30 AÑOS DEL IECG

El ataque holandés a Gibraltar en 1607: su repercusión en Málaga (y II)

Gibraltar en 1704, por Louis Boudan. Bibliothèque Nationale de France.

Gibraltar en 1704, por Louis Boudan. Bibliothèque Nationale de France.

Volviendo al momento histórico que nos ocupa, e incidiendo en el análisis de la carta de Alarcón, verdadera penitencia por su pésima redacción, vemos cómo alerta a “capitanes” de unidades militares y a “alcaides”, presumiblemente de las fortalezas próximas de la costa atlántica cercana, pero, en lo que concierne al litoral mediterráneo, al tratarse de otra jurisdicción, lo que hace es dar aviso a su responsable, don Fernando Hurtado de Mendoza, capitán general de la costa del reino de Granada, para que sea él quien tome las medidas que convengan.

Sin perjuicio de dicho protocolo, el alférez mayor de la ciudad de Gibraltar, don Andrés de Villegas, sí informó directamente a las autoridades malagueñas. Como consecuencia de dicho aviso, que reforzaba la carta de Francisco de Alarcón, de quien ahora se aclara su rango de capitán, además de tomarse las primeras medidas de alerta ya reseñadas, se convocó en Málaga cabildo abierto a todos los caballeros de la ciudad, fueran o no regidores del concejo, y así juntos disponer lo necesario para defender la urbe malacitana y los navíos y galeones surtos en su playa y puerto.

En dicho cabildo abierto se tomaron medidas para controlar personas residentes o transeúntes que pudieran suponer un incremento del riesgo, tales los esclavos moros y los extranjeros de paso, tripulantes de barcos que venían a comerciar.

En relación con los primeros, se dispuso que al anochecer fueran llevados por sus amos a la alhóndiga o a la casa real de Bastimentos y Munición (lugares cerrados y custodiados), en tanto que los comerciantes extranjeros debían recogerse en sus navíos.

Se constituyó una junta de guerra integrada por tres regidores capitanes de la milicia urbana, más otros dos capitanes vecinos de Málaga, don Baltasar de Arana y don Hernando de Valdivia, a la sazón sin responsabilidades militares concretas, y un tercer caballero llamado don Antonio de Ordaz, de quienes se predica ser “personas aspertas y sabidas en las cossas de la guerra”, para que tomaran los acuerdos necesarios, de cuya ejecución habría de encargarse el alcalde mayor, por ausencia justificada del corregidor en cumplimiento de una comisión regia, no obstante lo cual, ante la gravedad de los hechos, adelantó su vuelta para retomar sus responsabilidades como máximo responsable militar en la ciudad. Por último, el cabildo abierto acordó despachar una carta al capitán general de la costa del reino de Granada, don Fernando Hurtado de Mendoza, rogándole acudir a la defensa de Málaga.

Recibido el aviso, Hurtado de Mendoza se desplazó a Málaga trayendo consigo más de 60 caballos con sus jinetes, y, como agradecimiento, se acordó hacerle un regalo personal con cargo a las rentas municipales de hasta 800 reales.

Ese mismo día, 3 de mayo, el concejo malagueño tomó los acuerdos de comprar un caballo para el sargento mayor de la ciudad, don Juan Gil de la Salde, también regidor del cabildo, y librar una ayuda de costa a su ayudante por el trabajo extra que venían teniendo esos días, desempeñado a plena satisfacción. Aclaremos que el sargento mayor era el principal enlace entre el consistorio y las compañías de milicia de la ciudad y cobraba en razón de dicho oficio un salario ordinario de 30.000 maravedíes anuales, en tanto que, como regidor del concejo, solo percibía 2.000 maravedíes al año por el ejercicio de su regiduría.

Como última de las providencias tomadas el 3 de mayo, se acordó dar a un cerero vecino de Málaga una cierta cantidad de plomo que guardaba el ayuntamiento, para que lo fundiera e hiciera balas para los soldados de la milicia urbana y los llegados desde las villas y lugares de la tierra malagueña a defender la capital.

El libro de actas del cabildo recoge la celebración de más de una sesión diaria en torno a estas fechas. El 7 de mayo, por ejemplo, se celebraron tres. A esas alturas el peligro de confrontación parecía superado; era el momento de las congratulaciones y de los balances. En la tercera reunión de ese día, los cabildantes rectificaron el acuerdo anterior sobre hacer un obsequio personal a Hurtado de Mendoza, despachado con un simple reconocimiento formal; y fue a su lugarteniente, el alcaide del castillo y fortaleza de Vélez-Málaga, a quien por la pericia demostrada esas jornadas en las cosas de la guerra, se acordó regalar “una buelta de cadena de oro que valga hasta mill rreales” con cargo a las rentas públicas. Todos se felicitaron de la buena disposición mostrada por las milicias urbanas y sus capitanes, acordándose pedir al rey que les honrase con su reconocimiento y aprobación.

Grabado de época de una batalla naval. Grabado de época de una batalla naval.

Grabado de época de una batalla naval.

En los días sucesivos se pagaron otros gastos derivados de la puesta a punto de las defensas artilleras de la ciudad; y el 11 de mayo se tomaron los acuerdos de hablar con el deán de la catedral para organizar cultos de acción de gracias por “... la merced que su dibina Magestad hizo a esta çiudad y besinos della de libralle de la yntinçión del enemigo que destruyó los galeones del rrey nuestro señor...” y de señalar fecha para las honras fúnebres “...por los hijos de los besinos que murieron en los dichos galeones”, comisionándose regidores para gestionarlo ante la autoridad eclesiástica. Este último dato apunta a que, además del fallecido capitán de mar y de guerra don Tomás Guerrero de la Fuente, la participación de malagueños en la batalla debió ser considerable.

No hemos hallado un balance pormenorizado de los gastos derivados de los preparativos de defensa organizados en Málaga, pero debieron ser importantes conforme a datos sueltos desperdigados en las actas capitulares. Así, sabemos que en pólvora se gastaron casi 80.000 maravedíes, y que el boticario Francisco Machuca, a quien se encomendó la logística sanitaria para la ocasión, rebasó las previsiones en 11.000 maravedíes sobre lo presupuestado -y eso que no se llegó a combatir- que el concejo le mandó pagar.

Por otra parte, cabe añadir que con esta ocasión, y por orden del duque de Medina Sidonia, se puso el embrión de una novena compañía de milicias en Málaga, reclutada entre aventureros y gente de mal vivir y dotada de mosquetes, armas más modernas que los arcabuces de que disponían las otras ocho, la cual acabaría consolidándose y adquiriendo carta de naturaleza definitiva en el año 1610.

Conclusiones

La batalla de Gibraltar de 1607 puso de manifiesto el poderío alcanzado por la marina de guerra holandesa, no más que un territorio en abierta rebeldía contra la potencia administradora. El aniquilamiento de la recién estrenada flota española para la defensa del flanco sur atlántico peninsular, lo dejó tan indefenso como estaba antes de la batalla.

Pese a su mediterraneidad, la cercanía de Málaga a Gibraltar conllevó repercusiones para la urbe malacitana y sus vecinos:

  • Participación activa y muerte de malagueños en la batalla a niveles de oficialidad, marinería y tropa.
  • Movilización de todos los recursos militares operativos y logísticos e implantación de la novena compañía de milicia urbana.
  • Puso a prueba la capacidad de reacción defensiva en el litoral del reino granadino, quedando de manifiesto hallarse sustentada no tanto en recursos marítimos como en los terrestres.

Artículo publicado en el número 54 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (abril de 2021).

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