LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA | CAPÍTULO XX

En nombre del Rey. La Operación BG 7 (II)

  • Los maiali iban a enfrentarse a las reforzadas medidas de seguridad de la Marina británica

  • El nuevo operativo pondría a prueba el adiestramiento de los italianos

Fotograma de la producción británica The Silent Enemy en la que se recrea el momento previo al inicio de una operación, con los maiali esperando en la piscina interior del Olterra.

Fotograma de la producción británica The Silent Enemy en la que se recrea el momento previo al inicio de una operación, con los maiali esperando en la piscina interior del Olterra. / E.S.

El destino había querido que, en lugar de servir a su país en un regimiento de montaña como haría el resto de sus hermanos, Andrea Gianoli hubiese terminado en las filas de la Regia Marina. Dotado de unas excepcionales cualidades físicas, no había tardado en ser seleccionado para realizar el curso de buzo. De hecho, su primer destino dentro de esta especialidad había sido la base naval de La Spezia.

En el verano de 1942, impresionado por la acción protagonizada por su admirado paisano, el héroe de Alejandría Emilio Bianchi, otro alpino operador de maiale, había decidido presentarse como voluntario para servir con los medios de asalto. Sólo unos meses después, se le había escogido para sustituir al enfermo Ario Lazzari como segundo, nada menos que del comandante Notari. Estaba claro que había sido la escasez de personal entrenado la razón que había llevado al mando del Grupo Submarino a optar por convocarle, a pesar de que aún no había concluido su periodo de adiestramiento. No cabe duda que, para Gianoli, pasar de los ejercicios a tomar parte en una misión de guerra con el veterano jefe de la Orsa Maggiore llevaba implícito un innegable reconocimiento a su valía. Pero sin duda, también representaba una enorme responsabilidad para él. De todas formas, esa rapidez con la que había cubierto etapas dentro de su servicio en la Marina, le hubiesen avalado de sobra para poder dar sus memorias el sugerente título: “De los esquís al maiale”.

A finales del caluroso julio de 1943, el novato Gianoli y sus cinco compañeros habían subido al impasible Olterra. Lo hicieron, y Denegri fue testigo de ello, pasando una vez más por delante de la guardia española sin que esta les hiciese el menor requerimiento. Como pudo constatar el jefe de máquinas del cisterna, en los días que siguieron, todos los recién llegados se dedicaron a reproducir la liturgia de siempre: observación permanente de la Bahía, estudio del dispositivo de vigilancia enemigo y selección de los blancos.

El ataque quedó finalmente fijado para la noche del miércoles 4 de agosto de 1943, en las setenta y dos horas siguientes a la primera luna nueva de las dos que registraría ese mes. Aquella tarde, tras un último vistazo a la disposición de los mercantes, Gianoli y sus compañeros habían asistido a la prescrita distribución de sus respectivos objetivos por parte del comandante Notari. Ritual que este realizaría, tal como comentaría al autor, aplicando el mismo criterio que en la operación anterior. Los tres maiali debían desplegarse en abanico, dejando para el jefe del grupo el blanco situado más al Este y en consecuencia, más alejado de la base.

El Cabo Andrea Gianoli, segundo tripulante del maiale de Notari en la BG 7. El Cabo Andrea Gianoli, segundo tripulante del maiale de Notari en la BG 7.

El Cabo Andrea Gianoli, segundo tripulante del maiale de Notari en la BG 7. / E.S.

Las condiciones atmosféricas eran buenas, escribiría Cella en su informe y así lo confirmaría también Gianoli, aunque precisando que "soplaba una ligera brisa del NO y que la mar estaba ligeramente agitada". Se trataba por tanto de una inmejorable Torpedo Moon y los británicos lo sabían.

Por eso, desde hacía unos días, las ya reforzadas medidas de seguridad se habían extremado al máximo. Aquella noche además, un avión de reconocimiento sobrevolaba la Bahía a baja altura intentando detectar la posible presencia de un submarino incursor. Los reflectores de la base permanecían encendidos casi de forma permanente, al tiempo que se apreciaba cómo el número de patrulleras que vigilaban la zona de fondeo de los mercantes se había incrementado, al igual que el ritmo de lanzamiento y la potencia de las cargas de profundidad. Con el laconismo propio de los informes militares, Cella escribiría al respecto: "Vigilancia fortísima, reflectores y patrulleras muy activos, lanzamiento de cargas sistemático, algunas de ellas muy potentes respecto a ocasiones anteriores".

Minutos antes de las once, Notari y Gianoli abandonaban el Olterra a lomos de su maiale. Veinte minutos después, le seguía el de Tadini y Mattera y sobre las doce menos veinticinco, el de Cella y Montalenti. Fue una suerte que la sugerencia de Tito Medlam no se hubiese tenido en cuenta porque, al igual que la vez anterior, aquella noche también tuvieron que sortear al grupo de pesqueros españoles que, sirviéndose de potentes lámparas, habían largado las redes justo delante de sus objetivos.

A partir de ese punto, los tres maiale pudieron completar su maniobra de aproximación sin ser apenas molestados por las patrulleras que, aquella noche, hacían la ronda entre los mercantes. Es más, incluso los haces de los poderosos reflectores que iluminaban el sector no hicieron sino facilitarles la tarea, al permitirles divisar con toda claridad bajo el agua, la obra muerta de sus respectivos blancos. En los casos de los maiali gobernados por Tadini y Cella, todos los movimientos para fijar la cabeza de combate bajo la quilla fueron ejecutados con tal rapidez y precisión que sus informes presentan una insólita brevedad comparados con los de misiones anteriores. Su posterior maniobra de evasión se iba a desarrollar igualmente sin incidentes y ambos no tardaron en enfilar el puerto de Algeciras. A las dos y veinte, la compuerta secreta del Olterra se abría para dejar pasar a la sección motriz de Cella. Una hora después volvía a abrirse para facilitar el paso a la gobernada por Notari. Y finalmente, sobre las cuatro y diez, posiblemente tras repetir la misma estratagema de despiste que el ocho de mayo anterior, entraba la de Tadini y Mattera.

De momento, no había motivo para grandes satisfacciones. En primer lugar porque aún quedaba por comprobar el efecto de las cargas que acababan de colocar. Pero sobre todo porque Notari había regresado sólo. Gianoli, el novato, había desaparecido. Recurriendo a sus respectivos testimonios, no es difícil determinar que los dos operadores habían perdido contacto durante la maniobra de fijación de la carga. Gianoli lo recordaría en estos términos: "Nos habíamos colocado bajo el casco... (y) ayudándonos con las manos, conseguimos alcanzar la quilla de balance y fijar con rapidez la primera mordaza. Seguidamente, di el convenido golpecito en la espalda de mi comandante para indicarle que el primer sargento estaba 'listo'. Luego pusimos el maiale en posición transversal al mercante y avanzamos hasta la quilla de balance opuesta. (Una vez bajo ella) comencé a ajustar la segunda mordaza con calma, sin preocuparme lo más mínimo ni de los reflectores ni de las explosiones de las cargas".

Por su parte, Notari escribiría horas después: "Gianoli había colocado con rapidez el segundo sargento aunque sin terminar de apretar el tornillo. (Me dio la impresión de que tardaba demasiado). Incapaz de encontrar una explicación para aquel retraso, traté de preguntarle el motivo y él me dio a entender que, al cruzar bajo el casco, había perdido el extremo del cable de conexión (del que debía quedar suspendida la carga)".

Este par de frases del informe oficial, harían que, durante medio siglo, aquella incidencia en la maniobra de fijación de la cabeza de combate fuese atribuida a la bisoñez, cuando no al incompleto adiestramiento del cabo Gianoli. Orgulloso y de recio carácter, como todos los montañeses, Gianoli siempre se sintió algo molesto con el asunto. De hecho, muchos años después, llegaría a redactar una detallada versión del incidente que, publicada en el año 2003, dice así: "En cierto momento, mientras me encontraba apretando el tornillo del segundo sargento pude ver -gracias a las luces de los reflectores- que, poco a poco, la corriente empujaba hacia mi (al maiale y con él) al comandante Notari, que seguía aferrándose a la quilla de balance. Alcanzó el sargento que yo estaba colocando y de un manotazo, se agarró a él para no seguir siendo arrastrado...(Pero) con el manotazo, me sacó el bocado del autorespirador. Yo me encontraba con la mano izquierda agarrado a la quilla de balance. De manera que, para poder colocarme de nuevo el bocado tuve que emplear la mano derecha, con tan mala suerte que, al alargar el brazo, el cable de conexión que sujetaba bajo la axila se soltó y aunque reaccioné rápidamente para intentar recuperarlo, no me fue posible. Entonces, dado que el comandante seguía agarrado al sargento, que no estaba apretado del todo... opté por el cable que pendía de la parte superior de la cabeza de combate y lo até a él para evitar que la corriente terminase por arrastrar al maiale y a mi comandante".

Cabía la posibilidad de recuperar el cabo y repetir la operación. Pero siguiendo puntualmente lo prescrito en el procedimiento, Gianoli desechó esa idea para fijar la cabeza de combate sólo a la quilla de balance donde había colocado la primera mordaza. Ya sólo quedaba retirar la carga de la sección motriz, activar sus espoletas y emprender el camino de regreso al Olterra.

No obstante, sigue recordando Gianoli: "Cuando la cabeza de combate quedó separada del maiale, este inmediatamente adquirió un empuje positivo... que amenazaba con sacarlo a la superficie". Cierto que Notari hubiese podido compensarlo activando la bomba de lastre. Pero el riesgo de que la consiguiente suelta de aire pudiese revelar su presencia, le había hecho desistir de ello. De tal suerte, que ambos operadores tendrían que realizar un esfuerzo enorme para impedir que la sección motriz emergiese.

Sujetándose con una mano a la quilla de balance e intentando con el pie ayudar a Notari a mantener el maiale bajo el agua, Gianoli consiguió activar la primera espoleta. La fuerza ejercida en su intento de hacer lo mismo con la segunda, terminó desplazando involutariamente el maiale haciéndoles perder el contacto. Así lo recordaría Notari: "Yo me encontraba intentando por todos los medios retener la sección motriz bajo la quilla de balance. Para ello, tuve que realizar un gran esfuerzo que me dejó completamente extenuado. Por suerte, pude conseguir mi propósito aunque a costa de alcanzar el límite de mis fuerzas. Con la máscara llena de agua, ni siquiera pude preguntar a Gianoli, que se encontraba aún trabajando con la cabeza de combate, si había conseguido fijarla al "sargento" o si había activado las espoletas. Creo que al intentar esto último, volvió a apoyarse en la sección motriz empujándola de nuevo hacia fuera. En ese momento, fue cuando perdí el contacto con él. No volví a verle aunque confiaba en que, finalmente, hubiese podido completar la operación".

Por su parte, Gianoli haría la siguiente descripción de aquel momento: "(Cuando sólo me quedaba activar la segunda espoleta, noté que) me faltaba el oxígeno, presioné el dispensador pero este no fluía... Sabía que sólo tenía que llenar mis pulmones una vez más. Luego habría cambiado de respirador, así que lo accioné aún con más fuerza... pero el oxígeno seguía sin llegar. Mi aguante se vino pronto abajo y con un grito en señal de adiós a mi comandante, con un gesto me quité la máscara y salí a la búsqueda de aire que respirar".

Mientras Gianoli se esforzaba por llegar a la superficie, Notari también se enfrentaba a graves problemas: "(Tras el desplazamiento causado por Gianoli), traté de detener el ascenso del aparato pero sin éxito... Con un último esfuerzo, cuando ya me encontraba sólo a unos dos metros de profundidad, accioné la palanca de inmersión rápida a fin de impedir que el maiale rompiese en la superficie como un globo. El artefacto se detuvo poco antes de alcanzarla para, seguidamente, comenzar a descender. Fue entonces cuando noté la presencia de una malla cuadrada de alambre de espino que habían tendido por el costado del barco. Empleando las manos, acerté a mantenerla apartada de mí impidiendo que me rasgase el traje. Este trasteo con la red me distrajo unos segundos tras los cuales, comencé a darme cuenta de que el maiale se estaba precipitando al fondo".

El veterano comandante intentó recuperar el control del ingenio manejando las bombas de lastre sin resultado. Sigue contando Notari: "Conforme iba descendiendo, me invadía una terrible sensación de asfixia que aún se vería más acentuada por la presencia de agua en la máscara. Sobrepasados ya los veinte metros de profundidad, comencé a tomar conciencia del peligro fatal al que me enfrentaba. Muy pronto, la presión haría colapsar la estructura del artefacto. Yo estaba prácticamente al límite de mi resistencia física y mental y por un momento, incluso llegué a pensar en abandonar el maiale y alcanzar la superficie para salvar la vida. Sin embargo, y todavía no me explico exactamente por qué, me mantuve pegado a mi asiento y aferrado a los mandos intentando recuperar el control; a pesar de que sabía que, seguir bajando, era una muerte segura".

"De pronto, tuve la sensación de que el descenso se ralentizaba. Tras comprobar aliviado que así era, casi no me podía creer que este, finalmente, se había detenido para luego comenzar un tímido ascenso. Por fortuna, el aire había comenzado a fluir dentro del tanque, liberando el lastre necesario para permitir primero equilibrar el empuje del ingenio y luego hacerlo emerger. Poco a poco, aquel movimiento de ascenso fue adquiriendo velocidad lo que suponía otros riesgos. Y no me refiero sólo a la posibilidad de terminar estrellándome contra el casco de la nave, sino sobre todo, a que una brusca salida a la superficie no podía pasar desapercibida a la vigilancia enemiga. Sin embargo, estaba ya tan aturdido, tan bloqueado y tan ansioso de llegar arriba, que no ejecuté acción alguna para atenuarla".

"Cuando alcancé la franja de los diez metros, la diferencia de presión provocó una expansión del oxígeno dentro del saco respirador tan violenta, que la máscara y el regulador saltaron de mi rostro haciéndome tragar un poco de agua. Momentos después, el maiale rompía de proa en superficie con un estruendo enorme. Había salido sólo a medio metro del costado de babor del mercante, justo a la altura del puente. Yo me encontraba ya tan mal físicamente que ni siquiera pensé en el peligro que corría. De manera que, en lugar de iniciar la consabida maniobra de evasión, me incliné sobre el panel de mando para evitar que pudiesen ver sus elementos fluorescentes mientras respiraba profundamente... Pasados cinco minutos, gracias al aire fresco de la noche y al impacto del agua en mi cara, recuperé algo de claridad mental y finalmente, decidí poner distancia de por medio".

"Demasiado agotado para nadar, estaba dispuesto alcanzar la cercana costa española navegando por la superficie pero, al accionar la puesta en marcha, el motor no arrancó. En ese momento, eché mano de la experiencia. Cambié de marcha y este comenzó a funcionar al máximo de revoluciones".

"En quinta, inicié la maniobra de evasión en superficie totalmente convencido de que había sido descubierto. Durante el largo rodeo que di antes de enfilar la vertical del Olterra, conté con la inesperada colaboración de unos simpáticos amigos. De pronto, me di cuenta que una manada de delfines, tal vez unos veinte o treinta ejemplares, me venían escoltando, rompiendo con sus saltos la superficie del agua a ambos lados de mi maiale. Y así continuaron hasta que pude dejar atrás la zona de peligro. Tenga usted en cuenta amigo Escuadra que, no en vano, el delfín era el símbolo que nos identificaba a los miembros del arma submarina italiana. Tal vez por eso, la noche del cinco de agosto de 1943, aquellos genios protectores, decidieron salvarme la vida. Tras una hora y media de navegación, llegué al Olterra sobre las tres y veinte, ciertamente preocupado por lo que pudiera haberle ocurrido a mi segundo".

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