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Rafael Argelés, pintor del alma femenina

  • La mujer que retrata el pintor muestra una extrema normalidad, pero toca aspectos íntimos y profundos como la infancia negada, la maternidad o la orfandad

Retrato de mi madre

Retrato de mi madre / Rafael Argelés

Escribir sobre Argelés invita a desbocarse, pues su amplia y dilatada biografía da juego para tratar un amplio abanico de temas. No obstante, el corsé del artículo hace que se reduzcan las opciones; pero también da pie a que el autor se centre en algún aspecto en particular. Y en esta ocasión vamos a embocar al algecireño como “el pintor del alma femenina”; un aspecto poco tratado de su variada producción.

Rafael Argelés Escriche (Algeciras, 1894-Buenos Aires, 1979) nació para la pintura. Dotado de una sensibilidad extraordinaria, tuvo muy claro desde pequeño que el arte era su mundo, y en esa tesitura vivió toda la vida. Alumno del Colegio María Cristina de Toledo, formado artísticamente en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid y pensionado en Roma, pronto alcanzó el éxito y su nombre empezó a codearse con los primeros pinceles del panorama nacional. Viajero impenitente aferrado al realismo, destacó en el retrato, aunque no olvidó otros géneros.

El retrato femenino

Situado el personaje, hablar del retrato femenino es hablar de Argelés. Innumerables cuadros así lo certifican. Desde luego no es un Cruz Herrera, por cierto, gran amigo del algecireño, donde la exuberancia de las carnaciones y el rojo bermellón de los labios abruma al espectador; ni tampoco un Romero de Torres, que maneja con maestría una figura casi etérea plena de simbolismo. Cada uno en su faceta, únicos e inigualables. Sin embargo, la mujer que pinta el algecireño pasa prácticamente desapercibida por su extrema normalidad. En primera apariencia es mucho más discreta; pero realmente toca aspectos íntimos y profundos que elevan a las retratadas a otros niveles, como la infancia negada, la amistad, la complicidad, la maternidad, la orfandad, la viudedad, la pérdida de un ser querido...; emociones singulares y disturbios propios de la vida femenina encuadrados en una época en que la indefensión de la mujer era más que manifiesta.

Rafael Argelés Rafael Argelés

Rafael Argelés / E.S.

Decía Freud que la primera infancia es una etapa crucial en la que se da forma a la personalidad. Bueno, veamos a vuela pluma la infancia de Argelés. Cuando Argelés fue bautizado en Algeciras, el 16 de julio de 1894, su padre había fallecido unos días antes. En ese ambiente de orfandad, y rodeado de hermanas, pasó su primera infancia en Madrid, pues su hermano José pronto marchó de casa para iniciar la vida militar.

Esta sensibilidad que arrastraba hacia el mundo femenino, vivido de primera mano, quedó amplificada durante su estancia de pensionado en Roma. En una entrevista que le hizo el diario ABC le preguntaron:

-Argelés, ¿está usted adscrito a alguna escuela pictórica?

-Sí, a la que yo considero la única, es decir, a la de los grandes maestros de Renacimiento.

Y de Italia no sólo se trajo una sólida formación y una buena producción pictórica, sino también dos fundamentos básicos para su pintura: las madonnas de Rafael y el sfumato de Leonardo. ¡Qué dos ingredientes más sublimes y poderosos para elevar la pintura femenina!

Con estos presupuestos, vamos a comentar tres óleos pintados entre 1920 y 1922; todavía muy joven. Un periodo en el que estuvo viajando por Galicia y Andalucía para recopilar nuevos motivos destinados a su primera exposición individual, que sería inaugurada el 29 de diciembre de 1922, en los salones del Liceo de América de Madrid.

También, en ese intervalo de tiempo, se presenta a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920; Exposición afín a la primavera, cuando los pintores figurativos culminaban los grandes lienzos de estudio trabajados durante el largo invierno. En esta Exposición consigue un tercer premio con Solas; un óleo realmente conmovedor, donde abuela y nieta se abrazan ante un cirio ardiente, calificado por la crítica como “un cuadro terrorífico de acertadas expresiones”.

Ese mismo año participa en el I Salón de Otoño de Madrid, con trabajos realizados en el citado viaje a Galicia. El Salón de Otoño venía a llenar un vacío, pues los pintores más intrépidos gustaban de aprovechar la bondad del verano para realizar nuevos viajes, en un afán de encontrar motivos sugerentes. Digamos que el Salón de Otoño se había hecho a la medida de los pintores plenairistas, los más jóvenes y vitalistas, que, bajo la influencia de las nuevas corrientes, buscaban la inspiración en la luz y el aire libre. Y donde, como es natural, presentaban lienzos menos aparatosos.

Y al año siguiente estuvo viajando por Andalucía, donde visitó Granada y Córdoba. Por sus trabajos presentados en el III Salón de Otoño de 1922, es nombrado Socio de Mérito de la Asociación de Pintores y Escultores Españoles.

Hecho el recuento, ya dispone de suficientes piezas para presentar su primera exposición individual, donde el mundo femenino está presente de forma destacada. Y fue en esta Exposición donde presentó los tres óleos que vamos a comentar.

Gitanillas del Albaicín, 1921

Gitanillas del Albaicín Gitanillas del Albaicín

Gitanillas del Albaicín / Rafael Argelés

Este óleo sobre tabla, conocido popularmente como Las gitanillas, se encuentra en el Museo de Algeciras, y es, quizás, el más famoso de Argelés. Un cuadro costumbrista que realizó durante su viaje por Andalucía. Utilizado como cartel de la feria algecireña de 1986, representa dos jóvenes gitanas ataviadas con sus trajes típicos. Gabriel Morcillo, pintor granadino donde los haya, contemporáneo de Argelés, también tiene un óleo de similares características donde se aprecia claramente que el algecireño pintó a las niñas del natural, sin ficciones.

Desde luego no es un retrato de encargo. Ni el fondo oscuro es ficticio, la cueva donde habitan así lo requiere. Sin embargo, una segunda lectura más sosegada muestra que la amistad entre dos adolescentes es la verdadera protagonista del cuadro; época de complicidades, sueños e ilusiones infinitas. Cabe añadir que Argelés en ese viaje también visitó la Alhambra, donde tomó apuntes e hizo algunos cuadros. A pesar de su apego al retrato, se nota la mano de sus maestros levantinos Muñoz Degrain y Cecilio Plá, afectos sin complejos a la luz, que fomentaban los viajes y la búsqueda de sensaciones nuevas, lejos de los polvorientos estudios.

Retrato de mi madre, 1922

Retrato de mi madre Retrato de mi madre

Retrato de mi madre / Rafael Argelés

Tremendo óleo no sólo por su formato, sino por la representación que hace Argelés de su madre. Poderosa y serena figura que trasmite una seguridad y un anclaje a la vida realmente singulares. Aquí denota el algecireño una devoción, un respeto y una sentida admiración hacia una mujer que supo sacar adelante a una larga familia tras quedarse viuda, aún joven.

Como señaló Silvio Lago, crítico de La Esfera, en este lienzo se “comprendía en seguida cómo, por encima del amor filial, concediendo al corazón sus fueros, el artista buscó algo más que el natural y meritorio propósito de transmitir al espectador toda la dulce simpatía de la modelo”. Esta aseveración la subraya con las siguientes palabras: “Compuso el cuadro como un tema de asunto, lo valoró de armónicos contrastes, lo fue colmando de cadencias íntimas, donde se adivinó un placer de artista”. Un óleo que Bernardino de Pantorba llegó a calificar de “reposado y fino retrato de la madre del autor que, expuesto en la Nacional de 1922, pedía la segunda medalla”.

Este trabajo, donado por la familia del pintor a principios de 2017, forma parte de un lote de nueve obras que están depositadas en el Museo de Algeciras; aunque me consta que cuando llegó al Museo necesitaba de una amplia y profunda restauración; sin embargo, la obra lo merece. Seguro que cuando sea expuesto tendrá entusiastas seguidores.

Huerfanitas, 1922

Huerfanitas Huerfanitas

Huerfanitas / Rafael Argelés

En esta obra repite Rafael Argelés de forma más simplificada y sin artificios el tema con el que consiguió un tercer premio en la Nacional de 1920: Solas. Sin llegar a ser una grisalla, Huerfanitas presenta, según Miguel Castro Barros, “el poder de síntesis y fuerza comprensiva”. Aquí el algecireño se centra en los rostros y en las manos de las retratadas, realzadas las carnaciones y los ojos plenos de hondas emociones por el contraste de las ropas de luto. ¡Todo un clásico! Por la mente revolotean las grandes figuras del magnífico y amplio plantel del repertorio artístico español, donde el perfil psicológico de los retratados aplasta de forma arrolladora y unívoca al nombre y a las glorias terrenales del personaje retratado. Se nota la adicción que tenía Argelés por el Museo del Prado.

Decía Silvio Lago en La Esfera que Huerfanitas está "concebido y resuelto con parejo vigor pictórico y sentimiento íntimo. Cuadro éste que merece ser visto con más calma y oportunidad". Y lleva razón. Compuesto de forma triangular, la gravedad de las ropas y el fondo neutro, hacen que la expresión de las mujeres represente la soledad y la indefensión ante la vida. La rotundidad de las protagonistas, y su aparente fragilidad, que se unen como si fueran una, queda subrayada por un halo, casi un nimbo, que las envuelve, convirtiéndolas en verdaderas santidades; santidades alcanzadas por las veleidades del destino y la prosa inapelable y rotunda de la vida.

El citado Bernardino de Pantorba, el magnífico pintor y mejor crítico de arte, que conocía la pintura andaluza como nadie, dejó escrito sobre el algecireño: “La delicadeza es el mayor aliciente en la pintura de Argelés; muy pocas veces la pincelada de éste lleva la energía constructiva; al contrario, gusta de fundirse y dulcificarse; de ahí que, en su labor, las figuras masculinas resulten notablemente inferiores a las de la mujer. Todo aquello que requiere un toque suave, blando, tiene en Argelés un intérprete feliz. Su mejor ruta creo que esta en el campo del retrato femenino. En él es donde, hasta ahora, ha logrado sus máximos aciertos y donde le esperan los triunfos del mañana”.

Para terminar, me adhiero sin fisuras a lo que dijo Silvio Lago sobre que los retratos femeninos de Argelés merecen una segunda lectura; pero yo quizá añadiría algo más. Merecen verse en la intimidad, sin prisas..., así se comprenderá mejor el alma de las retratadas.

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