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Manu y diez guerreros (0-0)

  • La Balona protege con un trabajo hercúleo a su portero juvenil y arranca un emotivo empate de su visita al Sanluqueño

  • Los linenses cortocircuitan a un rival incapaz de sacudirse la presión

El meta juvenil Manu, con el balón en la mano, durante el partido de hoy.

El meta juvenil Manu, con el balón en la mano, durante el partido de hoy. / Paco Bernal (Sanlúcar)

Hay empates y empates. Tablas que avergüenzan y otras que ponen la piel de gallina y provocan abrazos convulsos. Como la que ayer consiguió la Balona en Sanlúcar para llenar de orgullo a su gente. La estadística dirá que fue solo un punto, pero no se dejen engañar, los números no tienen ni puñetera idea de lo que puede llegar a provocar esto del fútbol.

Una Balona grande, hercúlea, generosa en el esfuerzo hasta decir basta protegió al misacantano Manu, un niño [sí, sí, un niño] de La Línea que hace una semana ni soñaba con entrenarse con el primer equipo y al que ayer por poco sacan a hombros de El Palmar. No necesitó hacer grandes paradas porque sus compañeros le sirvieron de escudo, pero el aplomo que demostró y la empatía que generó fueron suficientes para que nada más pitar el final el entrenador, Jordi Roger, saliese corriendo hacia él. Mitad para felicitarle, mitad para darle las gracias. A todos los balonos que estaban en Sanlúcar le hubiese gustado poder hacer lo mismo.

A estas alturas nadie se atreve ya a decir en voz alta que la Balona -igual sería mejor escribir su gente- llegó a El Palmar intimidada por una semana salpicada se acontecimientos negativos que hacían temer lo peor. Al equipo se le notó en los primeros veinte minutos. Estaba como agarrotado. Inseguro. Nadie se atrevía a alejarse demasiado del marco, porque tampoco era cuestión de dejar al niño desprotegido.

También es verdad que desde que saltó al campo este equipo resucitó el espíritu que llevó al inolvidable Reinaldo Vázquez a rebautizarlo como Recia. Le puso al partido eso que le hace diferente y con lo que su gente le perdona cualquier error. Todos y cada uno de los que estaban sobre el césped se dejaron el pellejo para no hacer buenos los pronósticos que hablaban de un escarnio. Le cortaron las líneas de pase a un Sanluqueño cortocircuitado por tanta presión, por tanto amor propio. Por tanto ponerlo todo por un escudo.

Por tanto futbolista intachable. Por tanta Balona escrita en mayúsculas. Y, también hay que decirlo, por un planteamiento inmaculado.

En ese primer rato el experimento de Gato en el lateral derecho era la única pieza que chirriaba. Así que a la media hora Roger sentó a Juampe, colocó a Sergio Rodríguez en ese costado y adelantó al granadino a su puesto natural.

Desde entonces, además de hacer del trabajo inabarcable, la Balompédica contuvo a un contrincante que en ningún momento supo leer el partido, que no entendió nunca de qué iba la feria. Que pretendía llegar con el balón, seguramente intimidado por la lección de control en el juego aéreo que dieron Joe y Carrasco, a los que ayudaba Gastón en las jugadas a balón parado hasta que le aguantaron las fuerzas. Que por cierto que faltase Kibamba parecía el pasado lunes otra tragedia de dimensiones bíblicas y al final nadie se acordó del congoleño.

El Atleti apenas lo intentó un par de veces desde lejos. Y en ambas Manu resolvió con solvencia. Para hacer más entrañable su debut. Si es que podía serlo aún más.

En la segunda mitad la Balona llegó a desesperar al Sanluqueño. Tanto que su técnico, Falete, acabó pidiendo ayuda a lo grada en modo Simeone, sin darse cuenta que los que tenían que echarse una mano eran los que estaban en el césped y que no sabían por donde tirar.

Poco a poco la Balona fue perdiendo el miedo y se atrevió a desplegarse, pero siempre con extremo cuidado. Cualquiera con dos dedos de luces entiende que tampoco era cuestión de desnudarse demasiado, que a veces la ambición acaba con la cordura. Fue en esos escarceos cuando por fin Pirulo pudo dejar muestras de la incuestioble calidad que aún no había dejado ver.

En esos latigazos por dos veces llegó Gato con peligro al área enemiga. En la primera lanzó directamente fuera. En la segunda, Diego García apenas tuvo que estirar los brazos para rechazar el disparo.

Metidos en esos minutos finales del partido, ya casi nadie se acordaba del affaire porteros. La Balona había dado tal lección de todo, que incluso hubiese sonado normal que hubiese regresado con los tres puntos.

El final fue de pucheritos. De todo el mundo queriendo tocar a Manu, que se veía desbordado por tanta muestra de cariño. De los balonos orgullosos de su equipo. Hay quien habla de saber hacer de la necesidad, virtud. Quién sabe si todo lo que ha pasado en los últimos 15 días y que hubiese podido desestabilizar a cualquier equipo no es más que el punto de inflexión para que esta Balona despegue. No hagan caso a la estadística que afirma que el equipo de La Línea solo ha sumado dos puntos en las dos últimas jornadas. Los números no entienden de esto.

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