Enciclopedia de La Línea

Personajes ilustres, famosos y populares (LXXXIII)

  • El autor recuerda la trayectoria de Monsieur Garnier, más conocido como 'El tío del aparato'

Monsieur Garnier.

Monsieur Garnier.

La Enciclopedia de La Línea recoge en el tomo III las biografías de 329 personajes linenses o muy vinculados a la ciudad. Están representados casi todos los estamentos y profesionales. Contiene historias de literatos, pintores, docentes, sacerdotes, médicos, cantaores, cantantes, bailaores, compositores, músicos y toreros, además de psicológicos, locutores, deportistas y actores.

Monsieur Garnier ('El tío del aparato')

Esta es la historia de un hombre que, empujado por los azares de la vida, hizo su aparición en La Línea allá por los años 1910. Aquel hombre fue Monsieur Garnier Tous du Santos, más conocido por el Tío del Aparato. Este nombre no le dirá nada a los más jóvenes, pero si que recordará a los más viejos las andanzas y peripecias de un personaje que se hizo muy popular en esta ciudad.

Unos decían que era un filósofo, otros que un intelectual, pero sus primeros tiempos fueron de un estimado profesor de francés. Según leemos en la prensa de la época, decía que de la historia de Monsieur Garnier nunca se supo de verdad, pues en ella se mezclaron la leyenda con el misterio y lo único que conocemos es que era francés y que vino de Portugal en 1910. Decían que era un fraile de una orden religiosa y que con motivo del destronamiento del rey de Portugal, abandonó el estado religioso y se internó en España, porque siguiendo los dictados de su conciencia no quiso participar en forma alguna en una contienda fraticida.

Enrique Sánchez-Cabeza Earle empezó a tratar a Monsieur Garnier cuando todavía era un niño. Fue uno de sus alumnos de francés y para él es esta la versión que tomó por buena, la que corresponde a la vertical actitud adoptada por Monsieur Garnier en los últimos años de su existencia: la absoluta renuncia a todos los bienes materiales.

El caso es que este señor se presentó en esta ciudad con el atuendo de un caballero algo excéntrico, traje de levita negro, sombrero de bombín y unos trotes de soldado inglés. Su aspecto físico, lo más parecido al filósofo o sabio alquimista o la de un rabino sefardí. Contaban los que lo conocieron que tenia frente ancha, ojos azules con gafas redondas en montura de acero, nariz aguileña, barba de chivo a lo Valle-Inclán con melena de león, lo que calificaríamos hoy como un autentico hippie. Eso sí, Monsieur Garnier era un pulcro y correcto caballero, profesor de francés, poseía una amplísima cultura y llevaba una vida espartana. Esa conducta intachable y sus grandes dotes intelectuales llamaron muy pronto la atención de todo el mundo, así es que en seguida se vio solicitado por muchas familias acomodadas de La Línea para que diera clases de francés a sus hijos y se ganó el aprecio por su carácter amable y bondadoso.

Uno de los primeros protectores que encontró fue a Francisco Berenguer, dueño del “patio de los balcones” de la calle Gibraltar, en el cual le cedió una habitación de la planta baja donde vivió durante varios años. En aquella época el caballero profesor solo vivía de sus clases de francés, de las que tenia numerosos discípulos. Pero he aquí que de pronto el profesor comienza a evolucionar en sus ideas e influenciado por la filosofía naturalista, decía que el hombre mientras no fuera libre como los pájaros, no encontraría su verdadera felicidad.

Fiel a estas ideas, comenzó a querer imitar el vuelo de las aves y se enfrascó en el invento de un primitivo aparato volador, una especie de alas construidas con telas. Las alas fueron construidas en el Taller de Cantería de José Torres en la calle Aurora, frente a la calle Sevilla (hoy Padre Cantizano). En este taller y entre las miradas atónitas y sonrisas burlonas de los curiosos, fue ensamblando Monsieur Garnier el extraño artefacto volador, muy parecido al que ideara Leonardo da Vinci.

La casa de los balcones de la calle Gibraltar. La casa de los balcones de la calle Gibraltar.

La casa de los balcones de la calle Gibraltar.

Después de algunos ensayos, realizó la primera prueba. Unos dicen que el lanzamiento lo realizó en 1914 y otros que en 1922, pero en lo que muy pocos coinciden es en qué lugar hizo la prueba. Existen varias versiones: la azotea de la Casa de los Balcones en la calle Gibraltar, la Plaza de Toros, la Comandancia Militar (hoy Museo de Istmo), la Fábrica de fideos de Luis Ramírez Galuzo, en el espigón de San Felipe y la Fábrica de Corchos. Pero de todas estas versiones, la que más se aproxima a la verdad es la Fábrica de Corchos como el lugar donde realizo el lanzamiento. Una verdadera locura que por poco le cuesta la vida a aquel pobre imitador de los hombres voladores.

No se sabe si fue como consecuencia de este fracaso de inventor aéreo cuando el señor Garnier cambió de modo de vida. Usó por traje un baby de crudillo hasta los tobillos, andaba descalzo, no se lavaba, dormía en un montón de papeles y trapos y la miseria y la suciedad comenzaron a ser un habito: andaba descalzo por las calles y plazas, entonces no muy bien pavimentadas. Pisaba firme sin preocuparse dónde lo hacía y no fueron pocas las veces que sus pies sangraban por las heridas ocasionadas por los trozos de vidrio o metal que no se preocupaba en curar. Dios lo puso en mi camino, afirmaba. 

A pesar de ello continuaba dando clases de francés a quien lo solicitaba, desde luego no cobraba mucho por las lecciones ya que no tenia ni para comer. La desvariación mental fue degenerando en una especie de psicosis que lo llevó a despreciar las comodidades e higiene más elementales. Pero pese a eso, su inteligencia y sus habilidades manuales daban buena prueba de sus dotes de inventor, ideando diversos utensilios de precisión científica y de utilidad casera. Por ejemplo: su creación más perfecta y que le valió el calificativo de “tío del aparato”, fue un telescopio de gran potencia con el que se podía observar perfectamente los astros y algún planeta. Con este aparato que colocaba durante el día en el Mercado de la Concepción (puerta del Café Tánger) y en la Explanada (Plaza de la Constitución), así como durante las ferias en el Paseo de la Velada se ganaba la vida el señor Garnier.

También fabricaba caleidoscopios con unos canutos de caña donde introducía pedacitos de cristales de colores que formaban curiosos dibujos. Estos productos que eran verdaderos objetos de artesanía. Junto con el telescopio y algunas lecciones de francés apenas si le dejaban para comer.

Monsieur Garnier vivió muy pobre y en la mayor de las miserias, durmiendo en un montón de papeles y trapos, en su ultima morada de la calle San José, desde donde fue trasladado en un acto de caridad al Hospital Municipal, donde murió por los años 1941 o 1942.

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