La repoblación de Bolonia en el siglo XVII (I)
30 años del IECG
Para evitar la presencia inglesa en Baelo Claudia como puente con Tánger, se redactó un interesante proyecto de fortificación en punta Camarinal y de población sobre las ruinas romanas
La presencia inglesa en Gibraltar desde principios del siglo XVIII tiene un breve preludio en Tánger, en la centuria anterior. Para abastecer la ciudad norteafricana, sus marinos frecuentaban la costa de la antigua Baelo Claudia, aguas también surcadas por piratas berberiscos. Para tratar de evitarlo, se redactó un interesante proyecto de fortificación en punta Camarinal y de población sobre las ruinas romanas.
El siglo XVII, el de los Austrias menores, resultó especialmente complicado para la Monarquía Hispánica. Son bien conocidos los episodios bélicos y los conflictos políticos que caracterizaron a la centuria, cuyos efectos pueden sintetizarse en la constatación de que la población del país era, al finalizar, tan escasa como en sus inicios.
Pocos años después de que Pedro de Teixeira -mencionado en otras páginas de esta revista- recorriera la región del estrecho de Gibraltar para dotar al Estado de herramientas cartográficas útiles para el control de sus fronteras, Portugal se sublevó para acabar con la unión dinástica ibérica iniciada por Felipe II. Era diciembre de 1640 cuando el duque de Braganza fue elevado al trono portugués como Juan IV, aprovechando la crisis ocasionada en España por la revuelta catalana de mayo. En este marco de la guerra de Restauración portuguesa, la alianza anglo- portuguesa de 1661 conllevó la entrega de Tánger a Inglaterra, lo que acrecentó la amenaza de este habitual enemigo de España sobre las costas andaluzas. De hecho, solían repetirse los avisos acerca de desembarcos de marinos ingleses en la costa occidental tarifeña para abastecerse de leña para aprovisionar a Tánger, madera destinada a sus obras de fortificación e incluso hay noticias de que construían caleras e introducían géneros de contrabando en España.
Las apetencias inglesas por disponer de alguna base naval en la zona no era ninguna novedad. Desde 1625, al menos, se manejaban proyectos en Londres con el objetivo de la ocupación de Gibraltar. Oliverio Cromwell acariciaba la misma idea en 1656. Tenía la intención de basar una escuadra en el Peñón para hostigar el tráfico marítimo español. Incluso poco después, en diciembre de 1661, un tal Bernardino de Manzanedo y Bohórquez, al servicio del corregidor de Gibraltar, obtuvo información en Tánger acerca de los planes enemigos para conquistar la plaza. Sus necesidades defensivas quedaron patentes en la carta dirigida por el corregidor de Gibraltar, Francisco Dávila Orejón Gastón, al rey, alertando de “su flaqueza, falta de gente y de toda prevención militar para su conservación y defensa y siendo, como es, llave y antemuro de España”.
Conforme España iba confirmando la pérdida de su posición hegemónica en Europa ante el poderío de la Francia de Luis XIII y Richelieu y de Luis XIV y Mazarino, el escenario mediterráneo se fue también transformando. En el imperio otomano, durante el siglo XVII, se fueron asentando las bases de la decadencia que habría de confirmarse en la centuria siguiente. La conversión de la élite militar de los jenízaros en una nueva aristocracia fue el preludio de los fracasos bélicos en el sitio de Viena y su posterior expulsión de Hungría, lo que alivió la presión tradicionalmente ejercida sobre el Mediterráneo occidental, desapareciendo los pabellones de sus naves del escenario del estrecho de Gibraltar. Aquí se consolidó el peligro de la piratería berberisca, muy activa durante todo el siglo XVI, mientras que se fueron haciendo presentes, de manera cada vez más habitual, las flotas enemigas francesas y holandesas.
Fortificar y repoblar la ensenada de Bolonia
En este contexto tuvo lugar la presentación al Consejo de Guerra -el órgano asesor del rey en materia de defensa- de un proyecto para fortificar la costa de Bolonia, una zona despoblada de la parte occidental del término municipal de Tarifa.
La propuesta para establecer un enclave comercial y poblacional, donde estuvo la factoría romana de Baelo Claudia, basado en la construcción de un fuerte y un puerto, fue realizada en 1664 por Juan Bernardino de Ahumada.
El proponente era un malagueño afincado en Gibraltar, donde contrajo matrimonio en 1662 con Isabel de Bohórquez, joven aristócrata gaditana de la familia Álvarez de Bohórquez, condes de San Remi.
El mismo Consejo de Guerra había propuesto al rey, solo dos años antes, y refiriendo similares razones que las que veremos argumentar a Ahumada, la construcción de un fuerte en la ensenada de Getares -localizada en la bahía de Algeciras-, a instancias del general Luis de Ferrer, gobernador gibraltareño. El dato abunda en la problemática referida, dado que, con su construcción, quedaría “asegurada la comunicación del estrecho y las pesquerías de Gibraltar y Tarifa, por ser Guetares el paraje de donde salen los enemigos a embarazar la comunicación, tanto del comercio universal como de la costa de España”.
La propuesta de Juan Bernardino de Ahumada se fundaba en que “en el estrecho de Gibraltar había un puesto que está enfrente de Tánger, muy a propósito para fortificarse y conservarse a muy poca costa y de mucho útil al Real Servicio y que, siendo el estrecho de la grande importancia que se ve, [...] no podía haber en él cosa despreciable por pequeña que fuese”. La zona habría de ser reconocida, siguiendo instrucciones reales, por él mismo junto al ingeniero militar Juan de Somovilla Tejada, dando como resultado un informe técnico y los planos con el diseño de la nueva fundación.
Resulta frecuente encontrar en los archivos españoles de la Edad Moderna iniciativas particulares de personajes que proponían al Estado diferentes actuaciones, como las mencionadas en estas páginas. En ocasiones, se trataba de arribistas ambiciosos y con pocos escrúpulos, traídos por el afán de lucro o el deseo de medrar socialmente; otras, de personalidades bien intencionadas y preocupadas por la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos.
De los primeros, se dieron casos variados y llamativos, especialmente en relación a los asedios de Gibraltar del siglo XVIII. En todos ellos, los proponentes solían mostrarse, como Juan Bernardino de Ahumada, impulsados por su deseo de servir al rey y de recibir “la merced que por este servicio tuviese S. M. por bien hacerle”. En consecuencia, en el detallado memorándum elevado al rey, dejó constancia de las ventajas del lugar, aunque no de sus inconvenientes, que el consejo identificó como los “vientos vendavales”que podían azotar a la costa tarifeña.
No obstante, Ahumada destacó, especialmente, las buenas condiciones para la navegación de aquellas aguas, al tratarse de un lugar “capaz, fondable y limpio, sin varra, bajos ni piedras que lo impidan para surgir y dar fondo allí cualquier armada”. Se argumentó que su condición de puerto natural abrigado de los vientos principales era una ventaja añadida, aunque no protegía de los del segundo y tercer cuadrante, cuando especialmente aquellos pueden ser muy violentos en la zona del Estrecho.
Hemos señalado la frecuente llegada de propuestas, más o menos imaginativas -y, a veces, directamente disparatadas-, para recabar el respaldo real con el que llevarlos a cabo. Para el que nos ocupa, el Consejo de Guerra se mostró receptivo ante la delicada situación que se le exponía en “la poblacion o sitio del Camarinal que […] es más inexpugnable, desierto como está, si le encabalgan unas piezas de batir, sin más arte que Gibraltar con todas sus fortificaciones”, descripción harto exagerada, aunque propia del género. Abundaba en la misma dirección con la advertencia sobre la singularidad que presentaba este enclave, el cual, “socorrido y auxiliado de Tánger, pudiendo, la una plaza con la otra unidas, ser por sí solas reino y hacer sus contribuyentes a todos los reinos que necesitaran del uso del Estrecho”. Ejemplificaba la idea vigente en la época de que cualquier punto debidamente fortificado en el paso entre los dos continentes, con un buen puerto que acogiese a una flota permanente de embarcaciones de guerra, podría controlar exitosamente la navegación entre el Mediterráneo y el Atlántico.
La propuesta de su emplazamiento en punta Camarinal, “un llano aislado, hasta de dos millas en círculo, guardado de una cerca de peña, igual y de desproporcionada altura que lo hace inexpugnable, rodeándola el mar por la mayor altura y lo que mira a la sierra un arroyo profundo”, no era caprichosa. Constituía un lugar idóneo, geoestratégicamente destacado por su cercanía a Tánger y por no existir, en la embocadura occidental del Estrecho, ningún puerto abrigado ni fondeadero con dotación permanente hasta Cádiz. Es un argumento sostenido en el informe del ingeniero Somovilla, donde había de fortalecer “la actividad naval española en el Estrecho ante cualquier conflicto bélico que se desatase en Europa”.
La posición artillada debía dar protección marítima e incentivo para el desarrollo de una nueva población sobre los vestigios de la antigua Baelo Claudia, que presentaba “edificios que parecen modernos en la entereza, antiquísimos en la fortaleza”. La descripción del proyecto mencionaba “unas ruinas de ciudad cuyo nombre no se sabe, [...] cuyos materiales y cimientos dan testimonio de lo que fue, aunque no hay mas memoria de ella que la que el cielo parece guarda”. La ruina provocada en la ciudad hispano-romana por un seísmo en el siglo III d.C. se tradujo en su abandono a finales del siglo IV, siendo reutilizada en épocas posteriores por visigodos, musulmanes y castellanos, a pesar de encontrarse apartada de la ruta terrestre que conecta las bahías de Algeciras y de Cádiz.
La tramitación del proyecto de Ahumada
Felipe IV se mostró interesado en la propuesta. El rey conocía personalmente el sur de Andalucía. En su juventud la había recorrido en un memorable viaje que discurrió por el Estrecho, pasando de Cádiz a Gibraltar -pasando por Tarifa- y, de ahí, a Málaga, por lo que pudo sentirse atraído por un asunto del que tenía conocimiento de primera mano. Tuvo lugar en las semanas finales de marzo de 1624 y, tras los extraordinarios agasajos recibidos por el duque de Medina Sidonia, la comitiva llegó al Peñón.
Allí debió producirse el conocido episodio del carruaje real, que no cabía por la Puerta de Tierra, que provocó la protesta del conde-duque de Olivares, con la adecuada respuesta del gobernador de la plaza de que la puerta no se había hecho para que pasasen carrozas, sino para evitar la entrada de los enemigos. Esta puerta, obra de ingenieros al servicio de España, todavía se conserva con su diseño original en North Front, si bien con estética exterior modificada en época inglesa. Su traza no es rectilínea, sino que va formando una suave curvatura al atravesar la muralla terraplenada que conformaba la muralla de San Bernardo, hasta dar acceso al interior de la población. El diseño del pasadizo de la Puerta de Tierra es el mismo trazado y construido por Bravo de Acuña para mejorar el que fue abierto por Juan Bautista Calvi. De la forma señalada, la plaza en la que desemboca -actual Casemates Square, donde estuvieron las atarazanas medievales- quedó desenfilada de los tiros enemigos que pudiesen traspasar el portón al que se accedía por un puente levadizo, aún hoy reconocible sobre el foso que allí existía desde 1599, según noticia de Alonso Hernández del Portillo.
El interés real ante la propuesta de Ahumada quedó expresado por el marqués de Trocifal, que señaló el deseo de Felipe IV “de que se llegase a fortificar este punto y así mandó que se reconociese su situación”.
La iniciativa del malagueño se explica porque -como se ha señalado antes- era práctica común, en los años de la Edad Moderna española, que particulares ofreciesen servicios que pudieran ser de interés para la corona, pero que resultasen inicialmente costeados por ellos mismos. La operación solía enfocarse en términos de un adelanto o crédito que, en forma de prestación material, el individuo en cuestión realizase al Estado y que, con posterioridad, este le devolviese con elevados intereses. La oferta comportaba la aportación de los recursos económicos necesarios para sufragar los gastos de construcción de la iglesia y de la fortificación, para lo que requería “la remuneración de lo que fuere dinero en honras a lo que V. M. gustare para mis hijos cuyos son”. Por otra parte, esperaba “las franquezas y libertades y privilegios que a V. M. pareciere” para financiar la construcción del poblado. Aquellas “honras” habían de conformar la base del ennoblecimiento de su linaje, que, en definitiva, era lo que pretendía.
El diseño propuesto por Juan de Somovilla era el de una fortificación de planta cuadrada, de cantería y con 260 pies de lado -unos 80 m-, con guarnición de 130 hombres, diez artilleros entre ellos. El proyecto alcanzaba un presupuesto global de cien mil ducados.
Los buenos augurios que la propuesta conllevó por el interés despertado ante Felipe IV se empañaron con la muerte del rey. Como consecuencia -a los dos meses del deceso-, Ahumada insistió ante el Consejo de Guerra el 10 de noviembre de 1665, argumentando, esta vez, en escrito redactado en Vejer, que, logrando el dominio militar de la ensenada de Bolonia, se podrían evitar las acciones de piratas berberiscos, con el consiguiente ahorro del sufrimiento de los cautivos y del dinero empleado en su redención, a la vez que la plaza de Tánger había de quedar casi inútil para Inglaterra.
En otro orden de razones, consideraba que se vería fomentado el tráfico marítimo de cabotaje en la zona gracias a la protección de los cañones de la nueva fortaleza, permitiendo el desarrollo de un enclave privilegiado que alimentase el comercio de Gibraltar, retraído por la peligrosidad de la navegación en el territorio circundante. Y su imaginativo argumentario continuaba con alusiones al menor coste que se lograría enviando maderas a Cádiz por mar en vez de por tierra y al aumento en la recaudación de impuestos por la población, el comercio del nuevo enclave y el cultivo de sus campos. Otras consideraciones son de tipo estratégico, como poner bajo control efectivo de la corona un espacio geográfico ideal para el desembarco de una amplia fuerza de invasión, cuyas tropas no hallarían obstáculo en su camino hasta Jerez o Sevilla, así como eliminar la posibilidad de que embarcaciones de potencias enemigas siguiesen obteniendo carne y agua en Bolonia.
Artículo publicado en el número 54 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (abril de 2021).
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