PERSONAJES HISTÓRICOS

Alonso Hernández del Portillo, el primer historiador de Gibraltar

  • Hernández de Portillo redactó la primera historia que se conserva del territorio a principios del siglo XVII

  • Su personalidad navegó entre las ideas medievales y humanistas

Grabado del ataque de la flota holandesa a la española refugiada bajo la muralla litoral de Gibraltar en 1607, por John Murray.

Grabado del ataque de la flota holandesa a la española refugiada bajo la muralla litoral de Gibraltar en 1607, por John Murray.

Alonso Hernández del Portillo nació en Gibraltar en torno al año 1543. Fue, durante la mayor parte de su vida de adulto, jurado de la collación o barrio de la Barcina y la Villa Vieja, que abarcaba desde la puerta de Granada hasta el Baluarte de San Sebastián, incluyendo las puertas de Tierra y del Mar, en aquel tiempo una de las zonas más pobladas, ricas y prestigiosas de la ciudad.

Gibraltar, en la segunda mitad del siglo XVI, era una población dotada de poderosas fortificaciones. Estaba formada por tres barrios o distritos separados por sus propias murallas: la Villa Vieja, situada en la parte más elevada de la ciudad; la Barcina, ubicada entre la Villa Vieja y la orilla del mar y la Turba, que data del siglo XIV, que se extendía hacia el mediodía. La torre -conocida como la Calahorra y, hoy, como Morish Castle- y la muralla litoral que comenzaba junto a la puerta de Tierra y acababa cerca de Punta Europa (y que se pueden apreciar en el dibujo que se adjunta realizado por Antón Van der Wyngaerde en 1567) fueron edificadas, a mediados del siglo XIV por los sultanes de Fez Abu-l-Hasán y su hijo Abu Inán.

Portillo era un hidalgo instruido y bien informado que redactó la primera historia que se conserva de Gibraltar a principios del siglo XVII. A pesar de vivir en una sociedad inmersa plenamente en las corrientes humanistas, este autor -nacido y crecido en una apartada ciudad-fortaleza situada en la “nueva frontera” con el Islam que era el Estrecho- no podía evitar las influencias de unas estructuras militares, políticas y administrativas enfocadas hacia la guerra muy similares a las vividas en Andalucía durante siglos hasta el año 1492. Una sociedad cerrada, a la defensiva, militarizada y sometida a las frecuentes algaradas berberiscas procedentes de la otra orilla, que iba a dejar una profunda huella en la obra histórica de Portillo.

Como miembro del concejo gibraltareño fue testigo de importantes sucesos en la ciudad

Su juventud debió pasarla en Gibraltar, aunque es seguro que, posteriormente, viajaría a Granada o Sevilla, tal vez para realizar algún tipo de estudio o consultar algunas bibliotecas, ciudades en las que tuvo acceso a las fuentes clásicas y a las obras históricas de autores contemporáneos. No cabe duda de que aquellas investigaciones le sirvieron de base para la redacción de los capítulos dedicados a la Antigüedad y el Medievo. Como se ha referido, ostentaba el cargo de jurado de una “collación”. Unas de las funciones más destacadas de los jurados eran dirigir a los hombres encargados de defender el tramo de muralla que se hallaba dentro de su jurisdicción y, también, asumir la defensa de los intereses de sus vecinos ante el corregidor o el gobernador. Ejerció este cargo -que se proveía mediante elección popular- durante veinticinco años, desde 1597 hasta 1622.

La ciudad de Gibraltar en 1567, según dibujo de Antón Van der Wingaerde. La ciudad de Gibraltar en 1567, según dibujo de Antón Van der Wingaerde.

La ciudad de Gibraltar en 1567, según dibujo de Antón Van der Wingaerde.

Como vecino y miembro destacado del concejo gibraltareño, fue testigo privilegiado de todos los acontecimientos que sucedieron en la ciudad y su entorno en la segunda mitad del siglo XVI y primeras dos décadas del XVII.

A través del prólogo que él mismo escribe como introducción a su obra, se colige que el autor es una persona generosa y humilde. En no pocas ocasiones reconoce sus escasos conocimientos sobre determinado asunto o la necesidad de que plumas mejores que la suya sean las que narren tal o cual suceso. Aunque fuertemente influenciado por la mentalidad medieval, la lectura de su obra nos muestra a un hombre abierto a las nuevas ideas que aportan el Renacimiento y el Humanismo, profundamente crítico, que sabe discriminar, entre las fábulas y mitos de los que hacen gala sin mucho pudor los historiadores españoles como Alcocer, Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales o Benito Arias Montano, aquello que, según su criterio, responde o se aproxima a la verdad y la lógica histórica y aquello otro que no resiste el más mínimo análisis a la luz de su incipiente racionalismo.

A pesar de ello, su apego a lo clásico -cualidad inherente a su condición de hombre del Renacimiento- y la poderosa atracción que sobre él ejercen los autores griegos y romanos, le llevan a buscar la raíz histórica de buen número de los acontecimientos sucedidos en el solar gibraltareño en la antigüedad clásica. Es, nuestro autor, un hombre cuyo espíritu se debate entre lo medieval que se resiste a morir y la nueva mentalidad humanista que se abre camino, con dificultad -pero inexorablemente vencedora- entre la maraña de escolasticismo, la fe ciega en el principio de autoridad y la concepción de una pseudohistoria acrítica, fuertemente iluminada por la religión, el didactismo moral y la creencia absoluta en el mensaje bíblico.

La faceta medieval de la mentalidad de Portillo la encontramos en su concepción “militar” de los más diversos aspectos de la vida diaria, en su espíritu caballeresco, en su desprecio a ciertos avances de la técnica que estaban haciendo cambiar formas de vida y viejas costumbres específicamente medievales. Sobre este particular, escribe Portillo -refiriéndose al empleo de las armas de fuego- que “cualquier vil hombre con un arcabuz mata al más valeroso de los caballeros contrarios…”. La faceta humanista, por contra, se halla reflejada en la profunda admiración que muestra por los autores clásicos y renacentistas; en la diversidad de sus conocimientos, que nos hace vislumbrar en él a un auténtico erudito humanista; en su espíritu crítico; en su aprecio por las obras de arte romanas y griegas y el escaso valor que otorga a las realizadas durante la etapa medieval; en su estima por la lengua latina; en las continuas referencias que hace a la mitología griega y romana y, en fin, en su búsqueda de la perfección moral y de las más altas virtudes militares, sociales y políticas en ejemplos sacados de la vida y la obra de personajes griegos y romanos como Alejandro Magno, César o Pompeyo.

Lápida sepulcral del caballero gibraltareño, que vivió a mediados del siglo XVI, Andrés de Suazo Sanabria (Iglesia-catedral de Gibraltar). Lápida sepulcral del caballero gibraltareño, que vivió a mediados del siglo XVI, Andrés de Suazo Sanabria (Iglesia-catedral de Gibraltar).

Lápida sepulcral del caballero gibraltareño, que vivió a mediados del siglo XVI, Andrés de Suazo Sanabria (Iglesia-catedral de Gibraltar).

Portillo da muestras de ser un buen conocedor de la astrología. Cree firmemente en la influencia que ejercen los astros sobre la vida de los hombres y sobre el devenir de las ciudades. Tenía, igualmente, notables conocimientos de herbología y ciencias naturales, especialmente en lo referente a las plantas medicinales que crecían en el monte de Gibraltar y en el resto de su término, de las que ofrece una detallada relación en su obra, relación que un siglo y medio más tarde, otro historiador de Gibraltar, Ignacio López de Ayala, utilizó con fruición en la historia que escribió de esta ciudad. Se muestra, en algunos pasajes de su obra, muy crítico con la nobleza española de su época y de épocas pretéritas, acusándola de buscar solo “sus particulares intereses”. Igualmente vierte críticas muy severas contra los hombres públicos -él era, como se ha dicho, jurado de su ciudad- “que se dejan arrastrar por la poca prudencia y la mucha codicia…, vicio abominable en cualquier acto humano”.

Debió morir entre los años 1624 y 1625, cuando rondaba los ochenta años de edad.

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