Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Repartimiento y repoblación de la Algeciras cristiana (1344-1369)

  • Tras su entrada en la ciudad grande, el rey Alfonso XI constituyó el concejo municipal y una Junta de Repartidores para distribuir los bienes de los vencidos

  • La repoblación fracasó por el desinterés de los nobles por sus propiedades ante el temor de la frontera y por el elevado número de delincuentes

Plano con los términos de la Algeciras cristiana entre los años 1344 y 1369.

Plano con los términos de la Algeciras cristiana entre los años 1344 y 1369.

El día 25 de marzo del año 1344 el emir de Fez -por medio del gobernador de la plaza, Muhammad ben al-Abbás- y el sultán de Granada, Yusuf I, acordaron la entrega de la ciudad al rey Alfonso XI después de haber firmado el conocido como Tratado de Algeciras que, entre otras cláusulas, decía que el rey de Castilla, por sí y por el rey de Aragón y el duque de Génova, “otorga paz al rey de Granada por mar y tierra desde el día de la firma de este Tratado hasta cumplidos diez años; que los reyes contratantes serán amigos de los que fueran sus amigos y enemigos de sus enemigos; que no recibirán ninguna villa o castillo que se haya rebelado contra uno de ellos, y que los mercaderes, granadinos o africanos, podían entrar libremente en Castilla, estar a salvo en ella y sacar mercancías, aunque no podrán comprar caballos, armas ni trigo”.

Al día siguiente, 26, que era Viernes de Dolores, “a hora tercia” (9 de la mañana), comenzaron a abandonar la villa pequeña sus moradores para pasar a la villa grande, a la espera de su desalojo definitivo, que fue en el día siguiente, el 27, portando los vencidos todo cuanto pudieron llevar consigo. El rey de Castilla ordenó que se izaran, en su alcázar, los pendones de Castilla y del rey de Aragón, Pedro IV. Refiere la crónica que ambos pendones entraron “por igual” en la ciudad en reconocimiento por la relevante ayuda prestada por los aragoneses en la conquista de la ciudad. El 28, Domingo de Ramos, entró el rey de Castilla en la ciudad grande, encabezando la comitiva formada por los nobles, el arzobispo de Toledo, el Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, el arzobispo de Sevilla, los obispos de Burgos, Zamora y el de Cádiz, don Bartolomé, así como los cruzados extranjeros que habían estado en el cerco. Tomó posesión del alcázar y se procedió a consagrar como iglesias cristianas las siete mezquitas que, según las arabistas Manuela Marín y Maribel Fierro, había en Algeciras.

En los días siguientes el rey Alfonso XI constituyó el concejo municipal, encargado de gobernar y administrar la ciudad recién conquistada. Nombró, como alcaide y gobernador a un caballero de Jerez de nombre Hernán Barroso; como alcalde mayor y juez, a un caballero muy sabedor de leyes de Castilla que se llamaba Álvar García de Illas, y como alguacil mayor, encargado del mantenimiento del orden y jefe de la milicia, a Martín Alfonso Fernández de Córdoba. Además, nombró a doce hombres buenos y a cuatro fieles ejecutores encargados de la vigilancia de las pesas y medidas y confirmó los nombramientos de cinco jurados que habían sido elegidos por los vasallos que habían decidido avecindarse en alguna de las collaciones de la ciudad.

Como era costumbre, una vez que la soberanía de una ciudad musulmana pasaba a Castilla, se procedía a nombrar una Junta de Repartidores, encargada de elaborar la relación de los bienes muebles y raíces de los vencidos que iban a ser distribuidos entre los que habían participado en el asedio y toma de la ciudad según su alcurnia, cercanía a la persona del monarca y la relevancia de los servicios prestados.

Por desgracia, a diferencia de otras villas y ciudades tomadas a los musulmanes, de las que se conservan los Libros de Repartimiento, el de Algeciras nunca se ha encontrado. No cabe duda de que permaneció en la ciudad hasta que en el año 1369 el sultán de Granada, Muhammad V, asaltó la desguarnecida ciudad y la tomó, casi sin esfuerzo, al cabo de tres días de asedio. De la misma manera que se perdió el rastro de las imágenes de Santa María de la Palma y de los libros y vasos sagrados de la iglesia catedral, se desvaneció el Libro del Repartimiento que debió ser redactado por la Junta de Repartidores. No obstante, en alguna documentación dispersa localizada en archivos, en ciertas publicaciones y en la propia crónica castellana se han encontrado noticias que han permitido conocer, en parte, cómo se llevó a cabo el repartimiento de los bienes muebles y, sobre todo, raíces dejados en Algeciras y su término por los musulmanes cuando tuvieron que marchar al exilio tras la conquista cristiana.

En los primeros días de abril -antes de que el rey machara a Sevilla a mediados de dicho mes- se debió constituir la Junta de Repartidores encargada de la tarea de proceder al repartimiento de los palacios, las mezquitas con sus ricas fundaciones pías, los baños, las viviendas, las huertas y almunias situadas en la rica vega del río de la Miel, las alhóndigas, los molinos harineros y los batanes que habían sido abandonados por los algecireños. Sus reuniones no debieron estar exentas de desencuentros, dada la animadversión existente entre los partidarios del heredero al trono, el infante don Pedro, y sus hermanastros y la concubina de su padre, doña Leonor de Guzmán, así como los intereses contrapuestos de los prelados de la Iglesia, las órdenes militares y religiosas y los representantes de Génova y Aragón.

Aunque desconocemos la composición de dicha junta, siguiendo los ejemplos de otras que se conservan, se puede avanzar que en ella estaría representada la alta nobleza y los prelados de la Iglesia, al margen del rey. Sin duda formarían parte de ella el poderoso don Juan Manuel y dos de los colaboradores más cercanos del monarca: don Gil de Albornoz y don Alfonso Fernández Coronel, así como el alcalde mayor y juez de la ciudad recién nombrado, don Álvar García de Illas, actuando como secretario el Notario Mayor de Castilla, don Fernán Sánchez de Valladolid, que daría fe de los acuerdos y decisiones tomadas.

El acuerdo al que debieron llegar los repartidores, aunque como es lógico con algunas desavenencias y quejas de aquellos que debían esperar recibir una mejor remuneración por los servicios que habían prestado a la Corona, fueron: unas casas, tiendas y almacenes a los mercaderes genoveses en una calle de la ciudad que se llamó, desde ese día, calle de Génova; cerca del puerto, unas casas buenas y almacenes a los mercaderes y comerciantes aragoneses y catalanes, una de ellas a don Jaume Tolsa, destacado personaje encargado por el rey Pedro IV para que ejerciera el cargo de Cónsul de los Catalanes en la ciudad; a la Orden de Santiago y a su maestre, don Fadrique, una mezquita menor y casas para que tuvieran una encomienda en Algeciras y un molino; unas casas al obispo de Cádiz y, otras a los canónigos de dicha catedral; a la Orden de la Merced, Redentora de Cautivos, la mezquita consagrada como iglesia de San Hipólito con casas anejas para los frailes; a doña Leonor de Guzmán, un molino harinero de doble cárcava en la vega del río -que había pertenecido al prestigioso y rico visir Abd Allah ben Rida-, unas casas palaciegas bien situadas en la ciudad grande, cerca del alcázar, varias tiendas y unas huertas con sus acequias para el riego. Los baños principales de la medina, cercanos al alcázar, se los reservó para sí el rey de Castilla. Al genovés don Egidio Bocanegra, Almirante Mayor de Castilla, que tan relevantes servicios había prestado en el bloqueo por mar de la ciudad, le dio el rey unas casas con sus huertas que decían el alcázar de Manifle, con la promesa de otorgárselas, mediante un privilegio rodado, cuando estuviera en Sevilla. También le confirmó Alfonso XI, en ese repartimiento, aunque no eran bienes de la ciudad recién conquistada, la donación que le había hecho el día 2 de septiembre del año 1342 de la villa de Palma del Río.

Igualmente, se repartieron casas, tiendas, almacenes, tahonas, huertas y ganado a gente del común que había estado en el cerco, a viudas de miembros de las milicias concejiles muertos en aquella guerra y a muchos judíos que habían ayudado con sus préstamos y con vituallas al mantenimiento del cerco, entre ellos a un tal Aben Abadao, a Abraham Axonares y a Zag Santiel, residentes en Burgos. A éstos con la finalidad de favorecer la repoblación de la ciudad con gente hacendosa y rica, pues les obligaba a venir a residir a Algeciras y a explotar las tierras concedidas en el reparto o a atender los comercios y los talleres al menos durante diez años.

Las donaciones de los bienes abandonados por los musulmanes en las ciudades que eran tomadas por los castellanos, tenían una doble finalidad: por una parte compensar y retribuir con propiedades y bienes muebles a aquellos que habían participado en el asedio y la conquista de dichas ciudades. Por otra, favorecer su repoblación y poner en explotación las tierras de su alfoz atrayendo vecinos que se asentaran de manera permanente en ellas al ser obligados que residir en la ciudad, durante, al menos, diez años.

A pesar de los esfuerzos del rey Alfonso XI por lograr la repoblación de Algeciras y de su alfoz (procediendo al repartimiento de los bienes abandonados por los musulmanes, permitiendo el establecimiento de la Orden de la Merced y de una encomienda de la Orden de Santiago y obteniendo del Papa la declaración de sede episcopal para su iglesia) todos los intentos acabaron fracasando por dos motivos: uno porque los nobles que recibieron propiedades en la ciudad nunca se ocuparon en ponerlas en explotación a causa de temor que les provocaba la cercana frontera; otro porque algunos de los repobladores, acogidos al Derecho de Asilo, eran delincuentes que mantenían la ciudad en una inestabilidad que impedía consolidar el proceso repoblador. Esta inestabilidad y la escasez de defensores hizo que, veinticinco años después de su conquista por Alfonso XI, en el mes de octubre del año 1369, el sultán de Granada cercara la ciudad y la tomara tras varios días de asedio.

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