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Soy de ellos y por ellos

Tribuna de opinión

El autor reflexiona sobre la madurez profesional, la experiencia sénior y su valor silencioso para decidir mejor, transmitir criterio y construir futuro con sentido

La Ciudad de la Bahía, 22 años después

Un amanecer en Algeciras. / E. S.
Juan María de la Cuesta
- Ingeniero industrial y ex presidente de Comport

Algeciras, 31 de diciembre 2025 - 00:31

Cuarenta y siete años como ingeniero y cuarenta y dos años y medio en la misma empresa no son solo unas cifras: son un acervo de experiencia y conocimiento, y una sabrosa biografía profesional. A los 70, la ingeniería deja de ser únicamente cálculo y método para convertirse también en criterio, intuición afinada y economía del gesto. He tenido fortuna: he vivido bien, he aprendido mucho, he conocido personas extraordinarias y he recorrido medio mundo. Pero, sobre todo, he acumulado un capital silencioso que no figura en los balances: la experiencia. Nada de lo anterior habría sido posible sin el apoyo y compañía permanente de mi mujer, desde que comencé mis estudios universitarios, y el de toda mi familia. Soy de ellos y por ellos. Gracias infinitas.

La madurez destila. Reduce lo superfluo, aclara lo esencial y vuelve cómodas las decisiones sin hacerlas triviales. La edad no resta agilidad; resta ruido. La ponderación serena —esa mezcla de prudencia y audacia discreta— conduce a conclusiones simples, eficientes y lógicas. Paradójicamente, cuando uno se aproxima a la retirada es cuando el mapa aparece completo. Qué pena que ese arsenal llegue cuando ya no se corre por medallas, sino por sentido.

Sigo en activo. Y desde esa mirada cauta y astuta, observo paradojas, ironías y brevedades, a la vez que mediocridades y estupideces que iluminan el presente y fecundan el futuro del mundo en general… y del mío propio. Mido palabras, calibro gestos, propicio escenarios que invitan a conclusiones singulares. Disfruto creando y, sí, creciendo. Creciendo sobre lo ya construido, a hombros de gigantes, como diría Newton.

Qué fácil se ha vuelto todo. Qué frágiles parecen ahora las coronas de laurel de la juventud cuando no están sostenidas por experiencia. La madurez no presume; comprende. No acelera; orienta. No impone; encuadra. Y en esa elegancia discreta —mágica y casi celestial— se revela su valor. Para siempre, la experiencia sénior es eficiencia: menos ruido, mejores decisiones y más impacto; la madurez es cultura: transmite criterio, y ética y continuidad entre generaciones y, en tercer lugar, invertir en sénior es futuro: la sabiduría compartida multiplica el talento y garantiza cordura y resultados.

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