LA CALAVERA Y LA ROSA. HABLAN LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA

Junio Valerio Borghese. Patricio romano y sottomarino de asalto (y II)

Artística recreación del inicio de la maniobra de aproximación de los maiali.

Artística recreación del inicio de la maniobra de aproximación de los maiali.

En lo que a la base de Gibraltar se refiere, la Inteligencia naval italiana recibía una constante riada de información sobre las salidas y entradas de los navíos de guerra. Esta venía alimentada por una amplia variedad de fuentes. Por un lado estaba la observación permanente que sus agentes realizaban sirviéndose de observatorios localizados por toda la Comarca, la que ocasionalmente les proporcionaban los colaboradores que tenían entre los trabajadores que cada día cruzaban la Verja y la que, de una forma no siempre extraoficial, les llegaba de los otros servicios de inteligencia vinculados al Eje presentes en la zona.

Desde el Viceconsulado italiano de Algeciras y con una enorme cadencia, los partes diarios llegaban a Roma, tras pasar por una estación permanente que tenían en las Baleares. Gracias a ello, el Estado Mayor de la Regia Marina se encontraba perfectamente al tanto de todo lo que se movía en las aguas que rodeaban el Peñón. Una información vital para el desarrollo de las operaciones. Según quedó establecido, en el momento preciso, con el submarino aviccinatore ya próximo a su objetivo, un mensaje cifrado y clasificado de alto secreto, informaba a su comandante de la presencia y situación de los navíos de guerra enemigos. A partir de su recepción, este podía suspender la operación o seguir adelante ajustando sus detalles con la consiguiente asignación de un blanco a cada uno de sus maiali.

De hecho, había sido precisamente el contenido de los mensajes informando de la ausencia de buques enemigos recibidos por el Gondar y el Sciré el 29 de septiembre, lo que había llevado a sus respectivos comandantes a suspender las previstas acciones contra Alejandría y Gibraltar. Sin duda, aquello había resultado un duro golpe para los hombres de Borghese implicados en la segunda de estas acciones. Un golpe, que además habría de agravarse al conocer que el Gondar había sido hundido con sus tres maiali y que, tanto los miembros supervivientes de la tripulación como los ocho operadores, habían sido hechos prisioneros. Así recogería Borghese en sus memorias aquel difícil momento:

"La primera tentativa, seria y coordinada, de atacar al enemigo con la nueva arma había fracasado. Pero no por ello se había atenuado la fe en los medios especiales... De hecho, este nuevo revés constituyó un revulsivo para el amor propio, un estímulo para la acción y un impulso para la voluntad; a partir de entonces, el inquebrantable empeño en alcanzar la meta, gallarda por sus peligros, de atacar a las naves enemigas en el interior de sus bases más seguras, a pesar y por encima de todas las dificultades, se convertiría en la seña de identidad de los marinos de asalto".

El submarino en los astilleros Otto Muggiano de la Spezia, en primer plano se puede ver la escotilla de salida de los operadores y los dos contenedores de popa. El submarino en los astilleros Otto Muggiano de la Spezia, en primer plano se puede ver la escotilla de salida de los operadores y los dos contenedores de popa.

El submarino en los astilleros Otto Muggiano de la Spezia, en primer plano se puede ver la escotilla de salida de los operadores y los dos contenedores de popa.

La necesidad de actuar con luna nueva, no les había dejado otra opción que esperar hasta el miércoles 30 de octubre para volver a intentarlo. Dos días antes, el Sciré había zarpado de La Spezia con sus tres maiali, una tripulación de veintisiete hombres y los mismos binomios de combate que la misión anterior. Formando parte de uno de ellos como oficial-jefe, iba el Capitano del Genio Navale Teseo Tesei, el inventor de aquellos medios de asalto; el único cuya presencia, a diferencia del resto, no había sido fruto de ningún sorteo sino la deferencia con la que la Marina había respondido a su irreductible insistencia de llevar personalmente a la batalla el artefacto que había diseñado. Borghese escribiría posteriormente:

"(Durante toda la navegación) los operadores se mantuvieron preferentemente tumbados en las literas; era necesario que no malgastasen energías y sufriesen lo menos posible los inevitables inconvenientes de las mediocres condiciones de habitabilidad y de respiración que ofrecía el submarino. Se alimentaban bien y estaban de un humor excelente".

La travesía se desarrolló sin incidentes a excepción de la destrucción de una mina a la deriva o de la necesidad de navegar ciertos tramos en inmersión debido, unas veces al estado de la mar y otras a la esporádica aparición de un avión de reconocimiento enemigo. Según el cuaderno de bitácora del Sciré, las dificultades no comenzaron hasta alcanzar las proximidades del Estrecho

Porque aún antes de tener que burlar las patrullas de vigilancia del enemigo para meterse entre las mismas fauces del león -son palabras del propio Borghese- el Sciré debía lidiar con un obstáculo natural no por conocido, menos preocupante. Se trata de la poderosa corriente que desde el Atlántico atraviesa el Estrecho para penetrar profundamente en el Mediterráneo.

Placa metálica que acompaña al tubo contenedor del 'Sciré', conservado en La Spezia. Placa metálica que acompaña al tubo contenedor del 'Sciré', conservado en La Spezia.

Placa metálica que acompaña al tubo contenedor del 'Sciré', conservado en La Spezia.

Borghese llegaría a reconocer que, a pesar de su intensidad, "no resultaba difícil deslizarse por aquel paso tanto en un sentido como en otro. Pero intentar navegarlo perpendicularmente, con la corriente de costado, resultaba una maniobra verdaderamente complicada". Dado que la velocidad de la corriente llegaba a anular el empuje que los motores eléctricos podían imprimir a un submarino cuando este navegaba en inmersión.

El propio Borghese era consciente de que lo que ahora pretendía realizar no tenía precedente. "Ningún submarino italiano había intentado penetrar en inmersión en la bahía de Algeciras en tiempo de guerra ni, que yo supiese, en tiempos de paz". Para conseguirlo, el comandante del Sciré iba a hacer gala de toda su inventiva y de su acreditada pericia marinera. Con rumbo Oeste, remontó la corriente hasta sobrepasar la propia boca de la Bahía, para luego invertir la trayectoria y poder así tenerla a favor para poner su efecto al servicio de la maniobra de entrada a la misma.

"A mediodía del martes 29, había conseguido situar el submarino junto a los rompientes del tramo de costa que comunica Algeciras y Tarifa: Pasamos el día sumergidos entre las rocas a setenta metros de profundidad -escribiría luego- cimbreados por los efectos de los remolinos causados por la corriente. De cuando en cuando, el submarino daba un bandazo llegando a golpear contra las rocas del fondo con un estruendo sordo. Este retumbaba en la caja de resonancia del casco con gran preocupación por nuestra parte, ante la posibilidad de que pudiera provocar daños en la nave o que el enemigo detectara nuestra presencia con los hidrófonos.

Finalmente cayó la noche y salimos a la superficie. Mar en calma. Viento de poniente. Buena visibilidad. Determiné la posición. Estábamos a quinientos metros de la ensenada del Tolmo. Entonces, me dirigí en superficie hacia el Peñón que, perfectamente iluminado, se perfilaba por la amura de babor. A las 21 horas, mientras nos aproximábamos a Gibraltar fuimos iluminados por el haz de un proyector. Nos sumergimos y pusimos proa a la bahía de Algeciras, perfilando la profundidad y la derrota con la sonda y buscando con el periscopio constantemente referencias de los faros españoles que, por cierto estaban todos encendidos.

La corriente era fuerte y molesta. Justo en el punto donde debíamos virar, había una cadena de escollos muy peligrosos, conocidos como Las Bajas, donde un pequeño impacto podía resultarnos fatal; allí las aguas se agitaban en todas direcciones haciendo oscilar al pobre Sciré como si fuese una hoja seca arrastrada por el viento: ahora se hundía, ahora se esforzaba por ganar superficie o se aproximaba ingobernable sin responder al timón; muy poco efectivo cuando se navega a esa baja velocidad. Para compensar los efectos de deriva causados por la fuerte corriente, fijé la proa en un punto situado a 40º del objetivo. Finalmente conseguí domar aquel caballo enloquecido, mantenerlo bajo control y proseguir impertérrito hacia la meta".

Dibujo con el que Borghese ilustró en sus memorias la maniobra de entrada en la Bahía de Algeciras. Dibujo con el que Borghese ilustró en sus memorias la maniobra de entrada en la Bahía de Algeciras.

Dibujo con el que Borghese ilustró en sus memorias la maniobra de entrada en la Bahía de Algeciras.

La meta a la que se refiere Borghese era el punto donde debía tener lugar la posterior suelta de los maiali. Este había sido cuidadosamente escogido en base a una serie de requisitos. En primer lugar, debía situarse lo más cerca posible de la base enemiga a fin de evitar esfuerzos a los operadores y minimizar los riesgos de seguridad que implicaba una maniobra de aproximación excesivamente larga. Además, debía apartarse lo más posible de las rutas seguidas por los navíos de vigilancia enemigos para así minimizar el riesgo de sufrir una embestida. Y por último, debía registrar una profundidad aproximada de quince metros, con objeto de que el submarino pudiese posarse en el fondo y facilitar con ello, tanto la salida de los operadores como la maniobra de extracción de los maiali. Tras estudiar concienzudamente las cartas y consultar con los mismos operadores, se había optado por un punto concreto situado en el arenoso fondo Norte de la Bahía de Algeciras, justo a unos trescientos cincuenta metros de la desembocadura del río Guadarranque.

Este tenía incluso la ventaja -escribiría Borghese- que, debido al juego de corrientes interno de la Bahía, la aproximación de los maiali al puerto enemigo se iba a ver facilitado por un ligero empuje favorable. Para llegar hasta él, aquella misma tarde, el submarino se fue deslizando hábil y sigilosamente por el interior de la misma boca del león. Y además tuvo que hacerlo con luz solar; la única forma de conseguir que la maniobra de ataque se pudiese iniciar justo después de la puesta de sol y que los operadores pudiesen disponer de toda la noche para efectuar su delicada y ardua misión.

En silencio absoluto, con toda la maquinaria no indispensable para la navegación apagada y los elementos metálicos de la nave forrados de lona como medida preventiva, el Sciré cubrió lentamente la distancia hasta el lugar elegido. La única incidencia fue la que, con gran viveza, Borghese recogería años después por escrito: "Un motor es un destructor, se acerca ahora, podemos oír claramente cómo la hélice corta el agua al pasar por nuestra vertical: Estamos todos a la escucha, conteniendo la respiración: Ahora se aleja. Fue una casualidad que nuestras trayectorias se cruzaran, él por la superficie en dirección al Estrecho y nosotros por el fondo, silenciosamente, hacia el interior de la Bahía: ¡Vaya casualidades ocurren en la guerra!" Finalmente sobre la una y media de la mañana del miércoles 30 de octubre de 1940, el Sciré con sus maiali llegaban por fin a la posición de ataque.

A diferencia de lo ocurrido en septiembre, el mensaje que acaban de recibir del Estado Mayor en Roma les había confirmado que, aquella noche, en el puerto interior de Gibraltar se encontraban amarrados dos grandes buques de línea británicos: el acorazado Barham y el crucero de batalla Renown. Inmediatamente, Borghese había convocado una breve reunión con los oficiales-jefe de los maiali para asignarles sus objetivos.

Punto exacto donde el Sciré procedía a dar suelta a los maiali en sus operaciones contra Gibraltar. Punto exacto donde el Sciré procedía a dar suelta a los maiali en sus operaciones contra Gibraltar.

Punto exacto donde el Sciré procedía a dar suelta a los maiali en sus operaciones contra Gibraltar.

Dado que el artefacto que conducían era el de mayor autonomía, al Capitán Teseo Tesei y al Sargento buzo Alcide Pedretti, se le encargó el minado del Renown; que aquella noche, estaba amarrado el la sección Sur del Detached Mole. El binomio formado por el Teniente de Navío Gino Birindelli y el Cabo Segundo buzo Damos Paccagnini recibió la orden de atacar al Barham situado en el tramo Norte del mismo. Y por último, al formado por el Alférez de Navio Luigi Durand de la Penne y el Cabo Segundo buzo Emilio Bianchi se les daría la opción de elegir su propio blanco entre los navíos de guerra que pudiesen localizar en las aguas interiores del puerto. Con la recomendación, eso sí, de que en el caso de no encontrar ninguna presa de importancia, colocasen también su cabeza explosiva bajo la popa del Barham a fin de que el efecto de la misma pudiera alcanzar también la proa del Renown.

Las instrucciones dejaban también manos libres a los oficiales de los medios de asalto para que, en caso de necesidad, pudiesen proceder al ocasional minado de otros objetivos. Pero, tal como Borghese les insistió y como ellos mismos sabían, lo más importante para la Regia Marina, era que la existencia de aquellos innovadores medios de ataque se mantuviese a toda costa en secreto. En consecuencia había que evitar como fuese dejar traza alguna de su paso por aquellas aguas. Borghese recogería de esta forma el momento de la partida de aquellos hombres:

"A las dos, dirigí a los operadores unas palabras de despedida llenas de cordialidad y buenos deseos. Me sumergí enseguida. Pocos minutos después capté por el hidrófono el característico runrún de los mailai alejándose. Su misión había comenzado... (aquellos hombres) se encontraban ahora en medio del mar, con una carga de varios cientos de kilos de explosivo entre las piernas, intentado alcanzar el interior del puerto enemigo con la ayuda de un frágil motor y colocarla bajo la quilla de aquellas enormes bestias de 35.000 toneladas que dormitaban seguras bajo la protección de la defensa portuaria".

Minutos después, el Sciré había iniciado en inmersión el camino de vuelta a su base. Poco antes de la salida del sol dejaron atrás la entrada de la Bahía, volviendo a burlar a las patrullas enemigas sin saber la suerte que habían corrido sus compañeros pero con la satisfacción de haber completado su primera incursión contra la Royal Navy en Gibraltar. El 3 de noviembre con un fuerte viento del Noroeste soplándoles de popa el submarino, con Borghese, su tripulación y el binomio de reserva, amarraban finalmente en los muelles de La Spezia. Acababan de demostrar que la maniobra de transporte y suelta de los maiali frente a aquel estratégico enclave podía ser realizada con éxito.

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