglesia de la Inmaculada Concepción. Óleo/lienzo (30x20cm).

Ya famoso, 1927 será un año clave para Cruz Herrera. En diciembre expone en Casablanca. La exposición es un éxito total y le abre las puertas de Marruecos. A partir de entonces el país norteafricano se convierte en su segunda casa hasta el día de su último suspiro.

El triunfo en Casablanca lo lleva a París. En París montó un estudio, y desde allí recorrió Francia, Bélgica, Suiza, Austria, Italia, Inglaterra… Y, cómo no, de todos estos lugares deja alguna referencia paisajística que presenta en sus numerosas exposiciones. Pongamos un ejemplo: cuando en noviembre de 1931 expone en Amberes, el periódico ABC señalaba: “En Amberes pintó también algunas notas de la ciudad vieja y retratos” (ABC, 1/XII/1931).

Las exposiciones de aquellos años, los más fecundos, fueron espectaculares, y en ellas quedaron reflejadas sus vivencias. Veamos un par de muestras. Acabándose 1934 expone 71 obras en la Galerie de Rue Roget de Casablanca, donde presenta cuadros típicamente marroquíes, como Fiesta árabe o Callejuela de Fez, y obras pintadas en Suiza, Holanda, Bélgica e Italia —catálogo de la exposición—; y en 1936, entre noviembre y diciembre, expone 63 obras en la Galerie Sunica de Casablanca. Esta muestra resume la enorme vitalidad del linense, pues presenta paisajes de Argel, Venecia, Chartres, Reims, Brujas, Tetuán, Chiogia, Fez…, incluso un paisaje de Antequera y otro de Sigüenza —catálogo de la exposición—.

Cuando vuelve a España en 1940 el marco europeo queda prácticamente atrás: la II Guerra Mundial (1939-1945) aleja a Cruz Herrera de aquellos hermosos años vividos en París. Ahora se centra en España y Marruecos. Y mantiene tres estudios: uno en Madrid, otro en San Roque (Cádiz) y otro en Casablanca.

Desde su estudio de San Roque viaja por toda Andalucía, dejando testimonio de su paso no sólo por los personajes que retrata, sino también por sus paisajes. Así, por ejemplo, el 13 de diciembre de 1950 inaugura en la Galerie du Livre de Casablanca una nueva exposición compuesta por 45 óleos de temas andaluces y marroquíes. Entre lo expuesto destacan varios paisajes de Ronda, Arcos de la Frontera, Jerez de la Frontera y el propio San Roque, así como de Granada y Lanjarón —catálogo de la exposición—. Como vemos, el tiempo de estancia en el Campo de Gibraltar no lo desaprovecha, pues el espíritu de Cruz Herrera, que está próximo a cumplir sesenta años, se muestra infatigable.

Artículo publicado en el número 56 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (2022).

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