Crisis del coronavirus

Supermercados: del tsunami a la bonanza

  • Las avalanchas compulsivas de la pasada semana dan paso a compras pequeñas y ordenadas

  • La amabilidad entre clientes y con los empleados releva a la agresividad de los primeros días

  • "La gente ya tiene de todo, no necesita nada más", afirma el gerente de un centro comercial

  • Coronavirus en el Campo de Gibraltar: noticias y última hora

Carteles anuncian las nuevas normas para acceder a los centros de venta

Carteles anuncian las nuevas normas para acceder a los centros de venta / Erasmo Fenoy

La crisis generada por el Covid-19 (coronavirus) está viva, de la misma forma que sus consecuencias en la vida diaria mutan de un día para otro. La adquisición de los productos de primera -y no tanta- necesidad es una clara muestra de ello. Lo que el pasado sábado era una avalancha desorganizada y hasta vergonzosamente agresiva para conseguir un litro de leche se ha transformado, al menos en la mayoría de los supermercados del Campo de Gibraltar, en un respeto escrupuloso por las normas y en una amabilidad hacia los otros compradores y hacia el personal que inevitablemente llama la atención por el contraste que supone con lo vivido recientemente.

El miedo a que se produjese un desabastecimiento masivo de alimentos, papel higiénico (que alcanzó cotas de venta nunca conocidas), agua embotellada… desató desde el pasado jueves la compra compulsiva por parte de decenas de ciudadanos a los que les pudo la ansiedad. Vecinos de todos los puntos de la comarca que desoían los llamamientos a la calma de las autoridades y de las empresas del sector.

Las redes sociales se llenaron de imágenes de largas colas en espera de que los grandes supermercados levantasen las persianas metálicas que permiten llegar a sus puertas. La espera para llegar a las cajas alcanzó límites inimaginables. Todo lo que no fuese llegar a primera hora de la mañana se traducía en encontrarse con estantes vacíos.

Apenas tres días después comprar en Carrefour, Mercadona, Lidl, Hipercor, Día, Súper Carmela, Supersol, Ruiz Galán… y por supuesto en las pequeñas tiendas de barrio que desafían al coronavirus y siguen prestando servicio a sus vecinos es una tarea sencilla. Sorprendentemente sencilla. Incluso más que antes de que se desatase la pandemia y eso que las puertas permanecen abiertas menos tiempo.

“La gente se volvió loca, lo compró todo, como si se acabase el mundo, y ahora ya no necesita nada”, explica con naturalidad el gerente de una de esas grandes superficies. “Hay quien viene a por tres cosas más por tener una excusa para salir de casa que porque realmente precise de ellas”.

Hicimos cajas diarias que no se dan ni en Navidad, los compradores sencillamente arrasaban con lo que encontraban, sin pararse a pensar si lo necesitaban o no y ahora se encuentran con sus despensas llenas”, añade.

La realidad esta semana es muy diferente. Las empresas han impuesto normas, que se unen a las decretadas del Gobierno. Por lo pronto, se acabó eso de que una familia desembarque en un supermercado y se distribuya por los pasillos como si se tratase de una operación policial contra el narcotráfico mientras otro hace sitio en la cola. Uno por compra.

Los ciudadanos, bueno casi todos, llegan cubiertos de mascarillas y con sus manos protegidas por guantes y si no, el propio centro comercial proporciona estos últimos y el jabón para lavarse las manos.

Es obligatorio guardar una distancia en las colas, no solo en las cajas, sino también, por ejemplo, a la hora de subir, de uno en uno, a los ascensores. Si la norma es transgredida los empleados llaman al orden con pulcro respeto. "Por el bien de todos, un metro entre carrito y carrito, por favor", se oye desde el fondo.

Está rigurosamente prohibido adquirir más de un número determinado de productos de una misma gama, no se vende carne al corte, ni pan a granel si no están envueltos, ni la tan apreciada comida japonesa… y en la puerta el personal de seguridad -en algunos casos la propia Policía Local- controla para que en ningún momento sea superado el aforo marcado por las normas, que ha sido reducido de manera notable.

“El lunes en hora punta hubo que frenar a algunos en las puertas unos minutos, pero ya no; es un chorreo constante, pero poco más, además el personal ya no hace compras tan grandes y dura poco dentro”, explica una de las cajeras.

"Pase usted primero, si algo nos sobra es tiempo"

Desde el punto de vista del cliente la visión también es diferente. “Da hasta un poco de vergüenza, parece que por salir de casa a comprar estuvieses haciendo algo malo, pero es que ya no me queda de casi nada”, explica Soraya, madre de dos niñas pequeñas, que necesitaba de potitos y de otros productos para los más pequeños. “Ha tenido que venir mi hermana a casa para quedarse con ellas, esto es un pastizo”.

“Pase, pase usted, si ahora lo que nos sobra es tiempo”, le dice un señor mayor a una chica que se ve que sí que tiene necesidad de regresar pronto a casa, o al menos es lo que se deduce de la conversación que mantiene a través de su teléfono móvil.

Yo pago con tarjeta, para no exponeros a vosotros, que bastante hacéis con estar aquí”, añade cuando le toca abonar su cuenta. "Llévese usted el ticket, no sea que se lo vayan a pedir en el camino a casa y tenga usted problemas", le replica la cajera con un inequívoco signo de agradecimiento (ok) con sus dedos.

“No se imagina lo que cuesta llevar puesto esto”, añade, indicando con su pulgar a la mascarilla, una de las pocas muestras visibles que queda de que la pandemia pasó por los supermercados como un tsunami. Aunque parezca mentira, hace menos de una semana.

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