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Cuentos de estío: animales felices
Capi y Bara salieron de su gran cajón. Salvo una rejilla como de vidrio ciego, la oscuridad había sido su mundo durante un tiempo mayor de la cuenta, viaje largo y ruidoso y raro; tenían agua y comida de sobra, pero habían engordado más por la falta de movimiento que por el exceso de alimentación. A veces sentían el ruido de agolparse otros cajones alrededor. Después la quietud, un rato largo de paz.
Lustrosas, Capi y Bara salieron de la gran caja y todo les pareció blanquísimo. Eran adorables, así las vio el niño que sintió un amor instantáneo e infinito hacia los dos roedores. Despedían felicidad, eran todo formas amables, redondeadas con una sonrisa sempiterna dibujada en sus caras de ratitas caseras y pelo maravilla suave como de peluche. El niño se sintió casi llorar de cariño, y los bautizó confundido por las conversaciones: Capi y Bara, y el padre se acercaba encantado mirando la escena, en una mano la chaira, un hombre feliz.
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