Los italianos de la Décima | Capítulo XX

En nombre del Rey. La Operación BG 7

  • Tras el éxito del ataque de la 'Orsa Maggiore', el sistema de defensa naval británico refuerza la vigilancia en torno a los mercantes

  • El 'Olterra' se mantiene como base secreta donde comienza la preparación del BG 7

Recreación de la bodega-almacén del Olterra en la producción británica The Silent Enemy.

Recreación de la bodega-almacén del Olterra en la producción británica The Silent Enemy. / E.S.

El zarpazo que había supuesto el ataque efectuado por la Orsa Maggiore a principios de mayo, había demostrado que el sistema de defensa naval británico era incapaz de cerrar totalmente el paso a los medios de asalto italianos. Por este motivo, el llamado Flag Officer Commandig Gibraltar, almirante Sir Frederick Edward-Collins, se había apresurado a cursar nuevas instrucciones para la protección de la rada y el puerto militar. El hecho de que una parte importante de las medidas adoptadas tuviesen como objetivo bloquear el acceso a los submarinos enemigos -a los cuales se seguía considerando parte esencial del operativo empleado- constituye una prueba evidente del éxito obtenido por las maniobras de contrainteligencia desplegadas hasta entonces. A estas medidas, le seguían las destinadas a impedir un nuevo despliegue de cualquier versión de estos medios de asalto, no sólo contra los navíos de guerra amarrados en el puerto interior, sino especialmente contra los buques fondeados en el arco de la Bahía.

Según las mencionadas instrucciones, durante su permanencia en la zona, todos los mercantes debían reforzar su prescrito servicio de vigilancia. El objetivo no era otro que detectar cualquier incidencia sospechosa que pudiera tener lugar en su cercanía, con orden de comunicarla inmediatamente a la patrullera más cercana. Además, todos ellos debían situar una escala a proa y tender un cable a lo largo de la quilla -de proa a popa- cuya finalidad era facilitar que los submarinistas del Grupo de Trabajos Subacuáticos de la base, pudiesen efectuar una rápida inspección del casco. Incluso se iba a proporcionar cierto número de pequeñas cargas de profundidad, con precisas indicaciones a sus capitanes de la manera en que debían ser utilizadas, si se producía la aproximación de un artefacto o un nadador no identificado. Por último, se generalizó el despliegue por los dos costados de los barcos, de una barrera anti-buceadores compuesta por una larga malla de alambre de espino convenientemente lastrada.

Por otra parte, los medios para la vigilancia antisubmarina quedaron reforzados mediante la incorporación de nuevas embarcaciones -muchas de ellas dotadas de equipos de detección hidrofónica- y el empleo intensivo de aviones de reconocimiento. De ahí, el aumento observado en el número de patrulleras asignadas a la zona de fondeo de los mercantes. Finalmente, también se mejoró el sistema de iluminación por reflectores, al tiempo que se incrementaba el ritmo y la superficie cubierta en los lanzamientos de cargas de profundidad. Todas estas medidas tenían, además, una fase de máxima expresión que se desarrollaba durante los novilunios y sus noches inmediatas.

Dentro de este contexto, el oficial responsable de la seguridad de la base, el teniente coronel Harry Clement Tito Medlam, había insistido mucho en el despliegue de un servicio adicional que reforzara el sistema de vigilancia entre Algeciras y La Línea. Como parte del nuevo dispositivo, pretendía servirse de algunos de aquellos pesqueros españoles con los que, según se refleja en sus informes, los operadores italianos se habían cruzado durante su última acción. La idea era aprovechar que la zona donde faenaban se encontraba delante justo del fondeadero de los mercantes, para proponer a sus patrones que, a cambio de cierta cantidad de dinero, se prestasen a alertar a las patrulleras británicas de cualquier avistamiento sospechoso. Hay que decir no obstante que, por fortuna para los olterrianos, aquella oportuna y singular sugerencia no fue de momento estimada.

Todo ese incremento en las medidas de protección no constituía ninguna sorpresa. En definitiva y como había ocurrido tras cada una de las incursiones efectuadas hasta ese momento, aquel nuevo giro de tuerca en el sistema de seguridad naval británico, no era sino la asumida consecuencia del éxito obtenido en la BG 6. De ahí que no influyese lo más mínimo en la intención del Estado Mayor de la Regia Marina de seguir empleando el Olterra para mantener su ya desesperada ofensiva contra el tráfico naval aliado en el Mediterráneo.

Llegados a este punto, se impone recordar que la premisa fundamental que, a la postre, iba a permitir a la Xª MAS seguir operando en estas aguas, era que el secreto sobre la existencia de una base de torpedos tripulados en el Olterra seguía manteniéndose intacto. Un logro nada desdeñable en aquellas circunstancias.

Como recordaría al autor el entonces capitán de corbeta Notari, aunque todos los olterrianos estuviesen férreamente comprometidos en su mantenimiento, es de justicia destacar que, sin duda, una de las claves de su preservación habían sido las tretas desplegadas por Giulio Pistono. Eso sin desmerecer, por supuesto, la contribución de aquellos informadores ocasionales, supuestos agentes dobles y pícaros de todo pelaje que, ya fuese de una forma consciente o no, estuvieron sirviendo a los británicos información convenientemente contaminada. Gracias a todos ellos, la Regia Marina pudo, no sólo seguir haciendo uso de aquella base secreta, sino hacerlo sin comprometer la posición internacional de una España que, aunque presumiblemente ya por poco tiempo, todavía seguía definiéndose respecto al conflicto bajo el estatuto de “nación no beligerante”.

Con más desparpajo que fortuna, recientemente se ha llegado a sostener que habían sido las confidencias efectuadas en 1942 por algunos de estos agentes las que habían puesto fin a los ataques de la Decima. Existen algo más que evidencias que tiran por tierra esta afirmación. La primera de ellas es que, en ningún caso se llegó siquiera a hacer mención del Olterra. Por lo demás, bastaría recurrir a los testimonios de los responsables del servicio secreto británico en el Peñón, de los mandos navales de la base o de los tripulantes de cualquiera de los navíos que fueron atacados a lo largo de 1943, para constatar la nula componente de verdad que subyace bajo esta absurda pretensión.

Pero volviendo al eje de esta historia, la futura BG 7 se iba a desarrollar cuando el signo de la guerra se había vuelto ya claramente en contra del Eje y sobre todo, en contra de Italia. Borghese lo describiría así años después: "(En aquellos momentos) la suerte del conflicto nos era ya abiertamente adversa en todos los frentes... el peso de la producción industrial y de los armamentos aeronavales americanos se abatía sobre Italia. Perdido ya el Imperio, evacuado el Norte de África, con el dominio del cielo y del mar Mediterráneo decididamente en manos del enemigo, éramos ya un país asediado, rodeado por todas partes por nuestros adversarios que, desde el cielo, sembraban la destrucción y la ruina sobre nuestras ciudades. La flota, que al principio de la guerra se había servido de Tarento como base de operaciones, se había retirado poco a poco hacia el Norte y entonces se encontraba parte en Génova y parte en La Spezia. Dislocación forzadamente ”conservadora”, al no existir otra posibilidad; dado que la escasez de combustible y la carencia de aviones ... dificultaban su empleo".

El 9 de julio, los ejércitos aliados desembarcaban en Sicilia. Aquello resultó definitivo. Dos semanas más tarde, Mussolini era depuesto, dando paso a un nuevo gobierno encabezado por el mariscal Badoglio; un ejecutivo que iba a actuar ya sólo en nombre del rey Vittorio Emmanuel III. Como Borghese recordaría en sus memorias, apenas unas horas después, en el Cuartel General de la Xª Flotilla MAS se había recibido la notificación oficial: "El 25 de julio se nos comunicó que Su Majestad el Rey y Emperador, había aceptado la dimisión en el cargo de Jefe del Gobierno Primer Ministro Secretario de Estado, presentada por... Mussolini y había nombrado en su lugar al mariscal Badoglio. El Rey nos decía: '....En esta hora solemne que pesa sobre los destinos de la Patria, cada uno debe asumir su puesto de deber, de fe y de combate'... mientras Badoglio, por su parte, proclamaba: 'La guerra continua. Italia, duramente herida en sus provincias invadidas, en sus ciudades destruidas, mantiene su fe en la palabra dada, custodia celosa de sus tradiciones milenarias...".

Una semana después, el nuevo ministro de Marina, almirante Raffaele De Courten, había realizado una visita de inspección a la sede del mando de la Decima en La Spezia. Sigue contándonos el entonces jefe de la flotilla: "Tras la inspección... (De Courten) nos dirigió unas emocionadas palabras convocándonos a una lucha a ultranza: 'Representáis, la mejor unidad de la Marina, debéis perseverar en el camino seguido hasta aquí, intensificar la acción ofensiva y estar listos para superaros si sobreviene el día del supremo combate... en el abrazo que os doy a todos, simbolizado en el que doy a vuestro comandante, se encuentra la expresión del sentimiento que nos une en la lucha contra los angloamericanos invasores, a los que combatiremos implacablemente hasta que los echemos a la mar...".

De esta forma, como escribiría Borghese: "Gravitaba sobre la Decima el desarrollo de aquella actividad ofensiva que imponían las circunstancias. Todo se cifraba ahora en aquellas acciones que por su carácter encubierto, empleo de medios minúsculos de escaso consumo, fabricación rápida y bajo coste, cifraban su poder destructor, no en la potencia del medio empleado, sino en la voluntad, el ingenio, la audacia, la iniciativa personal y la temeraria agresividad de los hombres...".

El almirante Varoli-Piazza, el responsable de las operaciones de la Decima dentro del Estado Mayor naval, no andaba por tanto descaminado cuando, tras su vuelta a Italia hacía ya un par de meses, había adelantado a los miembros de la Orsa Maggiore que debían estar preparados para emprender nuevas misiones.

No es difícil comprobar cómo la acción que debía dar continuidad a la ofensiva emprendida desde el Olterra había comenzado a prepararse días después de la caída de Mussolini. Se trataba pues de una misión ejecutada -tal como Borghese se empeña en dejar claro- siguiendo el mandato del Rey y por lo tanto, en su nombre.

De entrada, la BG 7 iba a contar con una primera ventaja respecto a las acciones anteriores. Esta radicaba en que los equipos necesarios para llevarla a cabo se encontraban a bordo del Olterra desde la primavera. Hay que recordar que en el interior del cisterna se guardaban las tres secciones motrices de los maiali participantes en la BG 6, los equipos de buceo de sus operadores y tres cabezas de combate de trescientos kilogramos en perfecto estado.

Una de ellas era la que el subteniente Cella había traído de vuelta tras su fallida incursión de diciembre. Las otras dos, habían llegado en abril con el último envío procedente de Burdeos. Cabe la posibilidad de que el hecho de tenerlas disponibles hubiese contado a la hora de proceder al diseño táctico del futuro ataque. Aunque no se puede descartar que hubiese sido la aceptada imposibilidad de realizar dos operaciones de minado en una misma incursión, lo que hubiese decidido al mando de la Decima a prescindir del empleo de cabezas dobles.

Por lo demás, los operadores destinados a ejecutarla iban a llegar hasta Algeciras de la misma forma que lo habían hecho en la primavera anterior. El jefe de máquinas Denegri contaría luego: "Notari y su nuevo asistente cuyo nombre no recuerdo, llegaron en avión hasta Sevilla y desde allí al Olterra, tras una parada en Pelayo. Los otros cuatro -todos ellos veteranos del ataque anterior- habían viajado por tierra siguiendo la misma ruta que en abril, tras atravesar clandestinamente la frontera franco-española".

Como puntualiza Denegri, de aquellos seis incursores, cinco habían operado ya con la Orsa Maggiore. Entre ellos y siempre con el permiso del respetado jefe del grupo Notari, el subteniente Cella era el único que podía presumir de que esa iba a ser la tercera ocasión que surcaría aquellas aguas en misión de guerra. Sin embargo, para el joven cuyo nombre no recordaba Denegri, aquel que debía formar binomio precisamente con el llamado Capogruppo, iba a ser su bautismo de fuego. Se trataba de Andrea Gianoli, un montañés nacido el 14 de diciembre de 1922 en el pueblecito alpino de Lanzada, en la Lombardía, a una decena de kilómetros de la frontera suiza; tenía pues veinte años.

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