María Zambrano en la “Ínsula” de José Luis Cano (y III)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
María Zambrano recibió un trato exquisito en la revista pues su apuesta por la razón poética coincidía plenamente con los ideales de José Luis Cano
María Zambrano en la “Ínsula” de José Luis Cano (I)
María Zambrano en la “Ínsula” de José Luis Cano (II)
Por James Valender sabemos de la cercanía de ambos pensadores desde los tiempos de la República y, por consiguiente, de su larga relación.
Valga la lectura de este párrafo del primer artículo publicado en Ínsula para darnos cuenta de la profundidad de la meditación que María Zambrano ofrecía en aquellos años difíciles: “Vivir el lado negativo de la libertad parece ser el destino que ha de apurar el hombre de nuestra época. Y nada más difícil de descifrar que lo que sucede en la negación, en la sombra, en la oquedad. Vida en la negación, en la que se vive en la ausencia del amor. Cuando el amor –inspiración, soplo divino en el hombre– se retira, no parecen emerger con más fuerza y claridad cosas como las del hombre independizado. Todas las energías que integraban el amor quedan sueltas y vagando por su mente. Como siempre que se produce una desintegración, hay una repentina libertad, en verdad pseudolibertad, que bien pronto se agota”.
Publicaría después en 1955 “Lo que sucedió a Cervantes”. Ese mismo año en que fallece Ortega y Gasset, envía un artículo titulado “Don José”. Enviaría después en 1958 “Fragmentos (de un inédito: “Ante la verdad”); en 1959 hizo lo propio con un tema bien querido para ella: “Nina o la Misericordia” en torno a la novela de Pérez Galdós; en 1960 sobre un pintor de culto: “La pintura de Ramón Gaya”; tardaría luego ocho años, 1968, cuando publicó “Cuba y la poesía de Lezama Lima”; en 1975 sobre Miguel de Molinos; en 1977 lo haría sobre su propia generación, la del 27; recordando al poeta Juan Ramos Aparicio en 1981; al conmemorarse el centenario del nacimiento de José Ortega y Gasset envió un artículo titulado “José Ortega y Gasset en la memoria. Conversión y Revelación”; en 1986, ya en España, enviaría un artículo que enlaza con el primero: “Nuevas páginas sobre el amor. El enamoramiento. El pájaro del pensamiento”.
Unas páginas bellísimas y densas las que compartió en esta Ínsula de Cano que merecen una lectura serena y reflexiva. Tan solo haré una referencia a un breve párrafo del artículo dedicado a Cervantes, “Lo que sucedió a Cervantes: Dulcinea” por la proyección que tiene incluso en nuestros días y por la proyección compartida entre Zambrano y José Luis Cano: “El horizonte es algo ideal aun en la vida física. El animal no debe de tenerlo y la planta no lo necesita. Si el hombre lo perdiera, perdería su humanidad. La conciencia lo revela, y entonces se comienza a pensar, cuando al que así ocurre comienza a ser dueño de su camino, a trazarlo”.
Claro, este horizonte remite a la historia y al lugar que el hombre tiene en cada momento. Por eso Cervantes inventó un género que consiste en narrar la vida y no solo en definirla, al tiempo que alaba los grandes principios y denuncia los anacronismos.
Estos artículos firmados por Zambrano estuvieron acompañados de un buen número de páginas dedicadas a su vida y obra, con firmas importantes: James Valender, Juan Fernando Ortega Muñoz, Rogelio Blanco, Ana Rodríguez Fischer, Amparo Amorós, Jesús Moreno hasta Lezama Lima o José Ángel Valente. Varios de ellos publicados en el n. 509 (1989) dedicado en buena medida a su figura. Siempre mencionando las noticias más relevantes, por ejemplo, la concesión del premio Príncipe de Asturias (1981) y, por supuesto, su regreso a España en 1984.
No es gratuito –decíamos– que haya sido María Zambrano la filósofa del exilio que más presencia ha tenido en Ínsula pues su pensamiento encarna mejor que ningún otro el espíritu al que deseaba ser fiel la revista: la síntesis, tras el reencuentro, de poesía y razón era su expresión más consumada. Por lo que la poesía y la razón han simbolizado a lo largo de los siglos su maridaje no se agotaba como mera cuestión puramente epistémica o de relaciones entre la filosofía y la literatura, sino que adquiría relevancia en el plano moral y en el político.
En este sentido Ínsula cumplió esa función de puente que no pudo llegar a realizar la revista que, con ese nombre, El Puente, apenas fue un proyecto frustrado. En la pormenorizada reconstrucción que ha realizado Francisca Montiel Rayo del complejo proceso que no llegó a culminar, le ha sido obligado remitirse a la fundación de Ínsula como el intento de “atenuar, en la medida de lo posible, los efectos de la escisión cultural producida en 1939” y cómo Ínsula fue “un primer órgano de expresión en torno al cual articularse”. Y añade la autora: “Con su actitud posibilista, Ínsula se erigió en inicial “cabeza de puente” entre las dos Españas, un puente en cuya difícil construcción participaron en la década de los cincuenta –al producirse el reconocimiento internacional del gobierno de Franco– destacados pensadores de las dos orillas.
José Luis Cano, como autor de dos secciones que marcaban la línea editorial: “La Flecha en el Tiempo” y “Los libros del Mes” se encargaba de mantener viva esta memoria que nutría una conciencia que no solo trataba de explicar qué había pasado sino por qué no debía volver a pasar. Para ello era imprescindible que algunos nombres se mantuvieran vivos aunque fuera en la distancia. Por ello dedicó a María Zambrano un artículo de esa sección fija “La flecha en el Tiempo” que él cuidaba, para recensionar la edición que Gonzalo Santonja hizo de Los intelectuales en el drama de España, quizá el alegato más lúcido que se ha escrito contra el fascismo y cuya primera edición se había publicado en Chile en 1937.
El paso hacia el último objetivo de Ínsula prácticamente estaba dado. De una parte, su atención a las nuevas Ciencias Sociales. Muy importante me parece, en este sentido, la sensibilidad que la revista mostró hacia la recepción de los modelos epistémicos basados en la racionalidad científica y su aplicación a las ciencias sociales, a la lingüística y la literatura, a partir de la segunda parte de los sesenta y, sobre todo, en la década de los setenta. Este punto me parece fundamental para explicar los juicios que se hicieron en aquellos años sobre las décadas de la posguerra, y que a medida que vamos conociendo mejor toda la producción nos van resultando más obsoletos por insuficientes.
Sin embargo, este análisis es fundamental para explicar la falta de atención (recuérdense las palabras de Ridruejo) de la vinculación a las tradiciones (literarias o filosóficas) y la apuesta, a partir de este momento, por modelos universalistas (matematización, formalización, estructuralismo, etc.). Se iniciaron en los años de la transición económica y social, ya con anterioridad a la muerte de Franco, si se toma esta fecha como la más representativa del inicio de la transición política. En este sentido son muy ilustrativos algunos artículos publicados en Ínsula con anterioridad a estas fechas al buscar el equilibrio entre “la edad y la nación” que otras orientaciones no tenían al optar solo por la primera.
Finalmente, la meta a que llegó tempranamente la revista en su refugio como ínsula, y a la que ha permanecido leal desde entonces, consiste en la reconstrucción de la historia del pensamiento español como una vía que articula la tradición nacional y la cosmopolita: nación y época, decíamos más arriba, reconstruyendo la nueva convivencia a partir de la herencia orteguiana y del exilio.
Para lograr esta finalidad, la tertulia debió ser tan importante como la misma revista pues en ella intercambiaron experiencias, recuerdos y reflexiones personas que se formaron, directa o indirectamente, en la influencia orteguiana y que, además, mantenían relación epistolar con exiliados, es decir, con una herencia que era irrenunciable para esas reconstrucciones a las que aspiró el proyecto de Cano desde sus orígenes.
Difícil entender libros tempranos como el de Marra López, Narrativa española fuera de España (1962) o el de José Luis Abellán, Filosofía española en América (1966) sin este caldo de cultivo realimentado por las primeras visitas a España de algunos exiliados y los recuerdos de quienes aquí habían quedado.
En esa ínsula se refugió también Pablo de Andrés, el discípulo del padre de Zambrano. Con la hija cruzó el largo epistolario que citamos con anterioridad. Él fue testigo de la época privilegiada de los tiempos de Machado en Segovia, luego “expelido” del sistema por la ideología franquista pero no expulsado de España. Vino a encontrar su refugio en la misma ínsula junto con hispanistas que venían a España a estudiar la obra del poeta a quien había conocido en Segovia y de quien nos ha dejado una obra abundante.
Así pues, la aventura iniciada por Enrique Canito con el apoyo incondicional de José Luis Cano durante treinta y siete años, y cinco más en que dirigió la revista el propio Cano, puso las bases de una reconstrucción nacional en la cual la literatura, la creación estética y los estudios históricos se pusieron al servicio de un objetico a la par político y moral.
María Zambrano falleció el 6 de febrero de 1991. Dos años antes, con motivo de un curso organizado por la Universidad Complutense había enviado un texto titulado “Amo mi exilio” para decir: “Yo querría que no volviese a haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que no se conociera el exilio.” Para ello es necesario, lo señaló la propia Zambrano, distinguir muy claramente entre el olvido “que, al fin y al cabo, es creador” y la desmemoria que… “lo borra todo. Y eso ¡no!”, concluía entre admiraciones. No llamemos, pues, olvido a lo que es desmemoria.
Años antes, en 1961, en su “Carta sobre el exilio”, ya citada, cuando la generación de los que llamó resistentes accedía a puestos de poder y los exiliados se sintieron doblemente olvidados, había escrito: “Se teme de la memoria que se presente para que reproduzca el pasado, es decir, algo de lo pasado que no ha de volver a suceder. Y para que no suceda, se piensa que hay que olvidarlo. Hay que condenar lo pasado para que no vuelva a pasar. La verdad es todo lo contrario. Lo pasado condenado –condenado a no pasar, a desvanecerse como si no hubiera existido– se convierte en un fantasma. Y los fantasmas, ya se sabe, vuelven. Solo no vuelve lo pasado rescatado, clarificado por la conciencia –conviene recordarlo lo que había escrito sobre el horizonte revelado por la conciencia, allá en 1952, imprescindible para que haya vida humana–; lo pasado por donde ha salido una palabra de verdad. La historia que va a dar en verdad es la que no vuelve, la que no puede volver”.
Pues con ese propósito nació Ínsula, revista e ínsula espiritual, refugio protegido por la mar, garantía de un horizonte abierto que permite mirar hacia afuera donde viven otras gentes y hacia adentro, para que aquellos que desearan ejercer el valor de la literatura, del pensamiento y de la ciencia como conocimiento pero, no menos, como fuente de sentido moral y político, pudieran hacerlo.
José Luis Cano falleció en 1999, justo cuando iba a comenzar un nuevo siglo. Nos dejó como legado “Los síes y los noes de Aire nuestro” en homenaje a Jorge Guillén.
Artículo publicado en el número 62 de 'Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños'. Abril de 2025
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