Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Nueva guerra en el Estrecho de Gibraltar (1407-1409)

La Bahía de Algeciras, Gibraltar y algunos de los topónimos que aparecen en el texto y en la Crónica del rey Juan II que describen la batalla naval de torre Carbonera.

La Bahía de Algeciras, Gibraltar y algunos de los topónimos que aparecen en el texto y en la Crónica del rey Juan II que describen la batalla naval de torre Carbonera. / (Cristóbal de Rojas, 1608. Archivo General de Simancas)

La Batalla del Salado, acontecida el 30 octubre de 1340, representó el punto de inflexión de la irrupción norteafricana en la Península Ibérica de finales del siglo XIII y primeras décadas del XIV. Esta decisiva victoria posibilitó la posterior conquista de Algeciras y el sitio de Gibraltar por Alfonso XI en 1350, frustrado por la muerte de este rey a causa de la Peste Negra. El acceso al trono de Pedro I y el enfrentamiento con sus hermanos, en abierta guerra civil desde 1360, iba a provocar el debilitamiento de la defensa naval del sur y una situación de creciente inestabilidad en el Estrecho.

En la primavera del año 1405 se rompió la tregua, vigente desde 1370, entre el rey castellano Enrique II y el sultán de Granada cuando Muhammad VII atacó Lorca y otras poblaciones de la frontera murciana, ataques que, continuaron en la primavera siguiente y en el año 1406, lo que obligó al nuevo rey, Enrique III, a solicitar al granadino una nueva tregua que se firmó en el mes de octubre de 1406.

Pero Muhammad VII, interpretando ese acuerdo como un signo de debilidad, atacó de nuevo los territorios de la frontera en Baeza y Quesada. Muerto el rey Enrique III en diciembre de 1406, las cortes reunidas en Toledo otorgaron los 40 millones de maravedíes, que solicitaba el regente del reino, del infante don Fernando, para hacer la guerra a Granada y poner en el mar una potente escuadra. Don Fernando, después llamado el de Antequera, temía que, estando el Estrecho desguarnecido, los meriníes enviaran hombres y armas desde Ceuta a Gibraltar para que el rey de Granada le hiciera la guerra.

En la primavera del año 1407 la reina de Castilla y el Infante don Fernando enviaron a su Almirante, don Alonso Enríquez, a Sevilla para que mandara la flota que se estaba reuniendo en aquel puerto con la misión de patrullar las aguas del Estrecho desde la bahía de Algeciras hasta Estepona. Al mismo tiempo, mandaron a los puertos de Vizcaya a Mosén Rubín de Bracamonte para que se hicieran cargo de los balengueros que se armaban en aquella costa y se dirigiera con ellos al sur.

Cuando el almirante supo que la flota meriní se preparaba para cruzar el mar desde Ceuta y desembarcar hombres y armas en Gibraltar, ordenó a su hijo, Juan Enríquez, que con trece galeras se dirigiera a la bahía de Algeciras. Días más tarde se le unieron dos galeras vizcaínas cuatro leños y varias naves. En total, la escuadra castellana que vigilaba el Estrecho en aquel verano de 1407 estaba constituida por unos cuarenta barcos entre galeras, naves, balengueros y otras embarcaciones menores.

La flotilla de Juan Enrique llegó frente a la destruida Algeciras a mediados del mes de agosto con el mandato de vigilar, especialmente, los puertos de Ceuta y Gibraltar. A pesar de la presteza en la formación de la flota en Sevilla y el envío de una avanzadilla de barcos al Estrecho, el Almirante de Castilla no pudo evitar que los meriníes desembarcaran en la costa andaluza ochocientos hombres de a caballo y de a pie y cargas de dinero que mandaba el emir de Fez al sultán de Granada.

El día 22 de agosto, la escuadra castellana, que se hallaba en el fondeadero de la Isla Verde, divisó a la flota combinada granadino-meriní, formada por veintiuna galeras, seis leños y zabras y algunos cárabos, que estaba fondeada delante de Gibraltar. Al día siguiente los musulmanes abandonaron la costa gibraltareña para hostigar a las embarcaciones cristianas. Pero el viento había cesado antes de iniciarse el combate -dice la Crónica de don Juan II- lo que impidió que se entablara el combate. La misma situación se presentó el día 24. Al siguiente, el comandante de la flota musulmana, Moclis, viendo que el viento había rolado a levante, ordenó que su escuadra se dirigiera a la costa de Algeciras donde estaba la flotilla de Juan Enríquez. Iniciado el combate, los meriníes, temiendo ser derrotados, retornaron a Gibraltar perseguidos por las galeras castellanas.

El día 26 la flota combinada granadino-meriní comenzó a moverse en dirección al Castillo de los Genoveses, costeando el monte. Las embarcaciones cristianas levaron anclas y se dirigieron en pos de las musulmanas que, impelidas por el viento de levante -refiere la Crónica-, eran arrastradas hacia aguas del Estrecho. Aunque, cuando los castellanos se hallaban cerca de alcanzarlas, una espesa niebla impidió ver el rumbo que seguía la flota enemiga. Al cabo de media hora la atmósfera se despejó y los castellanos comprobaron que los navíos de Granada y de Fez habían doblado el cabo sur del monte y se hallaban al otro lado del mismo, en el arrabal de Gibraltar (la Almadrabilla, luego caleta de los Catalanes). Perseguidos y perseguidores llegaron hasta los alrededores de la llamada torre Carbonera, situada en la costa de levante, cerca de la desembocadura del río Guadiaro. Cuando estuvieron a una milla de la torre, entablaron el combate, trabándose las galeras de ambas flotas en una lucha cuerpo a cuerpo. La galera de Mosén Rubín de Bracamonte atacó y tomó una galera enemiga, mientras que Alonso Arias de Corvellá y Rodrigo Álvarez Osorio hacían otro tanto con otras dos. Una galera de los musulmanes fue alcanzada por una piedra del "trueno" (tiro de un cañón) anegándose. Otras, viéndose perdidas, fueron a encallar delante de la torre para que sus tripulantes pudieran saltar a tierra y salvaran sus vidas.

El resto de la flota, viendo la batalla perdida, huyó en dirección al puerto de Gibraltar, siendo perseguidas por las galeras castellanas hasta que cayó la noche y tuvieron los perseguidores que cesar en la persecución. En total, los granadino-meriníes perdieron en aquellas jornadas trece galeras y varios cárabos y zabras.

Nuevas operaciones marítimo-terrestres entre Gibraltar y Estepona (mayo-octubre de 1409)

La batalla de la torre Carbonera, que se saldó con la victoria de las fuerzas navales castellanas y con el cierre del Estrecho a la ayuda de los meriníes al sultanato nazarí, tendría su continuidad entre la primavera y el otoño del año 1409. El almirante de Castilla, don Alonso Enríquez, mandando en esta ocasión en persona la flota cristiana, se estableció en el fondeadero de la Isla Verde el día 25 de mayo de 1409.

El 8 de junio -refiere la Crónica-, la escuadra, formada por 15 galeras, 5 leños, 6 naves y 20 balengueros se hallaba reunida en la ensenada de Getares, y después que el almirante se vio poderoso, comenzó a navegar por el Estrecho de una parte a otra; en tal manera que en el punto que asomaba alguna flota mora luego era vista de sus guardas que tenía derramadas por la mar.

El 13 de ese mes mandó el almirante a Martín Fernández de Portocarrero, alcaide de Tarifa, que hicieran una algarada contra el litoral de Gibraltar y la torre Cartagena, donde la ciudad poseía muchos viñedos, mientras que él los seguía por mar. A finales del mes de junio, ordenó el almirante echar gente a tierra para que fuese a Estepona, un lugar de los moros, por ver si podrían hacerles algún daño. Y estando como a una legua de Estepona mandó a Juan Enríquez, su hijo, que saliesen a tierra con sus banderas y gente de la flota. Mientras que él tomó la escuadra y fue por la mar hasta aquel lugar de Estepona.

El 5 de agosto mandó don Alonso Enríquez a los capitanes y patrones de la escuadra que sus hombres saltaran a tierra y talaran, de nuevo, las viñas que había en los alrededores de la torre Cartagena. Y, el 16 -refiere la Crónica-, combatió la villa de Gibraltar muy reciamente hasta la noche. Pero murió allí el patrón de un balenguer de una piedra del trueno que le tiraron los moros desde una barca.

El 25 de agosto, capturaron los de Gibraltar a cinco cristianos, que eran de Castilla la Vieja, en las ruinas de Algeciras y que estaban recogiendo sillares de las abandonadas murallas para llevarlos a su tierra (primera noticia que se tiene del expolio de sillares que se realizaba en las murallas de la arruinada ciudad).

En los días siguientes, el almirante viajó hasta Tarifa para entrevistarse con su alcaide, con el que acordó poner una celada a los de Gibraltar. La gente desembarcada de la flota entró en el campo de viñas y huertas que había en los alrededores de la torre Cartagena y, cuando los de Gibraltar salieron para defender sus propiedades, los de Tarifa los atacaron por sorpresa, trabándose una gran pelea en la que los musulmanes llevaron la peor parte.

Estando la flota en la ensenada de Getares el día 17 de septiembre, comenzó a hacer mal tiempo y decidió el almirante mover la escuadra y buscar refugio en el fondeadero de la Isla Verde. En ese espacio de aguas abrigadas permaneció hasta el día 25 de septiembre. E estando el almirante en Algeciras otro día, jueves veinte e cinco de setiembre, llegó Martín Fernández de Portocarrero con ciento ochenta jinetes y muchos hombres de a pie, y acordó que fuese él por tierra y el almirante por mar hasta las viñas de la torre Cartagena…Y los de la flota y los de tierra, talaron e hicieron cuanto daño pudieron en las viñas y huertas. Y tornáronse luego todos a Algeciras.

Al día siguiente abandonó la flota castellana el fondeadero de la Isla Verde para dirigirse al puerto de Almería, en cuyas proximidades permaneció hasta el día 17 de octubre de aquel año, cuando se dio por acabada la campaña en aguas del Estrecho y la escuadra regresó a Sevilla.

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