Así se ha vivido el simulacro de tsunami en el mercado de Algeciras: "Cuando esto empiece a sonar, ¿pa’ dónde tenemos que correr, Juan?"

El maremoto era ficticio, pero la confusión —y el ingenio algecireño— fue muy real en la zona más cercana al mar

Así ha sido el simulacro de maremoto en la Plaza Alta de Algeciras: Café, tostadas y un aviso en los móviles

Así se ha vivido el simulacro de tsunami en el mercado de Algeciras: "Cuando esto empiece a sonar, ¿pa’ dónde tenemos que correr, Juan? ¿Pa’rriba?"

A las 10:03, hora prevista para que los móviles empezaran a gritar como gaviotas cabreadas, Algeciras se preparó para el gran simulacro de tsunami. En la zona baja—la más cercana al mar y, según el mapa de riesgos, la que haría de piscina olímpica improvisada si la naturaleza se pusiera creativa—reinó un silencio tan profundo que uno podía escuchar el pensamiento del vecino.

Un silencio, dicho sea de paso, totalmente incompatible con la idea de un cataclismo.

En el mercado de abastos, por ejemplo, lo único que temblaba era la voz del pescadero Juan Cánovas cuando contestaba, a grito limpio, a la pollería Santos:

—Cuando esto empiece a sonar, ¿pa’ dónde tenemos que correr, Juan? ¿Pa’rriba?

—¡Pa’ la Plaza Alta, hombre! —respondió él, como quien indica la sección correcta en un supermercado.

Las pantallas de los móviles permanecían impávidas, como adolescentes a los que se pide que frieguen los platos. Los comerciantes miraban los aparatos con la esperanza de que la tecnología mostrara algo de vida. Nada. Ni un parpadeo. Solo la letanía del vendedor de ajos, que parecía inmunizado contra cualquier tragedia antigua, moderna o por simular:

—¡La bolsita a un euro, a un euro, a un euro!

Si un tsunami hubiera entrado por la puerta principal, es probable que él hubiera seguido igual, voceando como un faro costumbrista.

A las 10:14 —once minutos después, que en tiempo de alerta sísmica es casi una vida— los móviles empezaron a berrear con un retraso digno de Renfe en un mal día. A esas alturas, muchos ya estaban convencidos de que el único terremoto posible sería una subida del pescado.

La orden del envío partió del consejero de la Presidencia, Antonio Sanz, justo después de que los técnicos simularan un terremoto similar al de Lisboa de 1755. Y sí: a algunos les dio por pensar en el Apocalipsis. A otros, en la posibilidad de desayunar algo antes.

—Yo estaba asustado, de verdad. He salido de casa con tapones para los oídos —comentó un vecino—. A ver si reparten víveres como en el Arca de Noé.

—El móvil les ha sonado primero a los que no saben nadar —añadió otro—. A los que saben, un poquito después.

En el bar La mar de bien, las dueñas, Lis y Rubi, siguieron sirviendo cafés y tostadas con la serenidad con la que se atiende a un jueves cualquiera. Que tiemble la Tierra si quiere, pero el desayuno, jamás. Rubi enseñaba su pantalla, con uñas rojas como luces de emergencia, orgullosa de su ES-Alert. En su casa, contaba, los gatos habían salido disparados con el pitido.

En la terraza, los clientes improvisaron un comité de expertos:

—Como simulacro, le pongo un 6. Se podía haber ambientado mejor. Mojar las calles, gente corriendo, muritos de arena en la playa, algo…

—¡Niño, que viene la ola!

—¡Juanma Moreno, tráeme unos manguitos!

—Chirigota de Cádiz 2026: “Los del Simulacro”.

Mientras tanto, en la zona más baja de la ciudad, la cosa adquirió tintes de crónica social inesperada. Muchos vecinos marroquíes, ajenos a los anuncios previos —porque no siguen la prensa local ni las cuentas de Instagram patrias— salieron a la calle realmente asustados.

No por el tsunami, sino por no entender por qué de repente sus teléfonos empezaban a sonar como si hubiera que evacuar ya mismo.

Una prueba, una prueba, no pasa nada —les tranquilizaba un vecino del paseo marítimo, enseñándoles cómo cerrar el mensaje—.

—Dale aquí, aceptar, ok.

Resultó ser uno de los momentos más reveladores del día: cómo un simulacro pensado para salvar vidas puede demostrar, a su vez, las grietas informativas entre comunidades que conviven a diario sin leerse entre sí.

Tampoco faltó un toque turístico inesperado. Al parecer, los jubilados del Imserso, recién llegados al hotel Reina Cristina, también se llevaron un pequeño susto. Nadie les había advertido de que vivirían una experiencia inmersiva en geología aplicada.

—Desde luego, no ha sido un sonido muy estridente, como decía el alcalde —sentenciaba un caballero, con cierto desdén profesional, como quien evalúa la calidad de un timbre.

Y así transcurrió el simulacro en Algeciras: entre la normalidad del café con leche, el desconcierto de los que no recibían el mensaje, la alarma de los que lo recibían demasiado bien y la sensación general de que, pase lo que pase, siempre habrá un vendedor de ajos gritando “un euro” para recordarnos que la vida continúa incluso cuando la tierra se mueve, aunque sea por decreto.

Así se diseñó la “cuenta atrás” que vivió Algeciras

Lo cierto es que esta mañana Algeciras formaba parte de algo mucho más grande: “el mayor simulacro de maremoto y tsunami celebrado nunca en nuestro país”, según el consejero de Presidencia. El ejercicio, coordinado por la Agencia de Emergencias de Andalucía, llevaba meses de preparación y pretendía reproducir con fidelidad nada menos que un terremoto similar al de Lisboa de 1755. La secuencia arrancó oficialmente a las 10:00, con la recreación de un seísmo de magnitud 7.6 al suroeste del Cabo de San Vicente, fruto de la combinación de la falla Horseshoe y la del Marqués de Pombal, un cóctel geológico que en la vida real habría puesto a media península mirando al Atlántico con mucha preocupación.

Cuatro minutos después, siempre según el guion, llegó el aviso técnico: un tsunami con un tiempo estimado de llegada de 55 minutos a las costas de Cádiz y Huelva. A las 10:09 se activó el Plan Andaluz ante el Riesgo de Maremotos en situación operativa 2, el equivalente burocrático a ponerse el casco y empezar a correr. Y a las 10:13 Protección Civil lanzó el famoso Es-Alert. El aviso incluía instrucciones muy concretas —subir a tres plantas o más, o dirigirse al punto de encuentro— y un enlace a los consejos del 112. Lo de siempre: salvar la vida en apenas un par de clicks.

La Junta da por exitoso el simulacro y ya ha anunciado que la próxima semana celebrará una reunión de evaluación para revisar cada paso dado, cada mensaje enviado y cada atasco improvisado en los teléfonos de los ciudadanos. El objetivo, según Sanz, no es otro que conseguir que cada persona “sepa cuánto tiempo tiene para ponerse a salvo” en caso de desastre real. Porque, más allá de móviles dormidos y vendedores inmortales, la mañana sirvió para recordar que, cuando la tierra tiembla —aunque sea de mentira— la información salva más vidas que cualquier flotador.

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