Ramon Fontserè | Actor y director de Joglars

"Hoy no podríamos hacer la mayor parte de las obras que montamos en los 80 y los 90"

  • La compañía que fundara Albert Boadella celebra seis décadas en activo con su recientemente estrenado '¡Que salga Aristófanes!', que llega este viernes al Cervantes dentro del Festival de Teatro de Málaga

El actor y director teatral Ramon Fontseré (Torelló, Barcelona, 1956).

El actor y director teatral Ramon Fontseré (Torelló, Barcelona, 1956). / Joglars

Como diría Ramon Fontserè (Torelló, Barcelona, 1956), poca broma: Joglars cumple este 2022 sesenta años de trayectoria en un activo, un caso único en la escena europea. En estas décadas, la agrupación que fundara Albert Boadella ha contado consejos de guerra, penas de cárcel, fugas dignas de Hollywood, misas en desagravio, éxitos, fracasos, relevos y, sobre todo, una manera única de entender el teatro, entre la sátira descarnada, la comedia del arte, la más libre mirada a los clásicos y el amor al público. Ahora, Joglars sopla tan suculentas velas con su recién estrenado ¡Que salga Aristófanes!, tributo al que ha sido referente decisivo de la compañía desde sus inicios que llega este viernes al Teatro Cervantes dentro de la programación del Festival de Teatro de Málaga. Fontserè, quien debutó las órdenes de Boadella en 1983 con el histórico Teledeum antes de ser Pujol, Pla y Dalí, y quien tomó las riendas de la compañía en 2012 tras la salida de su mentor, se mete ahora en la piel de un catedrático de clásicas enviado a un centro de reeducación en el que decide convertirse nada menos que en el propio Aristófanes. En este caso, la dirección del espectáculo queda en manos de un viejo aliado de Joglars, Alberto Castrillo-Ferrer, quien firma la dramaturgia junto al propio Fontserè y Dolors Tuneu.

-¿En qué medida echar mano de Aristófanes entraña un autohomenaje para Joglars a estas alturas?

-Aristófanes ha sido una inspiración clara para la compañía desde siempre. A través de sus obras podemos conocer perfectamente cómo era la sociedad ateniense del siglo V antes de Cristo, y, si lo piensas, a través de las obras de Joglars podemos conocer bien el franquismo, la Transición y todo lo que ha pasado en el periodo democrático. Aristófanes optó por la comedia y esto lo permitió abordar el presente, mientras que la tragedia prestaba toda la atención al pasado. Y lo hizo de una manera poco complaciente con su tiempo, incluso con el público, que debía ir preparado para escuchar cosas que no le iban a gustar. Luego, Aristófanes rescata toda la cultura antigua de la vendimia, de la vida en el campo y los rituales dionisíacos de la fertilidad que apuntan directamente al caos, a un mundo puesto patas arribas, al gusto del dios Baco. Eso sí, sus comedias restablecen luego el orden por una cuestión fundamental: necesitamos ese orden para seguir viviendo como sociedad. 

-Aristófanes creó un modelo para la comedia muy reconocible, aunque el estilo de la Antigüedad que ha perdurado con mayor vigencia es el que inventa Terencio en Roma, mucho menos agresivo, con arquetipos que a día de hoy se siguen reproduciendo. ¿Podemos decir que con Terencio se fastidió todo?

-En realidad, Aristófanes conoció el éxito pero también el fracaso. En un momento dado, la sociedad ateniense empezó a mostrar menos interés por la política y sus gustos comenzó a ir para otro lado. Sin embargo, en determinados momentos de la Historia Aristófanes ha vuelto a resurgir, periódicamente, un poco como el Guadiana. Su escritura es muy soez, pero, al mismo tiempo, es capaz de expresar un lirismo extraordinario, aunque sea para parodiar a los trágicos más famosos de su tiempo. Trabaja todo el tiempo con una combinación de brutalidad y belleza y nosotros, en Joglars, nos reconocemos plenamente en eso. En cuanto a la cuestión política, cabe recordar que Cleón, que fue gobernador en Atenas, fue a ver al menos dos comedias de Aristófanes en las que se le atacaba directamente. Por lo que sabemos, Aristófanes escapó de la primera con una multa, aunque en la segunda la cosa se puso más fea. A nosotros Pujol nunca vino a vernos, aunque quién sabe, igual si llega a venir se jode el invento. 

-Presentan su nuevo espectáculo como un alegato en defensa de la libertad de expresión. ¿Cuánto hay de experimento social en la posibilidad de traer a Aristófanes en pleno apogeo de la corrección política?

-Nuestra intención es bien clara al respecto. Vivimos en un momento en el que hablar de manera espontánea y libre puede salir caro, en cualquier ámbito, pero especialmente en las redes sociales. Las redes pueden ser útiles a la hora de conectar con gente interesante y de descubrir cosas, pero también emanan un odio bien dirigido contra cualquiera que se atreva a pensar de otra forma. Y todo esto se traduce al final en limitaciones evidentes. Yo tengo claro que hoy día no podríamos hacer la mayor parte de las obras que montamos en los 80 y los 90. Sería muy, muy difícil. Correríamos más riesgos. A la hora de dar cualquier paso en cualquier sentido tienes que prever las consecuencias, ya no se puede actuar con tranquilidad. Antes, si te salías del redil, te respetaban; ahora, te crucifican. Lo tremendo de todo esto que Josep Pla, por ejemplo, ya lo vio venir. En 1976, cuando acababa de morir Franco y todo el mundo andaba celebrando la libertad, escribió: "La libertad está dando sus últimos bostezos. La vida que nos espera será cada vez más mecanizada". ¡Escribió esto en 1976, cuando todavía había zonas vírgenes en la Costa Brava!

"Cleón fue a ver dos comedias de Aristófanes en las que se le atacaba directamente; a nosotros, Pujol nunca vino a vernos"

-¿Es posible explicar el origen de ese odio?

-El problema del odio es que juzga y condena de inmediato. No da tregua. No espera a oír otros argumentos, como en los juicios de las brujas de Salem. Todo sigue lleno de tabúes, la cuestión es que si antes eran las mojigatas las que los sostenían, ahora es la izquierda la que los airea. ¿Cómo ha podido suceder esto?

-Recuerdo que cuando trajeron Joglars a Málaga Teledeum, a mediados de los 80, hubo que desalojar la plaza de toros, que se había escogido como sede para la representación, por una amenaza de bomba. ¿Puede ser que, a la hora de hacer prevalecer el tabú a través del odio, no hayan cambiado tanto los agentes como los procedimientos?

-Sí, efectivamente. Mira, una clave fundamental de todo esto se encuentra en la educación. Tenemos una educación cada vez más dirigida a evitar la frustración, y para ello se educa con una convicción creciente en la militancia, en la pertenencia al grupo, a la masa, porque se considera que la vida fuera del redil conduce a la frustración, mientras que si eres independentista, o animalista, o de cualquier otro colectivo, vas a sentirte más respaldado, menos solo y con más protección. Cada vez cuesta más defender la libertad individual. Y, como consecuencia directa, tenemos una sociedad infantilizada, que no duda en ofenderse a la primera de cambio. Nosotros, en el teatro, decimos cosas que mucha gente preferiría no escuchar. Pero es que así funciona la vida adulta.

-Aristófanes comparaba a Sócrates con una flatulencia. ¿A la élite intelectual española le conviene también un repaso?

-Eso también es una función del teatro desde los orígenes de la comedia: hacer dudar del genio del artista, bajarlo del pedestal, y eso, de nuevo, nos obliga a mostrar al público cosas que tal vez preferiría no ver, porque al final la hegemonía de cierta clase intelectual se traduce en un valor seguro, algo en cuya permanencia y valor el público puede confiar siempre. Por esto, en el teatro, la gente se expone a escuchar cosas que seguramente no va a escuchar en otro sitio, pero eso también forma parte de nuestro oficio, además de divertir y entretener. Aristófanes explica a las claras cuáles son los beneficios de la paz, pero no duda en recurrir a la sátira para explicar las consecuencias que esos beneficios pueden tener en la sociedad. En su comedia está el ánimo de corregir los defectos. 

Un momento de la representación de '¡Que salga Aristófanes!'. Un momento de la representación de '¡Que salga Aristófanes!'.

Un momento de la representación de '¡Que salga Aristófanes!'. / Joglars

-¿Quizá el problema para los cómicos que se dedican a la sátira es que los políticos ya hacen ese trabajo por ustedes, especialmente en virtud del populismo? Pienso en Boris Johnson, por ejemplo.

-Sí, pero los políticos carecen de una herramienta tan fundamental para la comedia como la belleza. A un bune actor le basta una tabla a la que subirse y una vela encendida para invocar la belleza. Pero la política carece de belleza y de poética. Como comediantes, los políticos son muy malos. No dominan la técnica, se confirman con un reality-show pésimo, mientras que en el teatro tienes que controlar varios oficios, todo lo que tiene que ver con iluminación, vestuario y puesta en escena además de la interpretación. Antes, en la clásica política encontrabas de vez en cuando a gente seria y preparada. Ahora son productos de temporada. A la política le falta, en fin, todo lo que de liturgia y rito tiene el teatro. Y la liturgia es muy importante. Que se lo digan a los curas. Piensa en una misa cantada en latín, de espaldas a la gente. Poca broma. Igual que un paso de Semana Santa.

-En ¡Que salga Aristófanes! la cuestión fálica, tan habitual en las comedias del autor griego, está representada mediante unos enormes miembros viriles fabricados con papel de periódico. ¿Les preocupa que lo interpreten como una invocación al machismo?

-Eso tiene que ver con las metáforas y alegorías dionisíacas del mundo rural y de las vendimias de la primavera de las que antes hablábamos y que tanta presencia tienen en Aristófanes. Espero que nadie se escandalice porque sacamos unos falos. Eso sería de record Guinnes, vamos. 

"Antes, si te salías del redil, te respetaban; ahora, te crucifican"

-¿Cómo valoraría usted la aportación de Joglars a la escena contemporánea?

-En clave interna, Albert [Boadella] logró para nosotros una verdadera utopía. Con él vivimos unos años magníficos, haciendo los espectáculos que queríamos y con los números a favor. Éramos unos privilegiados. Arcadi Espada escribió en un artículo "fuera, está la peste", y justo así nos sentíamos en nuestra sala de ensayos, a cien kilómetros de Barcelona, con todo el tiempo y todo el espacio que necesitábamos. Teníamos las condiciones ideales para trabajar como si jugáramos, y eso hicimos. En un nivel más general, creo que Albert impulsó también una manera de entender el oficio hoy ya más extendida, que tiene que ver con la sátira, con la belleza y, como te decía, con una idea del teatro como manera de recopilar y conocer el presente. Un poco como cuando Hamlet recibe a aquella compañía de cómicos y ordena a Polonio: "Trata bien a los cómicos, que ellos son el compendio de estos tiempos".

-¿Sigue siendo igual de fluida su comunicación con Boadella?

-Sí. Cada vez que tengo alguna duda sobre nuestros espectáculos, le llamo y le consulto. No tengo ningún problema en reconocerlo. 

-¿A qué personaje recuerda con más cariño: Dalí, Pla o Pujol?

-A Pla. Me lo pasé muy bien haciéndolo. A Dalí también. Son personas que considero cercanas. Me quedan rescoldos de todo lo que esos tíos dejaron en mí. Y eso que, muy posiblemente, de haber podido ver aquella función Pla me habría mandado a hacer espárragos. Dalí también. O igual se habrían mostrado misericordes, quién sabe. Eran personas muy individualistas pero a la vez muy sociales, nada marginales. 

-¿Qué balance hace de estos diez años al frente de la compañía? ¿Ha valido la pena?

-Ante todo, estos diez años han pasado volando. Lo mejor de todo es que hemos podido seguir en la brecha, haciendo un espectáculo tras otro, hayan sido más o menos afortunados. Mantenemos intacto el espíritu original de Joglars pero, al mismo tiempo, aportamos otra mirada. En este tiempo he contado con el apoyo de Dolors Tuneu y Pilar Sáenz. Compartimos un poso interno, un lenguaje propio que nos precede y nos guía, y eso es muy importante. También ha sido fundamental la implicación de gente como Marta Cabanas y Alberto Castrillo-Ferrer, aliados que comparten el mismo lenguaje y el mismo espíritu, la ética y la estética.

-¿Y el futuro?

-Me gustaría crear espectáculos más pequeños. No necesariamente en cuanto al formato, pero quizá con tres o cuatro actores como mucho.Ya veremos. De momento, llevamos cinco montajes en diez años. No está nada mal. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios