LA CALAVERA Y LA ROSA. HABLAN LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA

Pulmón y corazón: Gino Birindelli, el Ulises italiano que asaltó el puerto interior de Gibraltar (y II)

  • El almirante fue condecorado con la Medalla de Oro al Valor Militar por esta acción

  • Ninguno de aquellos seis italianos protagonistas del ataque del 30 de octubre volverían a sumergirse en la Bahía de Algeciras

Acorazados británicos amarrados en el South Mole de Gibraltar. El de la derecha ocupa la posición que la noche del ataque ocupaba el HMS Barham. El maiale indica el punto en el que Birindelli se vio obligado a abortar la operación.

Acorazados británicos amarrados en el South Mole de Gibraltar. El de la derecha ocupa la posición que la noche del ataque ocupaba el HMS Barham. El maiale indica el punto en el que Birindelli se vio obligado a abortar la operación.

En solitario, comenzó a navegar sobre un fondo lleno de rocas sin poder evitar que, en varias ocasiones, estas llegaran a golpear el casco. Sigue contando Birindelli: "Después de casi 10 minutos, el aparato de repente se detuvo… Puse varias veces el motor en marcha y comprobé por el sonido que funciona con bastante regularidad. No obstante, el aparato seguía sin moverse. Pensando en que algo se hubiese enredado en la hélice procedí a inspeccionarla sin encontrar nada. Posiblemente se tratase de una avería en la transmisión causada por los golpes contra el fondo. Yo me encontraba a unos setenta metros del objetivo por lo que, a pesar de las limitaciones que me imponía mi pulmón dañado, no quise abortar la misión después de haber llegado a tan pocos metros de mi objetivo".

A pesar de que era perfectamente consciente de los riesgos, durante unos treinta minutos intentó arrastrar el pesado artefacto por el fondo. Como era de esperar, el aumento del ritmo respiratorio provocado por aquel esfuerzo, terminó bloqueando el funcionamiento de la cápsula de cal sodada del saco-pulmón; lo que a su vez, disparó la concentración de anhídrido carbónico en el flujo que respiraba y pronto comenzó a sentir los síntomas previos a la pérdida del conocimiento.

"Entonces -declararía luego- decidí salir a la superficie donde, completamente extenuado, me di cuenta de que apenas había conseguido reducir la distancia que me separaba del blanco. Todo aquel esfuerzo apenas había servido para desplazarme un pequeño tramo y el artefacto aún se hallaba a cincuenta metros del Barham. Llegados a ese punto, no me había quedado otra opción que volver a sumergirme, activar la espoleta que detonaba la carga explosiva e intentar salir del puerto...".

El Secondo Capo Damos Paccaginini, segundo tripulante en el binomio de Birindelli. El Secondo Capo Damos Paccaginini, segundo tripulante en el binomio de Birindelli.

El Secondo Capo Damos Paccaginini, segundo tripulante en el binomio de Birindelli.

El contacto con el aire lo había reanimado y se puso a nadar muy despacio para intentar salir de la base sin llamar la atención. Una vez alcanzó las barreras de protección, se apoyó en una de las boyas para desprenderse del traje y del autorespirador, quedándose con el pantalón y el jersey de lana reglamentarios. Aprovechó el momento para recorrer con la vista la superficie del puerto interior en un infructuoso intento de localizar a su segundo. Seguramente, Paccagnini se encontraba ya agarrado a la boya donde, pocas horas después, sería localizado por los británicos.

En aquellos momentos seguía convencido de que sus compañeros habían conseguido fijar sus cargas. Sigue contándonos Birindelli: "Una vez perdido el contacto con el artilugio, la única cosa que tenía en mente era llegar hasta la playa de La Línea. Concretamente al punto donde se había convenido que nos esperasen nuestros agentes para llevarnos en automóvil a Sevilla y partir luego en avión hacia Italia. La idea era que, al día siguiente, estuviésemos todos en La Spezia y poder así decir que las naves que se habían hundido aquella noche en el puerto de Gibraltar habrían sido hundidas por el Espíritu Santo porque nosotros estábamos en la base debíamos mantener a toda costa el secreto absoluto sobre estos medios".

El esfuerzo continuado iba a terminar obligándole a alterar su plan original: "Después de nadar unos 200 metros en paralelo al muelle del carbón, comencé a sentir unos calambres en brazos y piernas que fueron aumentando gradualmente hasta que no pude mantenerme a flote". Con un último esfuerzo, se agarró a un cabo y a brazo, consiguió subir al muelle donde, prácticamente extenuado, permaneció unos veinte minutos escondido tras unos sacos de carbón. Recuperado el aliento, se remangó el jersey para ocultar las divisas de Teniente de Navío e intentó pasar desapercibido mezclándose con los obreros, pescadores y operarios, muchos de ellos españoles que, cada vez en mayor número se cruzaban con él.

Según recordaría luego, "el estado de suciedad de mi ropa y el hecho de estar completamente empapado, no dejaba de atraer las miradas pero, en un primer momento, nadie me dijo nada. Anduve por las proximidades del centro de Gibraltar". 

"Hasta que vi amarrada una pequeña barquilla con nombre español -Santa Ana- y decidí refugiarme en ella con la intención de pasar allí la noche e intentar luego dar el último salto a España. A cambio de que no me hicieran preguntas, entregué a sus ocupantes las cincuenta pesetas que llevaba en un saquito de goma. Pero los vigilantes ingleses que patrullaban por el puerto me habían visto y no tardaron en subir a bordo y preguntar a la dotación española si yo formaba parte de la tripulación. El marinero español contestó que no. Entonces me detuvieron y me llevaron ante un joven oficial inglés que, a las siete de la mañana, se disponía a tomar su taza de té. En principio no me echó mucha cuenta y tomándome por un mendigo, se limitó a decirme que me sentara en un rincón y me quedara quieto, mientras él seguía tranquilamente con lo que estaba haciendo. Sólo que poco después, los doscientos cincuenta kilogramos de Trinitrotolueno de la carga que yo había activado explotaron. Y francamente, doscientos cincuenta kilogramos de alto explosivo explotando en el puerto de Gibraltar a cincuenta metros de un acorazado desencadenaron lo que, en términos cuarteleros, se llama un 'carajal'. Todos empezaron a correr de un lado a otro, las sirenas de alarma sonaron, las naves que estaban amarradas comenzaron a moverse y se escucharon disparos".

"Instintivamente me planté ante una ventana desde la que podía ver la arboladura de las naves de guerra, convencido de que aquella explosión estaba relacionada con los maiali de Tesei y De la Penne. En consecuencia, con el corazón en la boca, esperaba ver cómo la superestructura de alguno de esos buques se hundía en el mar. Pero no sucedió nada. La carga que había explotado era la de mi propio artefacto. Fue entonces cuando el oficialito que estaba conmigo de pronto me miró y me preguntó "¿Pero quién demonios eres tú?"".

En medio de toda aquella agitación, Paccagnini había sido también localizado y detenido. Nadie dudaba ya que aquellos dos italianos habían sido los responsables de la explosión. La cuestión que se planteaba ahora era determinar cómo habían conseguido llegar a las aguas interiores del puerto y qué medios habían empleado. Ambos fueron llevados a las dependencias del servicio de seguridad de la base para ser interrogados. Paccagnini se limitó a declarar que él era sólo un subordinado y que se limitaba a ejecutar las órdenes que le daban. Poco más pudieron obtener de él. En otro lugar, Birindelli estaba siendo trabajado por un Capitán de Fragata; "un perro viejo", según el propio Birindelli, que le sometió a las conocidas técnicas de interrogatorio para hacerle hablar. "Yo me inventé una historia. Les dije que pertenecía a la tripulación de una lancha torpedera que se había hundido en el Estrecho... cuando de forma reiterada me pidieron que dijera su nombre, yo me negué. Finalmente, el Capitán de Fragata echó mano de su última arma, que era la más inteligente, y me dijo: "Usted sostiene -era ya la segunda noche del interrogatorio-, que ha llegado a Gibraltar con una lancha torpedera y que luego ha conseguido entrar en el puerto agarrado a unos restos, etc. Bien, vamos a darlo por bueno. Pero si esto es así, ¿Me puede explicar cómo es posible que un hombre que ha pasado por todas esas peripecias que usted cuenta, puede encontrarse a las siete de la mañana en los muelles de Gibraltar... perfectamente rasurado?". Yo me había olvidado del afeitado general que habíamos tenido en el Sciré antes de nuestra partida. Pero era evidente que el perspicaz oficial se había dado cuenta enseguida de ese detalle".

Los ingleses no tardaron en hacerse una idea algo más precisa de lo ocurrido tras encontrar los restos destrozados del maiale en el fondo del puerto. Además, habían conseguido fotografiar la sección motriz de Tesei que había aparecido varada en la playa linense del Espigón. Empeñados en conocer la naturaleza de estos medios de asalto, el servicio de seguridad de Gibraltar llegó a amenazar a Birindelli con fusilarlo como saboteador y a fin de presionarle dejándole entender que había llegado su última hora, una mañana incluso llegaron a enviarle un capellán. Todas estas estratagemas no servirían de nada y aquel Teniente de Navío italiano se convirtió en prisionero de guerra convencido de que, tal como la Regia Marina esperaba, la verdadera naturaleza de aquellos innovadores medios de asalto se había mantenido en secreto.

Tras pasar por varios lugares de internamiento, Birindelli terminó en un campo de concentración para prisioneros de guerra italianos localizado en Yol, en el valle del Kangra al norte de la India justo a los pies del Himalaya. Allí permanecería durante tres años junto a otros doce mil compatriotas, entre los cuales se encontraban algunos de los veteranos de Boca di Serchio como el Capitano del Genio Navale Elios Toschi, coinventor de los maiali o el Capitano delle Armi Navali Vincenzo Martellota, uno de los héroes de Alejandría.

Consciente de la importancia de su testimonio para la pervivencia de la unidad y siguiendo la prescripción del punto nueve del decálogo de los operadores de maiali, aprovechó una de las cartas que envió a su madre, para escribir: "Di a Bruno que estudie seriamente para su examen de graduación y le saldrá como espera. Seguramente promocionará porque los profesores no son tan malos como parece. Yo fui rechazado por la misma razón que Luigi en su segundo intento. De manera que dile que estudie y que no se deje llevar por la pereza".

Ante aquellas frases en apariencia inexplicables, la señora Birindelli decidió entregar la misiva a Bruno Falcomatá, el médico de Bocca di Serchio quien, junto a Tesei, de la Penne o Borghese no tardaron en descifrar su contenido. Era evidente que el motivo de que su ataque no se hubiese culminado con éxito había sido el mismo fallo técnico que había afectado al maiale de Luigi (Durand de la Penne). Sin embargo, en su opinión, estos fallos no debían desalentarles sino motivarles a seguir perfeccionando técnicamente aquellos ingenios porque, según les decía, el enemigo (los profesores) aún no sabían con precisión a qué se enfrentan. En resumidas cuentas que aquella misión había servido para demostrar que los ataque por sorpresa por parte de los maiali eran factibles. Aquellas palabras no cayeron en saco roto porque, basándose en gran medida en el resultado de su acción, el Estado Mayor de la Regia Marina decidió dar una nueva oportunidad al empleo de los medios de asalto; decisión que, a la postre, haría posible los espectaculares triunfos que estos obtendrían unos meses después, tanto en Alejandría como en Gibraltar.

El precio había sido elevado. Lo ocurrido durante la B.G. 2 había agravado tanto el estado de sus pulmones que una comisión medica del campo llegó a recomendar su repatriación tras declararle inútil para el servicio. En lugar de ello, los británicos pensaron entregarlo a los norteamericanos y así evitar que pudiese aprovechar la repatriación para volver al servicio activo. En cierta forma, parecían intuir lo que iba a suceder en el otoño de 1943 cuando, a pesar de sus graves lesiones y tras ser repatriado a instancias del nuevo gobierno italiano surgido del armisticio, se reincorporó a las filas de la nueva Marina Real.

A diferencia de muchos de sus antiguos camaradas, aquella decisión le permitiría culminar su carrera como marino de guerra, ejerciendo primero el mando del Commando Reagruppamento Subaquei que -por iniciativa suya- lleva desde entonces el nombre de su amigo 'Teseo Tesei' y mas adelante, de la 1ª División Naval o del conjunto de la Flota italiana. Finalmente también llegó a asumir el cargo de Almirante Jefe del Mediterranean Command de la OTAN y por lo tanto, el mando de las Fuerzas Navales de la Alianza en el Sur de Europa; un mando cuya sede se encontraba -paradojas de la vida- en la isla de Malta, uno de los tres grandes objetivos de su antigua unidad.

El HMS Valiant, en 1916. El HMS Valiant, en 1916.

El HMS Valiant, en 1916.

A la postre, ninguno de aquellos seis italianos protagonistas del ataque del 30 de octubre volverían a sumergirse en la Bahía de Algeciras. Birindelli y Paccanini habían sido hechos prisioneros. El Capitán Teseo Tesei y el suboficial Alcide Pedretti encontrarían la muerte el 26 de junio de 1941 durante una operación de ataque similar contra la base de Malta. Mientras a De la Penne y Banchi les esperaba la gloria después de que, el 19 de diciembre de 1941, penetrasen en la base de Alejandría y echasen a pique al acorazado HMS Valiant; una operación que nunca hubiese tenido lugar sin el empeño y la voluntad desplegadas por aquel moderno Ulises italiano que con su maiale había conseguido forzar las aguas del puerto interior de Gibraltar.

Tras repasar su trayectoria, no es extraño pues que el hecho de haber sido condecorado con la Medalla de Oro al Valor Militar por esta acción se recuerde en la avenida de Eboli que hoy lleva su nombre, que el Museo de Eden Camp en Inglaterra le haya dedicado una sala o que, con motivo de su muerte el 2 de agosto de 2008, el entonces presidente de la República Giorgio Napolitano le definiese como "un hombre insigne y un valiente marino que supo ser un claro ejemplo de incomparable abnegación, un alto sentido del deber y un incomparable espíritu de sacrificio".

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